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Pedro de Tena

El error de Larra

A la tercera España no la representa nadie porque nadie está a su altura. Qué elecciones más trágicas.

Quizá la diferencia más clara entre los idealismos hegeliano y kantiano es la resolución de las oposiciones históricas. Hegel y su sufrido alumno Marx –que incluso enfermó al leerle, lo que no debe extrañar a nadie, porque Heráclito el Oscuro era un libro abierto en comparación con el idealista alemán– imaginaron o fingieron que las consideradas contradicciones se resolvían en estadios superiores y superadores que englobaban los elementos que hacían ascender la historia hacia una finalidad reconocible: el Absoluto o el paraíso comunista. Kant, más impregnado de Newton, creía más en las antinomias permanentes, acciones y reacciones continuas de los opuestos en presencia sin síntesis superadoras.

No sabemos si Larra leyó a alguno de los dos. Pero la manera que tuvo Larra de entender cómo España resolvía las diferentes concepciones políticas y sociales de sus gentes era la aniquilación. Del paseo funeral de Fígaro durante el Día de Difuntos de 1836, hace 180 años, sólo se recuerda el famoso epitafio: "Dos ministerios: Aquí yace media España: murió de la otra media". Pero su cementerio, o sea el Madrid de entonces, con sus millones de cadáveres, tenía otros lapidarios: "Aquí yace el trono…"; "Aquí yace el valor castellano con todos sus pertrechos"; "Doña María de Aragón; aquí yacen los tres años"; "Aquí yace la Inquisición, hija de la fe y del fanatismo: murió de vejez"; "Aquí reposa la libertad de pensamiento"; "¡Aquí yace la subordinación militar!"; "La Bolsa. Aquí yace el crédito español"; "La Victoria. Esa yace para nosotros en toda España"; "Los Teatros. Aquí reposan los ingenios españoles"; "Aquí yace el Estatuto [léase Constitución]. Vivió y murió en un minuto". Y definitivamente, en su propio corazón: "Aquí yace la esperanza".

O sea, que la manera de España de resolver sus oposiciones, sus diferencias, sus contradicciones o sus antinomias era, ya entonces, la desaparición física de una de ellas. Nada de ententes antinómicas, nada de síntesis, nada de marcos equilibrados donde cupiesen todos y se nutriese la vida común con el abono de las ideas – necesarias ideas– opuestas en un marco racional y respetuoso. En 1936 se ensayó el exterminio final de unos por otros. En 1976, tras una dura convalecencia de heridas desgarradoras, pareció recuperarse la cordura, pero estamos volviendo a las andadas. Larra, quizá con un Gila fúnebre, diría ahora: "Aquí pronto va a yacer alguien". Ya veremos quién.

La mediocridad de las élites políticas españolas de hoy exhibe sus absurdos bajo la forma indignante de vetos, exclusiones, mentiras flagrantes, corruptelas generales, traición a los principios y demás ladrillos que resucitan las dos Españas. Pero Larra se equivocó. Al menos había tres Españas. La tercera, bien viva, la que trabaja, inventa, construye, estudia, proyecta, respeta, cumple y se reconoce en una nación histórica, está políticamente huérfana. No la representa nadie porque nadie está a su altura. Qué elecciones más trágicas.

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