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EDITORIAL

La penúltima decepción de Obama

Obama, pese a ser en lo ideológico un resumen perfecto de los errores de la izquierda, suponía al menos un soplo de aire fresco al no fomentar el victimismo y suponer un ejemplo de superación que bien pudiera quebrar esa cultura insana.

La raza sigue siendo uno de los temas omnipresentes en los Estados Unidos. En un país donde, una tras otra, las diversas minorías étnicas o culturales han prosperado y se han integrado con el conjunto de la nación, los afroamericanos parecen haberse estancado y convertido en la perenne minoría pobre, que vive en guetos instalados en el centro de las ciudades, y que aporta un volumen de delincuentes completamente desproporcional a su porcentaje dentro de la población estadounidense, el 12 por ciento.

Se han buscado diversas explicaciones para esta situación. La más habitual, especialmente entre las izquierdas, ha sido considerar esta desdicha como una suerte de herencia de la esclavitud. Hay varias razones por las que esto no se sostiene. La razón inmediata de los bajos ingresos de los negros en Estados Unidos es que en porcentaje trabajan y se casan menos que los demás. Pero a finales del siglo XIX, cuando la esclavitud hacía bien poco que había desaparecido y estaban legalmente discriminados en el Sur, las tasas de matrimonio y participación en el mercado de trabajo eran ligeramente superiores a las de los blancos. Y así continuó siendo hasta los años 60. Además, otros grupos que han sufrido grandes injusticias –como los japoneses, que fueron recluidos durante la Segunda Guerra Mundial– sí han salido adelante.

Otros autores, como los colaboradores de Libertad Digital Thomas Sowell y Walter Williams, consideran que la raíz del problema está en las leyes promulgadas a partir de los años 60, especialmente la expansión del Estado del Bienestar de Lyndon Johnson, que fomentó la disgregación de las familias y los nacimientos fuera del matrimonio, así como la dependencia del Estado como forma de vida. A esto se le añadió el fomento por parte de líderes sociales como Al Sharpton o Jesse Jackson de una cultura victimista que ha permitido a los negros culpar de sus fracasos a los blancos, frenando en seco cualquier cambio que pudieran emprender para mejorar su situación personal. Así, por ejemplo, muchos niños negros tienen miedo de hacerlo bien en la escuela porque podrían ser acusados por sus compañeros de "actuar como un blanco". En un contexto cultural de este tipo es difícil prosperar.

Uno de los principales responsables de fomentar esta situación es el Partido Demócrata, que ha sacado un gran provecho electoral por ello. Y es que por mucho que algunos quieran ver en Estados Unidos un partido de derechas y otro más de derechas aún, lo cierto es que los demócratas son una organización de izquierdas clásica, de la que han aprendido mucho directa o indirectamente los socialistas y socialdemócratas europeos. Una de las armas de Zapatero, la división de la sociedad en colectivos como gays o mujeres a los que luego dice favorecer con leyes en realidad contraproducentes, está directamente cogida del manual demócrata, que lleva décadas haciendo lo mismo. Por eso Obama, pese a ser en lo ideológico un resumen perfecto de los errores de la izquierda, suponía al menos un soplo de aire fresco al no fomentar el victimismo y suponer un ejemplo de superación que bien pudiera quebrar esa cultura insana.

Desgraciadamente, incluso ese único punto positivo se ha desvanecido cuando se ha sabido que el pastor de la iglesia a la que lleva acudiendo dos décadas y a la que donó más de 20.000 dólares hace apenas dos años no sólo proclama su odio a su propio país –algo que aquí podrá estar bien visto, pero allí no–, sino que es un perfecto exponente de esa cultura victimista que llega a desembocar en racismo contra los blancos. Así, la misma persona que se proponía superar la división racial ha tenido como guía espiritual a un hombre que cree que Estados Unidos se mereció el 11-S o que el Gobierno da drogas a los negros para mantenerlos esclavizados.

Para frenar el golpe, Obama hizo un discurso que pudo tranquilizar a buena parte de su grey, pero que fuera de ella no convenció a nadie e indignó a muchos. El hechizo hipnótico de su candidatura, la "obamamanía", parece que empieza a desvanecerse, aunque no se sabe si lo suficiente como para permitir a Clinton hacerse con la candidatura demócrata. Mientras, McCain sigue contemplando el espectáculo desde la barrera y ganando apoyos. Ya supera a ambos demócratas en intención de voto, y cuando llegue la campaña de verdad, posiblemente pueda usar hasta los anuncios televisivos que los contrincantes demócratas han utilizado el uno contra el otro. Es muy pronto para predecir nada, pero no parece que la izquierda vaya a ganar de calle, como tantos querrían.

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