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Zoé Valdés

Dijon-Grozny

No es una trifulca de patio de colegio, enfados infantiles, rabietas pasajeras de adolescentes. Es bastante más serio. Es una guerra con todas sus letras.

No es una trifulca de patio de colegio, enfados infantiles, rabietas pasajeras de adolescentes. Es bastante más serio. Es una guerra con todas sus letras.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron | EFE

Los chechenos tomaron –armados con armamento pesado– las calles de la ciudad de Dijon. ¿Que nadie se lo esperaba? Bueno, eso de que nadie se lo esperaba es cosa de comadrejas televisivas y chinches radiales.

Los que vivimos fuera de la Caja Tonta que Eructa (la tele) sabíamos con certeza que la cosa no tardaría en explotar. Tanto va el cántaro que… y tal.

Dijon no es más Dijon desde hace cinco noches. Es, aunque no tan cercano, bastante parecido a la Grozny de entre 1994-95. Aunque nos aconsejan no exagerar. Estamos viendo las imágenes bélicas, inaguantables, pero no. Pero. No.

No es eso que entra en tus pupilas; la guerra está en tu cabeza, te reiteran, en tus ojos, en tus anhelos… Por favor, basta ya de pendejerías baratuchas, manada de cobardes.

Esto es una guerra. ¿O tendría Macron que anunciarlo seis veces en una alocución televisiva, e incluso así dudarían?

¿Que dicen que fue una trastada entre bandas y pandillas? Otra bobería más, nos quieren hacer creer que porque nos comportamos correctamente somos chivos con tontera. Igual sí.

Lo siento, no estoy de acuerdo (dudo al escribir esta frase). No estar de acuerdo me sitúa en la posición más que incómoda, indelicada y malagradecida, de exiliada disidente del país que me acogió y me naturalizó (España lo hizo primero) como exiliada de otro país en el que… ad infinitum. ¿Debo usar mis derechos? ¿Los tendría finalmente, o siempre serán como prestados y a la conveniencia de tal y cual y nunca mía?

Volvamos a los hechos. Esto tampoco tuvo nada que ver –como ya quisieron empezar a enmascarar– con Antifa ni con el racismo unidireccional que le importa a Hollywood y los guaracheros de Nancy Pelosi. No, esto no es teatrillo de cuarta del odio. Es puro odio. El odio de una guerra.

Esto es lo que trajo el barco, en sentido literal. La inmigración inadaptada, y mucho menos integrada. Que entre ellos no se soportan, magrebíes y chechenos, resulta más que evidente. Porque tampoco se adaptan, no soportan este país. No es una trifulca de patio de colegio, enfados infantiles, rabietas pasajeras de adolescentes. Es bastante más serio. Es una guerra con todas las letras, que estamos viviendo por episodios.

El último, el más reciente, de esta guerra real, subrayo, empezó por el asesinato de un joven checheno de 16 años por parte de un argelino. En Dijon. Los chechenos no se iban a dejar. Porque el que ignore cómo se mandan y se zumban los chechenos es porque ha vivido en el imperio de La La Land durante los últimos treinta años, y más. La guerra se ha ido extendiendo a otras ciudades, y alcanzó a un suburbio de París. Los medios –o miedos– de comunicación lo tratan de esconder o minimizar.

También resulta que, según la mayoría de esa prensa adocenada, la culpa es de los chechenos. ¿Saben por qué? Porque con los magrebíes, con los árabes, no se puede meter nadie. No hay que tocarlos ni con una pluma de cisne ni con una motica de algodón. Son como esa parte de la oposición cubana de biscuit, de porcelana o de merengue. Aunque con mayor inquina. A la menor crítica se fracturan en mil trocitos; entonces, fingiendo siempre fragilidad e inocencia, pretendiendo siempre la intocabilidad, exteriorizan el demonio que llevan dentro con una pericia increíble: como la célebre gatica de María Ramos, tiran la piedra y esconden la mano.

Ah, pero ahora los magrebíes se toparon a gran escala con los chechenos. Con los chechenos no se juega, y con su sangre menos. No vayan a matar a uno de ellos porque serán demolidos o molidos como picadillo de soja. Es muy simple y es lo que está pasando.

¿Pareciera lenguaje de otro planeta? No, es de éste, de ahora mismo. Y ocurre en Francia. No sucede en un barrio de los suburbios de Argel ni en uno de Grozny. Transcurre en la ciudad de Dijon, en la región de la sabrosona y picante mostaza francesa. Aunque no sé si, en los tiempos que corren, todavía se fabricará mostaza en Dijon, o habrán empezado a importarla de Argel o de Grozny. El tema es que a los chechenos cuando se les sube la mostaza les revienta algo muy fuerte en la cabeza y no creen en ese más allá idílico de los magrebíes. O a lo mejor creen tantísimo más en el paraíso que les promete el islam.

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