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El inesperado y erótico regalo que recibió Concha Velasco

Concha Velasco cumple 81 este 29 de noviembre. En sus planes no está el jubilarse.

Concha Velasco cumple 81 este 29 de noviembre. En sus planes no está el jubilarse.
Concha Velasco, con Paco Marsó y Plácido Domingo. | Gtres

No se jubila Concha Velasco, afortunadamente para quienes la admiramos y queremos seguir aplaudiéndola en los escenarios. Cumple ochenta y un años este 29 de noviembre. Jamás ha ocultado la fecha de su nacimiento en Valladolid. Asume su edad, en tanto triunfa con su última comedia, un monólogo escrito por su hijo Manuel, La habitación de María" historia de una escritora que recuerda su existencia encerrada en casa por padecer agorafobia.

La vida real de Concha Velasco ha sido profusamente contada por ella misma a través de biografías, sus propias "memorias", infinidad de entrevistas y reportajes… Puede que haya algunos flecos sueltos que recobramos aquí para completar el perfil de una mujer extraordinaria, una excelsa actriz dominadora de todos los géneros de su oficio, ampliados a su faceta también de presentadora de televisión, bailarina clásica y flamenca en sus inicios y ocasional cantante, con un éxito pop que aún se recuerda, el de "La chica ye-yé".

Sus amores se han conocido, salvo sus primeros escarceos con un vecino, José Luís, otro llamado Raúl, hasta que formando parte de la compañía de variedades de Manolo Caracol, se enamoró "hasta las cachas" de su hijo Manolo, un morenazo que la encandilaba. Eso con apenas quince años. Enrolada luego en otra compañía, la de la escultural supervedette Virginia de Matos, un compañero actor, sindicalista, la denunció por ser menor de edad cuando actuaban en Barcelona. La policía la detuvo, devolviéndola a Madrid con su familia, en un tren de tercera, esposada, en el mismo vagón de una "cuerda de presos" delincuentes y asesinos custodiados por la Guardia Civil. Siniestro recuerdo que la marcó para siempre. Pero siguió adelante, como un día le había confiado a la autora de sus días: "¡Mamá, quiero ser artista!" Cuando lo fue, recordaba que desde los catorce años había podido mantener a los suyos con lo que ganaba, poco desde luego.

En sus primeros escarceos artísticos como bailarina se había inventado un sobrenombre, el de Lucrecia Velvar: lo primero porque eufónicamente sonaba bien, y lo segundo como contracción de sus apellidos,Velasco y Varona. Mandó imprimir unas tarjetas, de las que recuerdo una que me dejó Conchita cuando escribí un esbozo biográfico que apareció en las páginas de Semana. En casa, entre los amigos y colegas de profesión la llamaban "Chiti", apelativo que aún sigue escuchando a veces.

Las vedettes siempre fueron foco de atención de maduros caballeros. Eso ya existía desde lejanos tiempos, cuando nacieron los primeros espectáculos de variedades y revisteriles. Uno de ellos, muy contumaz, quiso acostarse con la todavía muy joven Conchita, y no paró hasta concertar con ella una cita para consumar sus intenciones. La precoz artista le pidió treinta y seis mil pesetas, exactamente, que precisaba para pagar la entrada de un piso al que llevar a sus padres y hermano. Ya con el dinero en mano, Conchita fingió una treta, dejó al buen caballero con la miel en los labios y ridículamente en calzoncillos y salió de estampía. Como quiera que el embromado y estafado "Tío Alfonso" como Conchita lo llamaba le pidió explicaciones días después, ella se salió por peteneras, aunque prometió saldar la deuda. Lo que cumpliría años después, hasta el último céntimo. Pero nunca consintió ni siquiera mostrar sus vergüenzas a aquel descarado admirador. Conchita no era alguien que pudiera acostarse con el primero que se le insinuara. Su dignidad, su decencia, jamás la perdió.

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Concha Velasco presentando la obra El Funeral | Archivo

No fue el único jeta en solicitar el cariño de la joven vedette. Un estudiante de Derecho la acechó. Y ella fijó la cita en un hotel de la Gran Vía madrileña, donde en vez de Conchita… apareció su tía Conchita, ya algo madura. Pero no era lo mismo y el embromado se hizo "el longuis" despachando a la buena señora con finas palabras. Pasados unos años, se había convertido en un severo juez, acudió al camerino de la ya estrella y evocaron aquel equívoco entre risas. Hubo asimismo un portugués Luís de Melo, riquísimo, pero muy feo. Y éste recibió unas soberbias calabazas de quien pretendía.

Transcurría el año 1956 y estando Conchita Velasco en la compañía de revistas y comedias musicales de Celia Gámez, que la contrató nada más pedirle que le enseñara sus piernas hasta un poco más arriba de sus rodillas, sucedió un día que aquella espectacular y admirada estrella argentina llamó a Conchita para entregarle un regalo, de parte de un compositor francés de operetas, Francis López, autor de los mayores éxitos musicales de Luís Mariano. Abrió el paquete Conchita, sorprendida, pues no conocía al señor López. Y al desenvolverlo se quedó de piedra: el obsequio era ¡un pene de plástico de tamaño descomunal! "Una cosa tremenda", comentaría ella, que no supo reaccionar, muy colorada, entre las risas de sus compañeras y la propia Celia, naturalmente. No estaba la sociedad de entonces al tanto de aquellos artilugios y mucho menos la muy pudorosa todavía Conchita Velasco. Lo que ignoramos si guardó aquel obsequio o lo tiró a la basura. Más bien me inclino por esto último, chanzas aparte. Total, todo lo que procedía entonces de Francia, aquí causaba sensación.

Cuando Conchita Velasco empezó a ser conocida por sus películas, el acreditado director José Luís Sáenz de Heredia, primo del fundador de Falange Española, la convirtió en su amante. Hicieron por vez primera el amor en un hotel de Toledo, capital elegida porque allí rodaban juntos una película. Fue una noche toledana, nunca mejor dicho porque a su incontenible pasión, pared por medio escuchaban jadeos parecidos. Al día siguiente, sin haber conciliado el sueño apenas, Conchita se enteró de que sus vecinos de cuarto eran nada menos que el rey Husseín de Jordania y la princesa Muna, que estaban de luna de miel en España. Claro está que en el vestíbulo del hotel no se atrevieron a intercambiar impresiones ni detalles acerca de lo que cada pareja disfrutó. Eso sí: la habitación de José Luís y Conchita era normal y la de los reales visitantes, una suite.

La relación con Sáenz de Heredia duró más de un decenio. Cada uno vivía en su propia casa: él, con su esposa. No quería, dada su posición, separarse de ella. Así es que resolvieron alquilar un apartamento, nido de amor para sus periódicos encuentros sexuales. Conchita terminó cansándose de aquella situación. Cierto que él vino a ser, además de atento amante, una especie de Pygmalion. La cuidó al máximo como actriz, dirigiéndola en varias películas muy taquilleras junto a Manolo Escobar. Al cantante de Almería ella le tuvo siempre mucha simpatía y de no estar él matrimoniado con la alemana Anita Marx, quién sabe si no hubieran pasado por la vicaría, como la propia Concha contó recientemente. El caso es que, realmente, la actriz soñaba con casarse y tener hijos. Ello era imposible con Sáenz de Heredia. Total, que un día lo dejó por el actor Juan Diego, al que llamaba familiarmente Juanito. José Luis entró en cólera: cuentan que quería ajustar cuentas con el sevillano. Pero sus bravatas, a pesar de ser un señor de exquisitos modales, terminaron por diluirse, comprendiendo que su tiempo había pasado y era lógico que su amante se hubiera emparejado con un hombre de parecida edad de ella.

La convivencia ahora duró al menos tres años en completa armonía hasta que cansada de proponerle matrimonio a Juanito y de recibir siempre largas y evasivas, la actriz optó por romper aquella unión sin papeles. Poco después encontró al celebrado operador cinematográfico Fernando Arribas a quien posiblemente fue quien más amó; mantuvieron relaciones íntimas, aun sabiendo que no podían casarse: sencillamente, Fernando, no deseaba romper su vínculo matrimonial. Fueron discretísimos en su relación. Conseguí dos fotografías de ambos, frente a frente, en la pausa de un rodaje. Y así se supo de alguna manera quién era él, un excelente director de fotografía, alto, de aire distinguido y atractivo. Conchita no se molestó al ver publicadas aquellas imágenes: siempre respetó el trabajo de los periodistas. Una de sus muchas virtudes. Por eso en nuestro gremio la hemos considerado una mujer excepcional.

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Con Paco Marsó en 1977 | Gtres

Concha Velasco dio la campanada al ser madre por primera vez. Madre soltera, lo que todavía estaba muy mal visto en la España de entonces. Al niño le impusieron el nombre de Manuel. Estaba visto que los hombres que le gustaban no podían ser legalmente ninguno de ellos su esposo. Le había echado el ojo tiempo atrás también a Guillermo Marín, actor renombrado por su buen arte al decir el verso, y eso que tenía escaso pelo, de más bien baja estatura, pero tampoco hubiera sido su marido, al estar separado de una hija del gran Ricardo Calvo. El divorcio estaba todavía lejos de instituirse en nuestro país. Y tampoco Guillermo era Marcello Mastroianni. Otro posible candidato, de imponente físico aunque mediocre actor, era el argentino Alberto de Mendoza, con esposa. Inútil hubiera resultado enredarse con él.

Así es que un día Concha se encontró frente a Paco Marsó, un almeriense que hacía papeles de poco relieve en teatro y televisión, cuando ya ella era una indiscutible estrella. Pero terminaron encamándose pese a saber Concha que él tenía otra mujer y una hija, amén de más conquistas: "Era un amante furibundo, de hacerme el amor en el coche o en el ascensor… Pese a su fama, me gustaba tanto que no lo podía remediar". Adolfo Marsillach, que trataba de "llevarse al huerto" a Conchita (a quien había dirigido en una amena función con José Sacristán, "Yo me bajo en la próxima ¿y usted?") entró muy decidido cierta tarde en el camerino de Concha y le estampó de entrada un beso "de cine" en la boca. No supo qué decir la actriz, y dejó que el catalán se explicara: "¡No te cases con Paco…!" A lo que no hizo caso como es harto sabido. Fueron Marsó y la Velasco padres de un varón, Paco. Matrimonio de días, mejor noches, de vino y rosas. Algo así como el de Liz Taylor y Richard Burton, pero "a la española". Con algo de drama "a lo Virginia Woolf". Hasta que separados, él murió en la soledad de un hotel de Málaga tras una etapa autodestructiva, en la que hasta vivió una temporada en Cuba, donde se cameló a una cimbreante negrita, a la que dejó embarazada. Paco Marsó, el almeriense de la tierra del mármol, era un caliente seductor que nunca se dio cuenta de lo que tenía en casa. No tuvo en su mente y en su corazón lo que decía Paul Newman sobre su querida esposa: "Teniendo en cuenta que en mi hogar dispongo todos los días de un exquisito solomillo ¿por qué he de rebajarme tomando fuera una hamburguesa?· Y su Joanne Woodward era en la versión española, la gran Concha Velasco.

Concha Velasco es mujer de reflexiones. Algunas las escribe. Otras las dictó en su sincero libro autobiográfico: El éxito se paga. Rescato algunas de ellas: "Esposa doliente… He derrochado amor… Me arruinaron, me quisieron… he amado, he querido ciegamente, sin condiciones. Apasionadamente, locamente, con ferocidad..." Al final, Concha Velasco se pregunta: "¿Me queda tiempo para ser feliz?" ¡Ojalá !, le deseamos en su octogésimo primer cumpleaños. Con el alma. De todo corazón.

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