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Un partido musulmán melillense ha pretendido imponer en las piscinas municipales la discriminación de la mujer y su subordinación simbólica y real con respecto al hombre como suelen hacer estos grupos: diciendo que se trata de respetar la multiculturalidad. La respuesta del Gobierno de Melilla ha sido clara: la Constitución Española no sólo no permite sino que prohibe expresamente la discriminación por razones de género o sexo en todos los ámbitos de la vida nacional.
 
Pero lo que dice la Constitución lo saben perfectamente los musulmanes de Melilla, una parte de los cuales –no todos– actúa simple y descaradamente como agente desestabilizador al servicio de Marruecos. ¿Por qué se atreven a plantear algo que además de ofender a las mujeres ataca la legalidad? Porque han visto en las guerritas del velo en las escuelas que España está dominada en los medios de comunicación y, por ende, en los medios políticos por un cretinismo progre anticristiano y antioccidental que tiene una de sus manifestaciones más llamativas y siniestras en la simpatía por el Islam. Si no advirtieran que nuestro país está maduro para imponer su bárbara costumbre, ni se atreverían a plantearlo.
 
A nadie obligan a ir a la piscina. Pero lo que quieren estos grupos islamistas no es proteger el “pudor” de las musulmanas, es decir, la moral que a esas mujeres les imponen los hombres, sino minar, mediatizar y neutralizar el espacio público como un ámbito genuinamente occidental, que es como decir un ámbito de igualdad y de libertad. Como en las escuelas tratan de imponer una multiculturalidad que supone la equiparación de la libertad y la sumisión, la igualdad y la desigualdad, el individuo y la tribu. El episodio de la piscina de Melilla no es una anécdota sino una auténtica provocación que muestra la necesidad de pasar al contraataque contra estos liberticidas. No se trata sólo de negar: hay que impedir que propagandas totalitarias y discriminadoras tengan protección legal. Si negar el Holocausto es un delito, negar la igualdad de las mujeres debería serlo en mucho mayor grado. Y sin embargo, se acepta como un hecho casi normal gracias a la estúpida complacencia de un periodismo marcado por cierto feminismo que ha pasado del marxismo al islamismo por alergia patológica a la libertad.
 
En Francia se ve a dónde conduce aceptar como normal lo que sólo puede ser considerado como un atentado a la dignidad del individuo y la legalidad nacional. Tomemos ejemplo de lo que no se debe hacer. Y actuemos en consecuencia.
 

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