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Pedro de Tena

Gran Bretaña y el ataque a la moral occidental

La gravedad de lo sucedido se irá viendo con los años.

Que Gran Bretaña no es un ejemplo respetable de cumplimiento de compromisos internacionales es ampliamente conocido desde hace siglos, a pesar de que la leyenda negra haya contaminado mayormente la consideración histórica de España, en gran parte debido a los propios manejos británicos. He recordado estos días un poema de León Felipe en el que se motejaba a Inglaterra, Reino Unido por simplificación, de vieja raposa avarienta de Occidente, hija de zorros, inferior a la Italia fascista y a la Alemania nazi, que, a pesar de sus rapiñas y sus crímenes, mostraban algún heroísmo nietzscheano. Pero lo que la zorra ha hecho ahora con las artimañas para no pagar las consecuencias íntegras del Brexit afecta a dos elementos de la moral del capitalismo occidental como sistema: el buen uso de las instituciones democráticas por imperfectas que sean, y el valor sagrado del contrato, o en su versión política, el tratado.

No diré yo que el maltrato de las instituciones democráticas sea patrimonio exclusivo de las castas británicas de gobierno. Sin ir más lejos, en nuestro propio país vivimos desde hace años una desconsideración intolerable de las instituciones de gobierno, muy especialmente de la monarquía, a la que se mortifica desdeñando el papel de su detentador, y de los votantes, a los que se miente, defrauda e incluso insulta con minuciosa impunidad. Pero, además, se ha consolidado la costumbre de gobernar en funciones, sin presupuestos propios, sin la necesaria normalidad institucional, sin proyecto. Se trata de ocupar el Estado y sus recursos más que de gobernar hacia alguna parte.

La disolución del Parlamento británico para eludir el control y el papel de la oposición en el proceso del Brexit al que la "raposa de Occidente" está abocada es un grave atentado, por posible legalmente que sea, contra la democracia, uno de los pilares políticos del capitalismo como sistema. Haberlo perpetrado para eludir las consecuencias de los propios actos de la ciudadanía británica es una puñalada al voto consciente y democrático. Haberlo hecho, además, con la mitad de la opinión pública en contra, implicando a la monarquía y con dos zonas como Irlanda de Norte y Escocia con más que elevada temperatura política, da una idea de cómo es de delgada la línea que separa la razón de la locura, la ley de la delincuencia e incluso la paz de la guerra.

Por si fuera poco, lo que está haciendo el actual Gobierno inglés es negarse a asumir las consecuencias de un referéndum que aprobó la finalización de los compromisos adquiridos por Reino Unido y la Unión Europea para sus relaciones mutuas. Pero, claro, cuando un contrato, o tratado en este caso, plasmación moral básica de un capitalismo de mercado más o menos libre que no sea un capitalismo de compinches, se rompe, las partes tienen que resolverlo de modo que ninguna de ellas imponga a la otra un quebranto de sus intereses en el momento de la ruptura. Si nos subimos al AVE en Madrid con destino a Sevilla y la dirección de la compañía nos fuerza a bajar en Puertollano, incumple el contrato que es nuestro billete y hay derecho a una reclamación y a una indemnización. Los votos de los hijos de la Gran Bretaña decidieron romper el contrato y ahora han de satisfacer los intereses de la parte perjudicada. Otra cosa no sería inteligible. Es más, no puede ser aceptable.

Pero, a pesar de todo, lo más trascendente de lo ocurrido no es la cantidad de dinero, derechos, normas y facilidades que los británicos deben a los demás europeos. Lo esencial es que con este infame regate en corto se han desgarrado dos elementos morales de Occidente: las instituciones democráticas y la democracia misma y el respeto a los contratos. La gravedad de lo sucedido se irá viendo con los años porque lo que han saltado por los aires son reglas de la mesa redonda alrededor de la cual se han sentado caballeros, más o menos, desde comienzos del siglo XX. El daño causado a estos dos pilares claves del Occidente que conocemos traerá consecuencias. Al tiempo.

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