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Pedro de Tena

Tratado de la desilusión

¿Tiene algo que ver esta porquería con la democracia digna y respetuosa que una vez se soñó para España?

Seguramente es cierto que vivir no es más que un severo camino de desilusiones. Y lo es, en parte, porque en nuestra educación idealista se hizo mucho más hincapié en lo que debía ser que en lo que realmente era. En vez de atender a los hechos mismos hemos sucumbido ante formulaciones embellecedoras de la fealdad de la realidad. Tal vez por eso Julián Marías tardó décadas en redactar su Breve tratado de la Ilusión. Defiende, entre otras cosas, que la ilusión es constitutiva de nuestra  vivencia del presente por su conexión con el futuro. Creemos, necesitamos, esperamos que lo porvenir sea mejor que lo vivido  y ello nos predispone a  la ilusión. Además, como el doble significado de la palabra revela, ilusión hace referencia a algo ilusorio, no real,  e iluso a quien se entrega a demasiadas esperanzas

Muchas veces digo a mis amigos,  nada en broma, que el mejor libro profético que se ha escrito en el siglo XX ha sido El Padrino de Mario Puzo. Muchos pueden pensar que estaba describiendo a una pandilla de delincuentes que se situaba por debajo del poder político democrático en los todopoderosos Estados Unidos. No. En realidad, Puzo estaba pronosticando en qué estructuras mafiosas podían convertirse las democracias occidentales al haber desaparecido de su horizonte una autoridad moral compartida (en nuestro caso, de la Iglesia), la igualdad de todos y cada uno de los ciudadanos ante la ley administrada por  unos tribunales independientes y la aceptación del discurso racional de la ciencia y filosofía, esto es, la verdad como fin y la libertad como medio.

Viene esto a cuento del presidente Biden y de su ya sorprendente confesión mundial: “Putin es un asesino”. Lo mismo podría haber dicho del presidente chino, Xi Jinping,  pero en su caso había intereses familiares de por medio, como es bien conocido. No digamos nada de  Nicolás Maduro, de Castro y de tantos otros.  Si tuviéramos que elaborar una nómina de asesinos, aparecerían en su listado desde Estados a grupos menores de poder, desde servicios secretos a bandas callejeras. Parafraseando a Walter Lippmann, de lo que se trata, por lo visto,  es de ganar o robar mucho dinero, de tener ejércitos o servicios de seguridad o bandas para defenderlo e influir con él en los gobiernos y de disponer de iglesias o púlpitos mediáticos que lo  bendigan y lo blanqueen todo. Si es en nombre de la democracia, juego perfecto.

Puede parecer lejano, incluso remoto. Pero sólo hay que comprobar cómo se desarrolla la “competencia” de los partidos en nuestro régimen constitucional para comprender que estamos implicados de lleno en el proceso de estructuración mafiosa de la sociedad. Lo que ha ocurrido en Murcia, último ejemplo de la compraventa política en unos y otros sentidos, da una idea de lo fácil que es anular o subvertir el voto ciudadano. Pronto lo veremos en Castilla León y tal vez en Madrid, como ya lo hemos visto en otras partes. Recuerden 1993 cuando el nacionalismo separatista catalán, encubierto en un servicio de “gobernabilidad”, fue sustrayendo de la mayoría nacional la propiedad de la nación a cambio de su apoyo al gobierno socialista. Lo  mismo ocurrió en 1996 en esta ocasión con su apoyo del Partido Popular. A saber lo que pasó en 2004, salvo que tuvo como consecuencias la absolución política de los asesinos de ETA y la desmemoria histórica. Y todo oscuro, sin luz ni taquígrafos.

Todo empieza como si nada. Fíjense en el congreso del PP de Sevilla, con personas de la misma sensibilidad política y un programa idéntico. Pero hay tanto en juego, desde el nombre del próximo candidato/a a la Alcaldía de Sevilla a los intereses que se defenderán en los ayuntamientos, en el Congreso, en el parlamento andaluz, que la batalla entre la dirección nacional de Pablo Casado y la regional de Juan Manuel Moreno y Javier Arenas, ha sido más propias de mafias enfrentadas que de otra cosa. Que de 3.000 avales sólo prosperaran 1.200 en la candidatura de Virginia Pérez, ahora casadista, pero antes sorayista y más antes arenista, indica que más de la mitad de los presentados o eran falsos, o eran irregulares o no se ajustaban a la ley propia del partido. Pero es que en el caso del oponente, Juan Ávila, de 1.200 avales sólo la quinta parte fuese admitida como legal, da una idea de cómo son los procedimientos y el respeto a las normas. ¿Qué hay de la legalidad, de la caballerosidad, de la democracia, de la limpieza? Nada de nada, son negocios, nada personal.

Y no hablemos de un Podemos donde el califa de Galapagar (por lo de sus harenes) designa, ordena y decreta todo lo que le viene en gana sin reunir siquiera a su cúpula. Las formas ya ni importan, que se lo digan al sátrapa de Ferraz. 

¿Tiene algo que ver esta porquería con la democracia digna y respetuosa que una vez se soñó para España? 1,2,3, responda otra vez. Estamos escribiendo un tratado nacional de la desilusión que no tiene más salida que la estructuración mafiosa ante la absoluta impotencia de las urnas. Es la profecía de Puzo. 

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