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Cristina Losada

Adiós a un 'apparatchik'

Pudo ser nuestro Ceaucescu y acabó de tertuliano en la Ser.

Hay un tipo de acontecimientos españoles que hacen surgir la prosa nodo, esa ampulosa vaciedad característica de los noticiarios que pasaban en los cines durante la dictadura. Estos días la hemos tenido en abundancia, fuese por este o aquel asunto, y también, desde luego, en relación a la muerte de Santiago Carrillo Solares. El lugar común ha sido su papel en la transición a la democracia, y yo no lo voy a negar, ni mucho menos, aunque diré que las circunstancias crean a sus personajes. Dicho en la prosa nodo del catecismo marxista, que era la única realmente existente mientras pervivió el Imperio, fueron las condiciones objetivas las que dieron el Carrillo al que se homenajea. Pues yo no he visto nunca al individuo Carrillo por ninguna parte, si por individuo entendemos algo distinto al que se considera instrumento al servicio de fuerzas implacables.

Carrillo fue un apparatchik y ya no pudo ser otra cosa. Ahora le ponemos ese mote a cualquier burocratilla de partido, pero el original, el auténtico, era el funcionario terrible y temible que servía, no al hombre, no a la Humanidad, no a los oprimidos –esa palabrería para sentimentales–, sino a la Historia, es decir, al partido. ¿Ideología? ¿Qué ideología? La ideología era para los "inocentes", los "tontos útiles". El apparatchik sólo creía en el partido. Ni principios ni convicciones. El suyo era el más puro cinismo político. Pertenecía a lo que Camus llamó una nueva y repugnante "raza de mártires", cuyo martirio consistía en infligir sufrimiento a los otros. No había una brizna de idealismo ahí, y por eso no se podía encontrar a ningún comunista de convicción detrás del Telón de Acero. Estaban todos del otro lado.

El PCE adquirió aureola romántica y seguidores por su antifranquismo mucho más que por el comunismo, de manera que se extinguió al desaparecer la dictadura. Pero el comunismo, a diferencia de su compañero totalitario, goza del estatus de ideal o sueño, aún más desde que no existe realmente, y así a Carrillo se le despide como a alguien que soñó con un mundo mejor y todo eso. Su loado pragmatismo obedeció a la correlación de fuerzas. Tacticismos. No extrañe que el mismo que aprobó la política de Reconciliación Nacional se mudara al desentierro de odios bajo el impulso zapaterista. En realidad, no fue distinto en nada a los dirigentes comunistas que tuvieron el poder, salvo que él solo tuvo el poder en el partido. Suficiente para que muchos lo pagaran caro. Carrillo pudo ser nuestro Ceaucescu y acabó de tertuliano en la Ser.

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