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Enrique de Diego

Arabia Saudí, responsable

El enemigo se esconde, aprovecha los espacios de tolerancia de la sociedad abierta, pero no es un ente espiritual ni un monstruo salido del subconsciente. Posee escuelas de terroristas, santuarios, campos de entrenamiento y fuentes de financiación. Tiene su base, por ejemplo, en Afganistán. No sólo, pues hay terrorismo e integrismos en diversas partes del mundo, pero ahí es huésped de honor dentro de un mismo orden moral. Desde allí se organizan las masacres y se dan las órdenes.

¿Quiénes reconocen a los talibán? ¿Quiénes consideran respetables a estos sembradores de odio? ¡Sólo tres naciones! Entre los innumerables países con asiento en la ONU sólo tres gobiernos tienen la desfachatez de tener representación diplomática en un territorio donde ningún derecho humano es respetado y donde las mujeres ven la vida tras la prisión de la burka. ¿Tres naciones acaso con serios conflictos con Occidente? ¿Tres gobiernos con graves contenciosos con los Estados Unidos? ¿Tres parias de la sociedad de naciones? Nada de eso. Son Pakistán, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. Tres firmes aliados. Tres países “árabes moderados”. ¡Kuwait, por quien fueron a luchar los soldados occidentales! ¡Arabia Saudí, cuyas fronteras fueron defendidas por el costoso despliegue, en todos los sentidos, de las fuerzas norteamericanas! También Pakistán, el amigo predilecto de Washington, hasta sus experimentos con bombas nucleares en 1998.

¿Qué sentido tiene? Casi siempre, aquello del enemigo de mi enemigo es mi amigo es un salto en la lógica. Nunca es por ese simple hecho mi amigo. A veces puede ser mi enemigo. ¿Árabes moderados? Será, en todo caso, naciones árabes no agresivas o no belicistas, pero en Arabia Saudí se lapida a las adúlteras, se prohíbe la enseñanza y hasta el permiso de conducir a las mujeres y una “policía religiosa” recorre con varas las calles para sacudir a los perezosos o a los despistados en sus devociones. ¿Dónde está la moderación? ¿Da patente el petróleo para ser considerado un moderado a pesar de las evidencias? ¡Los saudíes son los padres, los hermanos mayores y los generosos financiadores de los talibán! A Afganistán van sus príncipes a cazar y dejan como regalo sus todoterreno y sus sistemas de telefonía. ¡Talibán pudientes, amantes del lujo, pero talibán al fin y al cabo!.

¡El integrismo no existiría sin Arabia Saudí! ¡No hubiera alcanzado sus actuales dimensiones sin las dispendiosas y siempre llenas arcas de la familia real saudí! ¡Nuestros amigos! ¡Nuestros queridos y moderados amigos!.

“La dinastía saudí –dice Gilles Keple- puso su fabulosa riqueza al servicio de una opción conservadora de las relaciones sociales. Exaltó el rigor moral y financió en su nombre la difusión mundial de todos los grupos o partidos que iban a adherirse a ella. Multiplicando las concesiones en el ámbito cultural y moral, el poder establecido favoreció en su conjunto un clima propicio para la reislamización en su vertiente reaccionaria. Arabia Saudí desempeñó un papel central en ese proceso, distribuyendo dinero con generosidad, suscitando vocaciones y vasallajes, y fidelizando a las clases medias piadosas gracias a los productos financieros aportados por el sistema bancario islámico. A finales de los años sesenta, el único lugar del mundo en que los ulemas consiguieron mantener el control del discurso público sobre los valores esenciales fue en Arabia Saudí.

Ni todo el petróleo del mundo vale para mantener esa patraña de los países “árabes moderados”. Nunca se empleó el concepto de moderación con tanto abuso. Digamos, en todo caso, que nos conviene por estrategia, por dependencia energética, no reconocer lo obvio. Pero –como decía George Orwell- hay ocasiones en que se hace imprescindible reconocer lo obvio, y ésta es, de manera clara, una de ellas.

¡El rey Fahd es más radical y pernicioso que Jomeini! En la época que siguió a la guerra de octubre de 1973 se consolidó el poder financiero saudí, lo que permitió a la corriente wahabista-islamista, puritana y socialmente conservadora, extenderse por todas partes y conquistar una posición de fuerza en la expresión internacional del Islam. Su repercusión era menos visible que la del Irán jomeinista, pero era más profunda y podía tener una vida más duradera. ¿Qué predica esa corriente de “nuestros amigos”? La aversión a la corrupción de costumbres occidental, el odio a Occidente. Es decir, el odio a Occidente, culminado en el atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono, corrió a lomos de los petrodólares. “Aunque oponía claramente la virtuosa civilización islámica a la corrupción de Occidente, Arabia Saudí, de donde procedía la mayor parte de los fondos, siguió siendo un aliado esencial de los Estados Unidos y Occidente frente al bloque soviético”.

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