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Pedro Fernández Barbadillo

El viaje de Miguel Boyer a la Unión Soviética

¿Puede ser llamado liberal alguien como Boyer? En España, donde todos los partidos parlamentarios son socialdemócratas, sí.

De nuevo en España ha fallecido una personalidad de la generación de la Transición, y como en los casos de Adolfo Suárez y Emilio Botín, los obituarios han sido más bien composiciones para juegos florales.

Esta incapacidad de la opinión pública para la reflexión y la crítica desapasionada llevan a pensar que, como ha escrito Ignacio Ruiz Quintano (ABC) sobre otro asunto, "en la España que se avecina el conejo supera como animal totémico al toro, dónde va a parar".

Se ha querido presentar a Miguel Boyer como "un liberal en la corte del felipismo" (así tituló el periodista Mariano Guindal su obituario en El Mundo), pero no deja de ser un atributo exagerado… Y desde luego describe muy bien el endeble carácter intelectual de la sociedad española que a un ministro que aumentó la presión fiscal sobre las clases medias, realizó una expropiación legalizada luego por una ley de caso único y luego fue asesor de Rodríguez Zapatero, el gobernante democrático que más ha querido inmiscuirse en las conductas particulares de las personas, se le califique de liberal.

Boyer aplicó sentido común a la gestión de la economía, tomó algunas medidas que más que liberales cabe denominarlas aperturistas (su decreto-ley de abril de 1985 que rebajó el blindaje a los alquileres de viviendas y locales firmados a partir entonces, causado por una nefasta legislación franquista, y amplió los horarios comerciales) y, como cuenta su biógrafo José Luis Guitérrez (Miguel Boyer. El hombre que sabía demasiado) se opuso a los intentos de Alfonso Guerra de sustraer a Hacienda la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado y los planes de UGT de sustituir a los directivos de las empresas públicas por sindicalistas.

El propio Gutiérrez asistió a una discusión entre Boyer y Guerra al poco de formarse el Gobierno socialista. Guerra había presionado a varios altos cargos del Ministerio, omitiendo a Boyer, para que aprobasen el contrato de suministro de gas con el "Gobierno progresista" argelino, dominado por el Frente de Liberación Nacional, partido hermano del PSOE en la Internacional Socialista. Boyer se oponía, porque era malo para los intereses españoles, pero al final el contrato se firmó.

¿Un liberal que recoge votos de los banqueros?

Pese a estos enfrentamientos con el guerrismo y la UGT, Boyer no renunció al objetivo socialista de poner a la economía, sobre todo la financiera, al servicio del poder político.

A los pocos días de cesar como ministro, en julio de 1985, llegó a la presidencia del Banco Exterior de España, entidad pública, y se incorporó a uno de los sindicatos de intereses más poderosos del momento: los almuerzos de los entonces llamados siete grandes, las reuniones de los presidentes de los bancos más grandes del país (Banesto, Central, Hispano, Bilbao, Popular, Vizcaya y Santander). Es decir, se unió a un lobby, que sólo se rompió en 1989, cuando Emilio Botín rompió el acuerdo de las bajas remuneraciones a los ahorros de los clientes mediante el lanzamiento de una supercuenta.

Boyer, cuando su amigo y protector Felipe González convocó el referéndum que había prometido en la campaña electoral para sacar a España de la OTAN para quedarse en ella, persuadió a los banqueros para que una semana antes de la votación divulgasen un comunicado pidiendo el voto en el mismo sentido que lo pedía el Gobierno.

¿Puede ser llamado liberal alguien así? En España, donde todos los partidos parlamentarios son socialdemócratas, sí.

En la triste patria del socialismo real

En los obituarios dedicados a Miguel Boyer no se ha mencionado un curioso viaje que en diciembre de 1977 realizaron Felipe González y Alfonso Guerra, acompañados por Boyer, Francisco Ramos y Miriam Soleymán, a la URSS de Leonid Breznev, cuando los disidentes se les trataba como enfermos mentales o se les deportaba a lejanas ciudades.

Los españoles se dirigían a una reunión de la Internacional Socialista en Tokio y se detuvieron cinco días en Moscú y Leningrado (hoy San Petersburgo). Numerosos periodistas e historiadores sostienen que la escala respondía al plan del PSOE, que se había convertido en el partido hegemónico de la izquierda española en las elecciones celebradas en junio anterior, de pedir a la dictadura soviética que retirase o atenuase su apoyo al PCE de Santiago Carrillo a cambio del compromiso de impedir la entrada de España en la OTAN.

Los dirigentes soviéticos, cuenta el periodista José Luis Gutiérrez, que también acompañó a la delegación,

Trataban de asegurarse la oposición del PSOE a la adhesión de España a la OTAN, algo que lograron al incluir un párrafo en el que ambos partidos se reafirmaban "en la necesidad de superar la división del mundo contemporáneo en bloques político-militares contrapuestos, así como su ampliación".

Según Gutiérrez,

Boyer tuvo ocasión de mantener diversas entrevistas de carácter económico y visitar varios centros de producción. La impresión que obtuvo de aquel viaje fue aún más negativa que la que recibió su padre cuando visitó la Rusia soviética casi medio siglo antes, y le reafirmó en sus dudas acerca de la planificación económica y la virtualidad de la empresa pública

Alfonso Guerra, vicesecretario general del PSOE, cuenta otra anécdota del viaje en uno de sus libros de memorias (Cuando el futuro nos alcanza). Primero explica que llevaron consigo a Boyer, que había fracaso en su intento de conseguir un acta de senador por la provincia de Logroño, "para que sus conocimientos en economía dieran utilidad a nuestra oportunidad de comprobar los efectos de la planificación soviética".

La delegación española se reunió con los directores del Gosplán, el organismo encargado de la planificación económica y de los célebres planes quinquenales, y entonces Boyer llevó la voz cantante. Hábilmente preguntaba los datos de producción, distribución de la tierra y otros muchos conceptos, para acabar concluyendo ante el rostro atónito del director -que mostraba una dentadura casi completa de oro (…)- que el 1 por 100 de la tierra cultivable aportaba el 25 por 100 de la producción agrícola. Ese 1 por 100 correspondía a la escasa tierra que era trabajada familiarmente, sin atender la disciplina de la política estatal.

Sin duda la experiencia de su viaje a la URSS, cuando ésta todavía se encontraba en su mayor cota de prestigio entre los partidos socialistas del mundo como contrapeso a los EEUU y a Wall Street le hizo modificar algunas de sus opiniones.

Olvidarse romper con el capitalismo

Otro hito en la trayectoria de Boyer como economista fue el fracaso del Gobierno de unidad de la izquierda en Francia. Formado en junio de 1981, el Gobierno, presidido por Pierre Mauroy y con cuatro ministros comunistas llegó con un programa de "ruptura con el capitalismo". Sus primeras medidas pretendieron estimular la economía mediante la demanda. Para ello, el Gobierno subió el salario mínimo, redujo la edad de jubilación a los 60 años, aumentó a cinco las semanas de vacaciones y aprobó nuevos impuestos para el considerado como capital improductivo.

Las consecuencias fueron un desastre económico. En poco más de un año, se devaluó dos veces el franco y en junio de 1982 se decretó la congelación de salarios y precios hasta noviembre. También aumentaron la inflación y el déficit exterior. Esto sucedía poco antes de que se celebrasen en España las elecciones generales de 28 de octubre de ese año, en que el PSOE obtendría 202 diputados.

Boyer aconsejó a González que se negase a aplicar un programa similar en España. Y González le nombró ministro de Economía y Hacienda en su Gobierno, presentado el 1 de diciembre de 1982, con esa condición aceptada. Éste puede haber sido el mejor servicio de Boyer a España: que en un país sacudido por la inestabilidad política, social y económica no se añadiese un experimento de ruptura con el capitalismo.

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