
En tiempos de la posmodernidad lo de apropiarse de una verdad y personalizarla como si de unas zapatillas se tratara se ha puesto más de moda que nunca. Hasta yo, seguramente, habré caído en decir eso de ‘mi verdad’, como si hubiera tantas verdades como sujetos y estados anímicos. Y eso que José Ortega y Gasset, que por cierto es un filósofo (por si me lee alguna víctima del like virtual y piensa que es sólo una calle), decía algo así como que si hubiera una máquina que recogiera todos los pensamientos podrían hallar el pensamiento y una teoría universal y certera… Ortega fue mucho más que una calle de marcas de moda. Incluso antes que eso, fue lujo puro. Lujo antes del lujo. Claro, que hablamos de lujos distintos.
Pero, retomando las verdades totales, que no a medias… verdad, verdad es que si llueve usted se moja; si mete la mano en el fuego, usted se quema. Y si con niños duerme, meado se levanta. Si con influencers sin escrúpulos colabora, polémica, lucro mediante, asegurada. Compren pañales. Y pañuelos. Porque se avecinan curvas.
Verán. No voy a sentenciar a los creadores de contenido, porque, en esto, como en todas las profesiones, la mía incluida, hay toda clase de influencers y luego influencers con clase. En España gozamos de mujeres como María Pombo o Dulceida que además del like y del cero (o la ‘k’) a la derecha en Instagram, son empresarias y personas con ética y valores. Y luego está esta pandilla de supervivientes que regalan lecciones morales y nos dicen a los periodistas cómo debemos hacer periodismo. Esos que, como apuntaba mi socio Bertie Espinosa, acuden a los eventos y pasan la mano como si del cesto de la Iglesia se tratara.
Y si hay desde luego una influencer que sin querer serlo influye a todos los españoles y al mundo entero, inspira y motiva en época de crisis política, ella es su majestad la Princesa Leonor. Sin Instagram (todavía). Esta semana ha vuelto a demostrar que la nobleza no tiene etiqueta, que la belleza es una actitud y que el menos es más, que es mucho más cuando hay una mirada inteligente al mundo que ella regala. Y esto sí es una verdad absoluta, le pese a quien le pese.