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Pablo Molina

Obaba y los 40 ladrones

en España se podría conectar un “genioducto” a la Academia de las Artes Cinematográficas y anegar de genialidad toda la costa oeste de Estados Unidos

Los lectores de esta columna pensarán que dedicamos demasiadas energías a desgranar las majaderías del mundo de la farándula, pero la trascendencia de su producción intelectual es tan abrumadora que toda atención dedicada a nuestros genios se nos antoja insuficiente.
 
La última obra maestra con la que el cine español ha asombrado al orbe civilizado se intitula “Obaba”, un poema visual incomprensible, entre lo onírico y lo sublime, que extrañamente no ha terminado de arrasar en las taquillas, a pesar de haberse convertido en nuestra candidata al equivalente americano de los Premios Goya. Según las estadísticas oficiales del ministerio de la CCCP (Compañera Carmen Calvo Poyatos) trece mil ochocientos cincuenta y cuatro aguerridos contribuyentes encontraron que “hay motivo” para ver la última creación de Montxo Armendáriz. Supongo que no tendrán inconveniente en que nos refiramos a ellos como “espectadores de Obaba”. La película, financiada por TVE (es decir, por usted y por mí, que no pensamos verla), está por lo visto llamada a marcar un antes y un después en el séptimo arte y se encuadra en la eclosión de genialidad que vive nuestra industria (sic), si hacemos caso al dictamen de los invitados al último programa «59 segundos», un curioso espacio de debate en el que los micrófonos experimentan continuas erecciones, presentado por una periodista llamada “Mamen”, sin que ambas circunstancias hayan de estar forzosamente relacionadas.
 
Según los representantes del cine español que asistieron al programa, el problema de la crisis de nuestra industria (sic) no tiene que ver con el escaso talento de sus profesionales. De hecho, si hacemos caso a sus explicaciones, en España se podría conectar un “genioducto” a la Academia de las Artes Cinematográficas y anegar de genialidad toda la costa oeste de Estados Unidos. Conclusión: El problema no es la falta de pericia profesional, sino la escasez de subvenciones.
 
El martes pasado, en un momento de baja autoestima, rompí mi severísima dieta de cine español, que recomiendo vivamente por sus salutíferos efectos, y vi durante unos minutos la última telecomedia producida por TVE, con Rosa María Sardá, que desde que presentaba “Vídeos de primera” en las autonómicas no ha cambiado el registro gestual, en papel estelar. En una escena se hacía befa del catolicismo a cuenta de la bendición de la mesa (la Sardá decía solemne “en mi casa, no”). A mí, que soy católico, me parece mal que ridiculicen mis creencias, pero sobre todo que lo hagan con mi dinero. Ya está mal que los empleados te roben, pero que te insulten a la cara se hace cada vez más pesado. Los productores deberían pergeñar estos telebodrios con su dinero, así yo podría decir también, por ejemplo, «Rosamari, monina, con mi dinero, no».

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