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Katy Mikhailova

De ninis, calas, aviones y corbatas

Hay gente que parece llevar meses danzando y bebiendo por Ibiza.

Hay gente que parece llevar meses danzando y bebiendo por Ibiza.
Kardashian en la playa. | Instagram

Se acaba el verano, y con ello, toda esta gente en mi Instagram que no sé ni de dónde saca ni tiempo ni dinero para haber estado dos meses íntegros danzando y bebiendo por Ibiza, Formentera y Marbella (sin ser influencers y sin vivir de semejante postureo). El golpe de la vuelta va a ser tan duro, que no estoy segura de que sobrevivan. Como dice Bertie Espinosa ‘no hay cala para tanto imbécil’. Ni cala ni sentido común, porque los mismos que se han estado rascando la tripa en un minibarco a 30 euros por media jornada (a causa de compartirlo con 10 amigos) son los que ahora en otoño pretenderán mejorar su situación laboral. Unos, saliendo del paro; otros, saliendo de la facultad. Y una tercera parte indefinida, saliendo de las faldas de papi y mami. Si no te protege el Estado, los padres a veces también valen. Se me viene a la mente un amigo, de 35 años, que lleva prácticamente un año entero fundiéndose sus últimos ahorros en playa y selfies, para empezar en septiembre a alarmarse. Le habían ofrecido un trabajo a mediados de julio, y recuerdo que su alegato para rechazarlo fue "me va a estropear el verano". Como él, cientos. Miles.

Hay que encontrar un equilibrio entre el descanso y el trabajo: los excesos nunca han sido buenos. Con esto y la pandemia, las corbatas están pasando a mejor vida, gracias a este perfil de seres vivos y "viajantes" (ni estudian ni trabajan), y por todos aquellos que se han visto condenados a teletrabajar (¡bendita condena para muchos!).

Me pregunto qué habrá sido de las corbatas durante estos tiempos de videollamadas laborales en donde más de uno escondía su Red Label en la taza del café o vestía de ejecutivo sólo de cintura para arriba. La corbata, sí… esa gran olvidada, tan innecesaria como inútil, tan agobiante como incómoda… pobres corbatas, que absorben el polvo en los armarios, se funde y se confunde con el olor a la naftalina de la caspa de un armario abandonado. Aunque, a favor de de su aparente y lenta extinción, diré que pocos saben combinar con gracia las corbatas sin caer en el traje azul marino, camisa azul, y corbata azul con rayas grises.

El que sabe llevarla, aun siendo de colores neutros y sin exceso de diseño, es Carlos Lamela. Un señor ahí donde los haya. Es hijo del famoso arquitecto Antonio Lamela, autor de la T4, (cuyas famosas Torres de Colón hace unos meses, con polémica incluida, han sido destruidas para dar paso a algo que aún no sabemos qué va a ser). Carlos ha firmado obras magistrales como el lujoso Complejo Canalejas que alberga el Hotel Four Seasons. Y es que Carlos este miércoles presentó "su" primera película: García y García, una idea original del arquitecto motivada por su pasión por los aviones. Y es que la labor de mecenazgo que lleva a cabo (en este caso respaldando el cine español al financiar esta comedia) es brillante. ¿La película? Un reparto de actores de primera: José Mota y Pepe Viyuela, dos García que nada tienen que ver entre sí, más allá de compartir nombre y apellido, y vivir una divertida confusión en la recogida en el aeropuerto. Uno, encorbatado; el otro, con chándal. Fresca, informal, amena, curiosa y divertida: es así esta comedia, de cuyo estreno pude disfrutar. Cita a la que, como es de imaginar, no faltó Carlos. Desconozco si en esta ocasión ha llevado un traje de Dustin (como en aquella sesión de fotos cuando le conocí), pero estamos ante un caso en el que la elegancia la pone Carlos, y no su corbata.

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