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Pedro Fernández Barbadillo

Los franceses enseñaron a los argentinos a torturar

Los Gobiernos de Occidente prefirieron apoyar a la Junta Militar, pese a que conocían lo que ocurría.

Los Gobiernos de Occidente prefirieron apoyar a la Junta Militar, pese a que conocían lo que ocurría.

La muerte del teniente general Jorge Rafael Videla, que encabezó el golpe de estado de 24 marzo de 1976 que derrocó a la presidenta Isabel Martínez Perón y fue presidente de facto de Argentina durante los cinco años siguientes, ha vuelto a recordar los tiempos de la llamada guerra sucia, uno de los horrores del siglo XX. A diferencia del tópico, que asegura que los militares argentinos fueron instruidos por los de Estados Unidos en la Escuela de las Américas (Panamá), la verdad es que ese conocimiento lo recibieron de los franceses.

Argentina fue uno de los campos de batalla de lo que el mexicano Jorge Casteñada ha denominado la Guerra de los Treinta Años regional, comenzada con la toma del poder en Cuba por los Castro y sus barbudos y concluida con el desplome de la URSS. En los años 70 operaron en Argentina dos grupos terroristas de extrema izquierda: el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), la estructura militar del Partido Revolucionario de los Trabajadores, y los Montoneros, nacidos de la Juventud Peronista.

El regreso de Perón, exiliado en España, y su elevación a la presidencia en las elecciones de 1973 no detuvo a los montoneros, que fueron descalificados por su propio líder. El ministro de Bienestar Social peronista, José López Rega, montó la Triple A. En 1975 se produjeron al menos 500 muertes por motivos políticos en todo el país y el Gobierno de Martínez de Perón dictó cuatro decretos que ordenaban a las Fuerzas Armadas ejecutar las

operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos subversivos.

Cuando los militares establecieron la última dictadura que conoció Argentina, a la que denominaron Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), ampliaron sus métodos antisubversivos y en la guerra que siguió después murieron miles de personas: militares, policías, terroristas y civiles. El número de desaparecidos a causa de la dictadura se calcula en más de 9.000, según expuso en Libertad Digital Horacio Vázquez-Rial.

Pero los argentinos no aplicaron planes y métodos propios, sino que tuvieron maestros.

Empieza en Indochina

El primer país occidental que se enfrentó a la guerra revolucionaria promovida por la URSS de Stalin en las colonias africanas y asiáticas fue Francia, en Indochina (1946-1954) y Argelia (1954-1962). Esa nueva estrategia se caracterizaba por el camuflaje y el disimulo, la desaparición de la distinción entre combatientes y civiles, que hasta entonces había sido capital en el derecho de guerra, y la acción de la propaganda. Los comunistas vietnamitas y argelinos buscaban que los uniformados franceses ejecutasen represalias contra la población civil para que la violencia les facilitase las labores de recluta y también para que los franceses descabezasen las sociedades tradicionales.

Ante el éxito de la guerra irregular en las selvas tropicales, los comunistas la extendieron a todo el mundo. Incluso el terrorismo urbano que asoló Europa Occidental en los años 70, desde las Brigadas Rojas italianas a la ETA española, se basaba en sus principios: atentados selectivos, preferencia por pequeños grupos autónomos poco armados en vez de por unidades numerosas con armamento pesado y banderas; ataques a civiles; asesinatos cometidos por los terroristas que el aparato propagandístico atribuía a los militares o a los policías; relaciones con periodistas extranjeros para usarlos como altavoces; transformación de todo un país en campo de batalla...

El Estado Mayor francés elaboró unas directrices de guerra contrasubversiva que se aplicaron sobre todo en Argel por parte de una unidad de paracaidistas; el objetivo era descabezar la red del Frente de Liberación Nacional que cometía atentados en la ciudad. Los militares secuestraban a civiles sospechosos de ser miembros del FLN o colaboradores (informadores, suministradores de material o comida…), los interrogaban, empleando la tortura si hacía falta, y, por último, los encarcelaban o hacían desaparecer sus cadáveres. Todo ello al margen de los jueces civiles y de las leyes militares vigentes.

En el marco de la OTAN, fundada en 1948 ante la amenaza del Ejército Rojo establecido en Berlín, Praga y Viena, sólo Francia tenía experiencia en esta nueva forma de guerra, por lo que en los años 50 los Gobiernos de las demás potencias pidieron a París que les transmitiese los conocimientos adquiridos por sus militares. Uno de esos Gobiernos fue el de Estados Unidos: tanto las Fuerzas Armadas como la CIA emplearon esos métodos en Vietnam y en Centroamérica. Otro, el de Argentina, donde en 1955 un golpe cívico-militar había derrocado a Juan Perón.

Los oficiales argentinos que habían estudiado en los años 50 en Francia –o participado en cursos– regresaron a su país con la nueva doctrina francesa, que sustituyó así a la doctrina militar clásica (combates entre ejércitos, batallas de carros, fortificaciones…), elaborada por los militares alemanes, que era la vigente en el Ejército argentino.

Una misión francesa por más de veinte años

Pero estas relaciones basadas en la unión frente a la guerra subversiva marxista no se limitaban a los militares, sino que se extendían a los políticos civiles. El Estado Mayor del Ejército argentino solicitó en 1959 a Francia el envío de militares veteranos de las guerras de Argelia e Indochina para recibir entrenamiento sobre guerra antisubversiva. Los argentinos apodaron a los miembros de la misión militar francesa "los muchachos de Salan", en alusión al general Georges Salan, uno de los jefes de la OAS. La misión francesa se mantuvo hasta 1981, con la autorización de los diferentes Gobiernos de París. En esos años se sucedieron en la presidencia de la república francesa Charles de Gaulle, Georges Pompideu y Valery Giscard d’Estaing.

La influencia francesa culminó en 1961 con la organización en Buenos Aires del Primer Curso Interamericano de Guerra Contrarrevolucionaria, en el que participaron militares de 14 países del continente. Su director fue el oficial Alcides López Aufranc, que había sido alumno de la Escuela de Guerra de París y que llevó a oficiales franceses como instructores de ese curso.

Lo curioso es que los americanos pidieran consejo a los franceses cuando éstos perdieron las dos guerras, la de Argelia y la de Vietnam.

Los Gobiernos de Occidente prefirieron apoyar a la Junta Militar, pese a que conocían lo que ocurría. Videla fue invitado a Japón a un viaje oficial, asistió junto a docenas de otros gobernantes del mundo, incluso de la democrática Europa, a la misa de inicio de pontificado de Juan Pablo I y recibió al rey Juan Carlos en Buenos Aires; Estados Unidos contó con los militares argentinos para la lucha antisandinista en Nicaragua; Francia siguió vendiendo armamento a la Junta; el capital de la progresista Holanda fue el segundo inversor extranjero en el país; y sólo un futbolista de los que participaron en el Mundial de 1978 protestó por los desaparecidos. Y es que el Imperio del Mal daba más miedo.

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