La ciudad brasileña de Belém, sede oficial de la 30.ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), acogerá del 10 al 21 de noviembre de 2025 a más de 50.000 asistentes entre delegados, empresarios, ONG y periodistas. Pero mientras las autoridades preparan el evento, las excavadoras avanzan por la selva para construir una autopista de 13 kilómetros que atraviesa áreas de alto valor ecológico.
Una autopista en plena selva
El proyecto, bautizado como Avenida Liberdade, ironías del marketing verde, discurre por zonas ambientalmente protegidas como el Parque Estatal de Utinga y el Área de Protección Ambiental Metropolitana de Belém, según el Estudio de Impacto Ambiental del Gobierno de Pará (2023). El documento reconoce que la obra implica retirada de vegetación, fragmentación de hábitats y riesgos para la fauna local, aunque las autoridades la presentan como "una carretera sostenible" con pasos de animales y alumbrado solar.
El Gobierno de Pará afirma que la infraestructura no forma parte de las 33 obras federales relacionadas con la COP30, y que fue diseñada antes de que Belém fuera seleccionada como sede. A pesar de ello, la previsión oficial es que la carretera esté terminada en noviembre de 2025, coincidiendo exactamente con el inicio de la cumbre, según el Gobierno brasileño.
Impacto ambiental documentado
Diversos medios internacionales, como BBC News, han documentado las consecuencias directas de la obra. En los terrenos deforestados se acumulan troncos y barro, en lugar de la vegetación original. Recolectores de açaçí han perdido su fuente de ingresos y la fauna local ha sido desplazada.
Según la administración regional, el objetivo de la Avenida Liberdade es facilitar la circulación en la ciudad durante el evento internacional. La paradoja es evidente: una cumbre centrada en reducir el impacto del transporte contaminante arranca con la construcción de una autopista que divide parte de la Amazonia.
Infraestructura para una cumbre masiva
Belém se ha convertido en un laboratorio de cemento verde.
Además de esta autopista, el Gobierno federal brasileño impulsa más de 30 proyectos para adecuar la ciudad a la llegada masiva de participantes. Entre ellos, la ampliación del aeropuerto de Belém, que duplicará su capacidad de 7 a 14 millones de pasajeros anuales, la modernización del puerto, la construcción de un nuevo parque urbano y la renovación de la infraestructura hotelera.
Dado que la ciudad no cuenta con suficientes plazas hoteleras, se prevé el uso de dos cruceros como alojamiento flotante durante la cumbre. Esta estrategia logística, pensada para responder al elevado volumen de visitantes, plantea nuevas preguntas sobre la coherencia ambiental del evento, porque mientras los barcos atracan y los jets privados aterrizan, la cumbre insistirá en reducir las emisiones globales.
Huella ecológica de las cumbres climáticas
Si algo han demostrado las últimas conferencias climáticas es que la huella ecológica del evento supera de largo la de sus buenas intenciones.
La COP27 en Egipto fue un desfile faraónico de aviones oficiales.
La COP28, celebrada en Dubái, rompió récords: 85.000 asistentes y más de 150.000 toneladas de CO₂ emitidas, según estimaciones de la UNFCCC.
Y la COP29, en Bakú (Azerbaiyán), se presentó como la 'COP de la financiación climática': reunió a casi 200 países y cerró con un acuerdo para movilizar 300.000 millones de dólares anuales hasta 2035. Un objetivo celebrado como histórico… y criticado como insuficiente, especialmente viniendo de un país cuya economía depende del petróleo.
La COP30 en Brasil se anuncia como un nuevo intento por liderar la acción global contra el cambio climático. Sin embargo, el coste ambiental de su preparación podría superar los beneficios proyectados, al menos a corto plazo, si se tiene en cuenta la transformación urbanística y logística que está experimentando Belém.
Pero tranquilos: todo se compensará con créditos de carbono, la indulgencia ecológica del siglo XXI.
El doble discurso más caro del planeta
Mientras los líderes mundiales se reúnen para decirnos cómo vivir más "sosteniblemente", millones de ciudadanos siguen pagando el precio real de las políticas verdes: energía más cara, restricciones absurdas y coches imposibles de pagar.
Ellos, mientras tanto, viajan en primera clase a discutir cómo reducir nuestras emisiones.
La Amazonia sigue siendo el telón de fondo perfecto para este teatro climático:
una selva usada como escenario, no como causa.
Los discursos se graban entre talas, los selfies se hacen sobre hormigón, y la palabra "verde" se repite como un mantra hueco.
El epitafio del ecologismo institucional
Y así, la cumbre que prometía salvar la Amazonia termina siendo su epitafio.
COP30: la autopista de la hipocresía climática.
Donde salvar el planeta empieza por asfaltar la selva.



