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Pedro de Tena

La calle es y va a ser de todos

Hay una izquierda enferma de totalitarismo que sólo respeta las urnas cuando gana y las desprecia y descalifica cuando pierde.

Tenía pensado escribir sobre la necesidad que tiene Andalucía de un gran arquitecto político-jurídico capaz de, circulando de la ley a la ley como lo hizo Torcuato Fernández Miranda en la meritoria transición del franquismo a la democracia, desmontar la tela de araña tejida a lo largo de cerca de 40 años. Pero, claro, para eso hace falta que los partidos que van a gobernar quieran realmente que una democracia liberalizante suceda a un régimen monopartidista que se erigió, a menudo tramposamente, con la ley en la mano. Los que nunca hemos tenido partido que nos ladre, y mucho menos que nos mande, dudamos de esa buena voluntad y estamos atentos a los hechos, que siempre son verdad porque son. Pero, además de un gran diseñador, va a ser necesario que quienes queremos vivir sin la hemiplejia orteguiana derecha-izquierda estemos dispuestos a que la calle no sustituya a las urnas –operación ya en ciernes–, y a que nadie se apodere de una calle que es de todos.

Lamentablemente, y también lo anticipó Ortega, como tantas otras cosas, el tipo de hombre (y de mujer, que exigen las del género) que hoy predomina está poseído por la básica creencia de que él lo sabe ya todo –es, por definición, no el hombre de la calle, sino el hombre al cabo de la calle, el hombre que no sabe no saber–, el fanático (y la fanática). Ocurre de manera desmesurada y congénita en una izquierda decrépita que se atribuye la omnisciencia infusa a partir de su mini biblia dialéctica de hace casi dos siglos. Descabellante ha sido el comentario del gran Rodríguez Braun sobre el tuit de las pipas de Teresa Rodríguez. Pero comienza a ocurrir asimismo en un presunto centro –lo de Rivera, ya más excéntrico que céntrico, es libertinaje político donde nada vale porque todo vale lo mismo– y la nueva derecha creciente, tentada por la simplificación conceptual, por el cultivo de la sinrazón y, empujada por sus enemigos, por la sustitución del debate por la fuerza.

La democracia, como sistema menos malo, exige el respeto al resultado de las urnas si este ha sido legítimo y legal. En las urnas, cada cual, secreta y libremente, según sus intereses y su voluntad, decide un rumbo para una comunidad de vecinos, una institución, región, nación o suprarregión. Pero, con las papeletas aún calientes, otra vez se amenaza con la calle. Hay una izquierda enferma de totalitarismo que sólo respeta las urnas cuando gana y las desprecia y descalifica cuando pierde. Repásese la historia de España, que algunos no repasan, sino que deforman. Al final ese comportamiento, esencialmente violento, acaba arrastrándolo todo, en el aterrador juego de la acción y de la reacción, a la trituradora de la democracia.

Por tanto, los partidos que tienen la responsabilidad de sacar a Andalucía del antiguo ruedo vicioso del atraso y la dependencia –mientras insiste el mequetrefe incesante de la Moncloa prevaricando contra la legalidad constitucional con nuevas regalías para el separatismo y el izquierdismo– deben, no sólo encontrar a su gran constructor de la reposición democrática exigible, sino reanimar y rearmar el debate racional de altura frente el abuso antidemocrático de la calle contra las urnas que ya resopla por muchas esquinas. Den más medios a la comunicación y el debate de ideas. Den voz y altavoz a quienes se ha hecho casi enmudecer durante 40 años. Ya.

La calle es de todos, no sólo de algunos. Si hay quienes quieren apropiarse de ella para menospreciar ideas y urnas, habrá que demostrar que la mayoría de los andaluces, y de los españoles, ya hemos dicho ¡basta! a esa usurpación.

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