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No hagan caso de lo que les digan: Marsella es una ciudad tranquila y está llena de maravillas

Una vista del Puerto Viejo de Marsella, desde el final de la rada.
Marsella, de Le Corbusier a Le Panier

Empecemos por el tema más espinoso: prácticamente a todo aquel al que le dije antes del viaje que iba a visitar Marsella me advertía sobre la ciudad como si estuviésemos hablando del extrarradio de Kabul, vamos, que veía hasta la cara de preocupación de la gente según me lo decían.

Pues bien, puede que sea el turista con más suerte del mundo, puede que el que menos se entera de lo que ocurre a su alrededor, pero les juro que no vi absolutamente nada que justificase esa alarma. Es cierto que mi visita fue rápida y la mayor parte del tiempo estuve en las zonas más turísticas, pero también me di una vuelta por alguna que no lo es tanto y, de verdad: nada de nada. Ya de vuelta en Madrid un compañero algo más informado me contó que sí era verdad que hace un tiempo la situación llegó a ser alarmante, pero que ahora la ciudad estaba mucho más tranquila.

¿Y qué nos queda en Marsella sin esos problemas a lo french connection? Pues mucho: resulta que es una ciudad bellísima, con un encanto especial en algunas zonas y, además, bastantes cosas interesantes que ver. Tantas, de hecho, que en los dos días que pasé allí no tuve tiempo ni mucho menos de verlo todo, pero sí de disfrutar todo lo que vi.

El Puerto Viejo

Lo primero que vi de Marsella fue su famoso Puerto Viejo. Enorme para tratarse de un puerto histórico, la ciudad parece abrazarlo y desde el primer vistazo parece obvio que ha crecido a su alrededor: la parte final más noble, con edificios representativos y casas lujosas; los brazos, ya subiendo por las laderas empinadas, barrios más modestos, que van siéndolo más aún según se alejan del agua.

Está lleno de barcos como el aparcamiento de un centro comercial en plenas compras navideñas y el juego de los miles de mástiles con las casas históricas y las vistas de la ciudad es realmente bonito. Además, se diría que llena de luz media Marsella.

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Barcas en el Puerto Viejo | C.Jordá

Al final de la rada una curiosa construcción rompe el estilo bastante uniforme de las casas, no pocas del ellas del siglo XVIII. Se trata de una marquesina muy alta sostenida por unas columnas finas y cuyo techo es un espejo perfecto, que refleja a los viandantes que nos miramos embobados allá en lo alto, a los barcos en la primera línea del puerto y, en suma a buena parte de lo que lo rodea. Resulta, yo no lo sabía, que es una obra de Foster & Partners y lo cierto es que me gustó mucho, aunque aparentemente no tenga nada que ver con el resto de la zona. Es lo que tiene la buena arquitectura: no necesita parecerse ni ser de la misma época para estar en armonía con su entorno.

La máquina de habitar de Le Corbusier

Hablando de buena arquitectura, una de las grandes atracciones de Marsella, al menos para un apasionado de la arquitectura como el abajofirmante, es la Ciudad Radiante de Le Corbusier, uno de los enormes bloques de pisos diseñados por el arquitecto suizo tras la II Guerra Mundial con los que pretendía aportar soluciones al problema de vivienda que la destrucción del conflicto había provocado.

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La Ciudad Radiante de Le Corbusiere | C.Jordá

Se trataba de grandes edificios que el arquitecto denominaba Unidades de Habitación, pensados como urbanizaciones verticales: no sólo hay casas sino también tiendas, equipamientos varios y, en el de Marsella, un hotel.

La Ciudad Radiante marsellesa fue el primero de ellos: es un enorme bloque de casi 140 metros de longitud y 56 de altura que se sostiene sobre unos pilares de hormigón, material en el que está construido todo el bloque y que, excepto por unos toques de color aquí y allá, en la mayor parte de se deja a la vista: estamos ante uno de los proyectos que definió el estilo brutalista.

Por supuesto, hoy en día sigue siendo en su mayor parte viviendas, pero se puede visitar y de forma gratuita. Se pasa por el precioso vestíbulo, se pueden recorrer un par de plantas en la que hay tiendas y también ver la azotea, que estaba concebida como un espacio de uso común y que es sencillamente maravillosa, además de ofrecer unas excelentes vistas de la ciudad.

En conjunto, me pareció bellísimo, increíble y moderno, y no por ser parte de lo que se denomina ‘arquitectura moderna’, sino porque a pesar de que fue terminado en 1952 en muchas cosas sigue siendo más avanzado y valiente que el 99% de los edificios de viviendas que se construyen hoy en día.

Le Panier

Otra de las cosas que más me gustaron de Marsella fue el barrio de Le Panier, una antigua zona modesta de pescadores que está junto al puerto. Son calles estrechas colgadas de empinadísimas cuestas, de hecho hay muchos tramos de escaleras, y en las que la arquitectura antigua de la ciudad convive con muchísimos murales, pintadas, tiendas y cafés y, en suma, con un aire de modernidad y un punto hípster que le sientan de maravilla.

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El barrio de Le Panier | C.Jordá

De nuevo, aunque parecía el lugar propicio para esa Marsella peligrosa y violenta mi paseo fue de lo más agradable y el barrio respiraba tranquilidad y un ambiente pacífico, con tenderos sentados y leyendo tranquilamente a la puerta de sus comercios, niños que jugaban, vecinos que se saludaban y jóvenes en los bares y las terrazas.

Bajando desde Le Panier se llega en unos minutos a la parte del puerto más allá del fuerte de Saint Jean y su preciosa torre redonda, otro de los elementos característicos de la ciudad. Por allí nos encontraremos tres edificios muy diferentes pero muy interesantes.

El primero es la catedral, muy grande y de un estilo arquitectónico extraño o, si lo prefieren, original: un colorido románico-bizantino. que les sorprenderá seguro, pero creo que también les gustará. Además, tiene una ubicación privilegiada muy cerca del mar, que hacía que se disfrutase desde allí de una vista preciosa del atardecer, que también bañaba la iglesia con una luz muy especial.

El segundo es el Museo de las civilizaciones de Europa y del Mediterráneo, creado hace poco más de diez años y que me pareció curioso, aunque quizá no imprescindible. Sí es muy interesante, volvemos al tema de la arquitectura, el edificio en el que está una parte de las salas –las otras están en el mencionado Fuerte de Saint Jean– y su extraña y fotogénica cubierta. Por último, está la reproducción de la Villa Méditerranée, un atrevido edificio blanco que parece sostenerse en el aire y que tiene en su interior una reproducción de la Gruta Cosquer que me quedé con ganas de visitar pero para la que no tuve tiempo.

De hecho, me falto mucho tiempo: ni siquiera pude conocer todo lo que ofrece la ciudad en su casco urbano, que es mucho más de lo que cuento aquí, y menos aún en sus alrededores, que prometen ser apasionantes: las islas frente al puerto que se ven en el descenso de los aviones merecen una visita seguro, como los conocidos calanques, unas entradas de mar rodeadas de acantilados, que prometen ser un paraíso mediterráneo.

Son buenas razones para otro viaje a Marsella que espero que llegue algún día y, desde luego, para que ustedes se animen a conocer esta ciudad cuya fama es infinitamente pero que la realidad que se encuentra en el terreno.

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