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Eva Miquel Subías

Ya vamos tarde

Yo también estoy indignada. Pero estoy, por encima de todo, serenamente preocupada. Y mucho.

Me siento muy, muy indignada. Indignada con una rabia fría, lúcida y racional. Una rabia que elimina cualquier atisbo de distanciamiento o de indulgencia. Una rabia que me invita a responderles y, sobre todo, a escupirles. Les escupo a todos ellos. Indignada como yo, la poetisa afroamericana Maya Angelou, rugió también: "Be angry. It's good to be angry, it's healthy" ("Indignaos. Es bueno estar indignados. Es sano").

Con estas palabras iniciaba Oriana Fallacci el tercer párrafo de su espléndido y descarnado relato La rabia y el orgullo tras el atentado del 11 de septiembre de 2001.

Mi primera reacción al enterarme de la noticia del brutal atentado a la sede del semanario satírico Charlie Hebdo y que en el momento de escribir estas líneas eran doce las personas fallecidas, fue la de acudir al escrito de la periodista italiana. Porque lo tengo mentalmente grabado y casi tatuado en mi piel.

Yo también estoy indignada. Pero estoy, por encima de todo, serenamente preocupada. Y mucho. Porque el atentado contra la revista que, acogiéndose a la vía humorística, hacía frente al despropósito que supone el avance letal del fanatismo islamista, va mucho más allá, tal y como advertimos hace ya más de una década.

Una década en la que han sido numerosos los síntomas y más que evidentes las señales que nos indicaban el paulatino debilitamiento de nuestra sociedad, de nuestra democracia, de nuestros pilares más básicos sobre los que nuestro bien más sagrado y preciado se erguía orgulloso: la Libertad.

Erguía, sí. Porque hemos permitido que la Yihad avanzara y laminara nuestros valores y los cimientos de nuestra civilización.

Porque estos fanáticos desconocen e ignoran el significado de la libertad de expresión como el derecho fundamental del ser humano que consiste en la libre información, ideas u opiniones que nuestros medios difunden y de los que nuestra sociedad, afortunadamente, goza.

La primera, por cierto, en verse cercenada en cualquier país donde la democracia es despreciada y que, por desgracia, son todavía unos cuantos.

Estamos perdiendo claramente la batalla de las ideas y me temo que ya no podemos seguir atrincherados. Ya no.

No podemos seguir mirando hacia otro lado cuando la figura de la mujer en según qué países es atacada sistemáticamente, humillada y vejada hasta límites que jamás podríamos ni siquiera imaginar en el siglo en el que estamos, en nombre de me da igual quién.

No podemos seguir impávidos ante la amenaza permanente del radicalismo islamista y desde luego, no podemos caer en la trampa del multiculturalismo y el relativismo moral, porque a partir de éstos se cierne la tragedia.

Son muchos los años, numerosas las guerras y cientos de miles los muertos caídos en el camino que nos permitieron tejer y asentar las bases sólidas de la civilización occidental y no nos podemos permitir el lujo de que ésta siga en riesgo.

Porque ellos nos desprecian de la manera más evidente. Sin pudor. Y haciendo alarde de decapitaciones públicas por el simple hecho de no pensar como ellos. O por el simple hecho de pensar. O por no comulgar con su excluyente manera de creer en el más allá.

Francamente. No tengo la solución. Aunque me temo que ya vamos algo tarde. Así que voy a acabar con el primer tweet que escribí al enterarme del dramático suceso de ayer: o reforzamos la Libertad aferrándonos a los valores occidentales que la hicieron grande y salimos juntos a llevarla a hombros o esto se acaba. Así. Sin más.

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