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Cuando los preliminares de la guerra de liberación de Irak, los expertos y los gobiernos, en particular el gobierno español, aseguraban a quien quisiera oírles que no se intervendría en la zona sin una nueva resolución de Naciones Unidas. Es decir, que no se iba a intervenir sin conseguir el apoyo de los franceses en el Consejo de Seguridad.

En la raíz del asunto estaba al parecer Colin Powell. Powell debe de ser un hombre bienintencionado y de muy buena pasta. Primero, para haber creído a los franceses y, segundo, para convencer a sus colegas de que los franceses decían la verdad. Había razones más que suficientes para pensar que los franceses no iban a dar luz verde a una nueva resolución. Estaba en juego el prestigio de Francia y la propia supervivencia del gobierno y del presidente. Estos no fueron elegidos para reformar la sociedad francesa. Fueron elegidos para apuntalar la continuidad de una política y una mentalidad resumida en los tres ejes del actual republicanismo: la “grandeur”, el miedo disfrazado de fanfarronería –Le Pen, los sindicatos y José Bové juntos– y la Francia musulmana. En el caso de Irak, cumplieron con el mandato. Al fin y al cabo, son unos gobernantes demócratas.

Ahora hemos vuelto a un juego parecido con la nueva resolución de la ONU. Los aliados de principios de año están envalentonados con sus avances en el frente constitucional europeo y con los problemas de la coalición en Irak, convenientemente magnificados por unos medios de comunicación que nunca han dejado de estar a favor de Sadam Hussein.

Les ayuda la actitud de Kofi Annan. El secretario de Naciones Unidas ya ha desvelado su juego. Kofi Annan es un hombre de buena familia, que ha desarrollado toda su carrera en la ONU. Salvo un pequeño período de dos años entre 1974 y 1976 en que ocupó un cargo oficial en Ghana, su país natal, nunca ha sido otra cosa que funcionario internacional. Jamás tuvo el menor interés en derrocar a Sadam Hussein, con quien negoció en la primera Guerra del Golfo. Su principal adversario ha sido siempre Estados Unidos.

Para Kofi Annan, Bush es, literalmente, el enemigo a abatir. En su mentalidad de cacique funcionario, Annan se sintió humillado cuando el presidente norteamericano decidió prescindir de una resolución que no iba a llegar nunca. Ahora Kofi Annan se ha convertido en el principal valedor de una supuesta democracia iraquí sin intervención de Estados Unidos y los aliados. Está convencido de que la “resistencia” iraquí le ha dado la razón. Y quiere tomarse la revancha.

En estas condiciones, es sumamente meritorio el trabajo que están desarrollando Ana Palacio y Jack Straw para ver de conseguir otra vez una nueva resolución de la ONU. No lograrán nada. No van a cambiar la actitud francesa. Ni van a cambiar la de Kofi Annan. Más aún, los franceses y el secretario de la ONU se van a burlar de ellos. Impedirán la resolución e intentarán convertir la reunión de donantes en Madrid en un esperpento. En este último evento, cuentan con la ayuda impagable de Federico Trillo, que ya ha demostrado que no tiene ni la más remota idea de lo que dice cuando se refiere a asuntos militares o de terrorismo.

Es una tristeza que tanta energía y tanto talento –por Palacio y por Straw, no por Trillo– se desperdicien en una empresa estéril, cuando podrían ser empleadas en empezar a sentar las bases de una reforma consistente y creíble de esa última trinchera en contra de la libertad y los derechos humanos en que se ha convertido la ONU.


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