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Pedro de Tena

La democracia y la calle

¿Qué es el pueblo? La parte de los ciudadanos que sigue ciegamente las consignas que se aportan desde las izquierdas y los separatistas para justificarlo todo.

La referencia continua a la calle, el pueblo, las masas es la manifestación definitiva de que la democracia en España está muy enferma. Recuerdo aquellos primeros conatos de los indignados en las plazas de las ciudades españolas, que fueron suplantados en un santiamén por los comunistas organizados que sí podían. Pero, ojo, sólo aquellos indignados, penetrados por los agentes políticos adecuados, eran la calle, el pueblo y las masas verdaderas y legítimas. Si otros osamos decir que también somos la calle, el pueblo o las masas, pongamos por caso, los millones de votantes que aceptamos las decisiones judiciales, los millones que nos manifestamos contra el blanqueo del terrorismo de ETA, los millones que nos escandalizamos con las relaciones bilaterales con Cataluña o el País Vasco, los millones que vemos con estupor cómo se ataca a la Guardia Civil en la frontera sur tras el reclamo del Aquarius, los millones que observamos cómo, según sea el político de derechas o de izquierdas, por usar el lenguaje al uso, su trato en demasiados medios de comunicación es diferente (a cuenta de un máster, fuego eterno, y a cuenta de una tesis doctoral desaparecida y otros currículos de mentirijilla, ni unas horitas en el purgatorio mediático)… Si otros osamos decir que somos también ciudadanos españoles, entonces los caifases se rasgan las vestiduras y nos flagelan como fascistas, derechistas o lo que sea menester.

La demagogia barata, el simulacro de llevar razón o parecerlo sin que importe un comino la verdad, ni siquiera la civil, la de los hechos (lo del avión de Sánchez para ir a un concierto de un grupo con un nombre significativo, The Killers), es lo único que puede triunfar en la calle, en las masas, en el supuesto pueblo. Pero ¿qué es el pueblo? La parte de los ciudadanos que sigue ciegamente las consignas que se aportan desde las izquierdas y los separatistas para justificarlo todo (lo de la "agenda cultural" será tan memorable como lo del dinero público que no era de nadie). Por eso, la auténtica Cataluña es la quiere separarse de todo; el genuino vasco es quien ampara y comprende a ETA, no a sus víctimas; el andaluz legitimado es quien apoya al régimen instaurado por el PSOE; el ciudadano legítimo es quien truena contra la sentencia de Juana Rivas (si lo que hizo ella lo hubiera hecho un hombre…), y así sucesivamente. Ah, y la gestión pura y noble de la televisión pública es que la administre una periodista afín al PSOE y que La 2 quede en manos de Podemos.

Cuando en una democracia que se precie de liberal, que es que no hay otra, los principios de libertad, igualdad de oportunidades e independencia de la justicia son sustituidos por la amenaza y la coacción, la ocupación y el troceo sectario de las instituciones y organismos estatales (ni el agua es ya algo común en España, y lo era desde Alfonso X el Sabio), y los jueces y profesores, divididos a su vez en buenos si son de una cuerda o perversos retrógrados si son de la otra, son acosados por una calle manipulada por gente que incluso aplaude los crímenes en Venezuela y Nicaragua porque son afines, pero invocan a los espectros de una guerra pasada, estamos al borde de un precipicio.

La democracia, para ser real, tiene que facilitar el libre y ecuánime examen de todos los proyectos e ideas sin excepción, de modo que todos los ciudadanos, en la intimidad de la conciencia y sin presiones de nadie, depositen en secreto sus papeletas de voto en las urnas. El resultado es lo que la verdadera calle, toda la calle y no la que interesa, quiere. Por eso es tan penoso lo que estamos viviendo. Cuando en una democracia no se respetan la razón ni los valores comunes, ni se aceptan con realismo y prudencia los resultados electorales, estamos ante la agonía de una democracia.

Para gran parte de la izquierda española, que cree ser el verdadero y legítimo pueblo español o lo que sea, y que sigue sin ser autocrítica ni escrupulosamente democrática, quien no es de los suyos no es ciudadano español ni tiene derechos ni libertades. La otra mitad de España, o más, es, por principio, moralmente mala, y sólo debe tener como destino acojonarse, esconderse, rendirse o irse. La calle, su calle, es legítima porque es suya y porque va con la Historia (marxista). Como antes, como siempre. Dios nos coja confesados, por lo menos hasta septiembre.

En España

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