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Pedro de Tena

Socorro

Algo muy hondo se está descomponiendo y cada vez estamos todos más tristes, más cansados, más desesperados.

Lo estudiábamos en Química cuando tratábamos de disolver sustancias en los líquidos. Llegaba un momento en que no se podía aumentar la capacidad de la solución y la sustancia caía al fondo del matraz. Algo así me ha pasado en estos días con el espectáculo nacional. Los que somos ya mayores, esto es, que éramos jóvenes en la parte final del franquismo y en los años de la transición, hemos vivido ya demasiados cuentos, tantos que, como León Felipe, que contó el cuento terrible del latrocinio de los milicianos en nombre de la república (léase La Insignia), nos sabemos ya todos los cuentos, también los de quienes, de todos los colores y en nombre de la democracia, han perpetuado el pillaje. ¿Y saben lo que pasa? Como en las soluciones, llega un momento de saturación. Cuando eso le ocurre a una sola persona, o a unas pocas, tiene importancia, pero relativa. Pero cuando la saturación de indignidades va llegando al grueso de la población, el resultado suele ser terrible.

La lluvia inmisericorde de noticias asquerosas que sufrimos desde hace tanto tiempo hizo mella en mí el otro día, cuando, casi amaneciendo, me disponía a escribir ¡otra vez! de UGT y sus manejos con dinero público. Me quedé pasmado ante el teclado del ordenador a pesar de que había mirado con detalle nuevos documentos y papeles que podrían dar lugar a nuevos titulares escandalosos. Con las manos en la mesa y los ojos en el techo, comprendí que estaba saturado. Ya me daba igual que me echaran encima siete, veinte, cincuenta noticias más sobre corruptelas varias porque mi corazón ya se no se conmovía, ya no se indignaba, ya no se rebelaba. Fue entonces cuando llamé a la redacción de esta casa, Libertad Digital, y les comuniqué que no podía, que necesitaba tiempo, que quería recordar que en esta España y en este mundo, además de porquería, había belleza, amor, grandeza, ejemplaridad, héroes, inventores, gente que servía a la sociedad con sus hallazgos y creaciones. Afortunadamente, los jefes de la redacción entendieron mi petición de auxilio.

Creí que en estos días iba a recuperar el ánimo perdido. Pero no. La mierda ya no cesa de caer sobre nuestras cabezas de ciudadanos de a pie y España empieza a oler realmente mal en todo el espectro desde el azul al rojo. Algo muy hondo se está descomponiendo y cada vez estamos todos más tristes, más cansados, más desesperados. Se ha despreciado tanto la moralidad, los valores, la potencia de las conciencias individuales a la hora de hacer lo que se debe que ahora ser honrado, en un sindicato, en un partido, en un comercio, en un tribunal, en un banco, en una universidad, donde sea, se ha vuelto una misión, no imposible, sino estúpida, banal, ingenua. Ya no es aquello de la libertad para qué, sino esto otro, además, de la honradez para qué. ¿Queda gente de bien para reaccionar ante esta tragedia o sólo podemos esperar la destrucción final? Perdónenme, pero es que estoy fatal. Saturado del todo.

Y encima se muere Mandela. Socorro.

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