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Pedro de Tena

El Primero de Mayo y la desilusión de los trabajadores

Faltaba el descrédito de la política y de los políticos de la derecha en la España de los últimos años para completar una desilusión absoluta de los trabajadores.

Es conocido que el 1 de mayo se consagró como día de los trabajadores y del trabajo asalariado en general tras las huelgas ocurridas en Estados Unidos tal día de 1886 en reclamación de las ocho horas de trabajo, ocho de instrucción y presencia familiar y ocho de descanso. Tras la disolución del orden feudal y la revolución industrial, la situación económica y social de los trabajadores hacinados en las grandes urbes pagados con salarios de hambre fue terrible, tanto que suscitó una fuerza social contraria a su miseria: la asociación obrera, luego sindicatos. Ninguna teoría social que se precie puede prescindir de la realidad de los millones de trabajadores asalariados que, día a día, hacen posible que la sociedad y el Estado funcionen. Pero no es mi propósito hoy tratar de estas teorías, desde el liberalismo al comunismo, sino considerar el hecho de que año tras año vamos comprobando cómo los trabajadores expresan su desilusión hacia quienes supuestamente dicen representarlos ausentándose masivamente de los actos que se convocan.

Conocido es el dicho, atribuido a un puñado de pensadores, de que quienes prometen traer el cielo a la Tierra terminan convirtiéndola en un infierno. Se recuerda muchas veces, asimismo, para darle un toque español al idealismo barato, aquel caso de quien se indignó contra la II República porque, tras su imposición en 1931, había que seguir yendo a trabajar. Desde el siglo XIX, se ha predicado la revolución social como método de emancipación de los trabajadores. Pero tras las experiencias comunista y nacionalsocialista se comprobó que esas supuestas transformaciones sociales conducían a una dictadura, no del proletariado, sino sobre todo el mundo, incluido, y muy especialmente, el proletariado y sus viejas organizaciones sindicales. La imagen soviética y maoísta de millones de personas sin posibilidad alguna de desarrollar algo de individualidad o alcanzar alguna mejora en libertad fue más que suficiente para desilusionar a cada vez más trabajadores de esos predicadores de paraísos.

En España, a los desengaños sucesivos de unas organizaciones sindicales ligadas políticamente a las izquierdas y penetradas hasta el tuétano por los mecanismos de corrupción procedentes del Estado y sus propios líderes sucedió el descrédito de los partidos políticos de la izquierda, cuyos comportamientos han conducido más de una vez a graves crisis económicas que han tenido letales consecuencias sobre el empleo y la posibilidad de desarrollar una vida personal en libertad y creciente bienestar. Faltaba el descrédito de la política y de los políticos de la derecha en la España de los últimos años para completar una desilusión absoluta de los trabajadores.

Los millones de trabajadores asalariados españoles que cobran menos de 24.000 euros al año sólo esperan hoy librarse del paro y el desierto empresarial, de la presión fiscal agotadora, y tratar de mantener los niveles de compensación social que permiten mejorar desde la educación a la seguridad social y, tal vez, convertirse en pequeños empresarios. Lo que necesitan, necesitamos, es que el sistema democrático no acabe con estas mínimas esperanzas.

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