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Nature admite los fallos del Acuerdo de París mientras la COP30 se celebra sin Estados Unidos y con China ausente

La COP30 se celebra con fatiga política, gasto desbordado y modelos climáticos cada vez más cuestionados.

En 2015, el Acuerdo de París prometía marcar un antes y un después. Limitar el calentamiento global a 1,5 °C frente a los niveles preindustriales era la meta que unía a casi 200 países en un mismo compromiso. Diez años después, la propia revista Nature ha reconocido recientemente que el tratado "no ha logrado modificar la trayectoria de las emisiones globales".

Las políticas aplicadas han multiplicado la burocracia, pero no los resultados. El Emissions Gap Report de Naciones Unidas (2025) confirma que, aun cumpliendo los compromisos actuales, la temperatura media aumentará entre 2,3 °C y 2,5 °C para 2100. Un dato que, paradójicamente, no demuestra el colapso del planeta, sino el fracaso de una estrategia basada más en la retórica que en la evidencia.

Temperaturas más altas, sí. ¿Pero el fin del mundo?

El año 2024 fue el primero que registró un aumento medio global superior a 1,5 °C, según Nature Climate Change (2025). Pero lejos del catastrofismo, el mundo no se ha detenido. Los ecosistemas siguen adaptándose, las cosechas globales no se han desplomado y la economía mundial continúa creciendo.

Esto no niega el calentamiento, pero sí cuestiona la narrativa apocalíptica que durante años ha dominado la comunicación climática. Incluso el propio IPCC admite en su AR6 Synthesis Report (2023) que existen "incertidumbres sustanciales" en la sensibilidad climática de los modelos, es decir, en la forma en que las emisiones se traducen en aumento de temperatura.

La evidencia empírica muestra que la relación entre emisiones, temperatura y daños reales no es lineal ni inmediata, y que los sistemas naturales tienen una capacidad de resiliencia mayor de la que suelen reconocer los discursos políticos.

Modelos que fallan y proyecciones que se corrigen

La ciencia del clima avanza, pero también se corrige. En 2024, Nature Communications Earth & Environment publicó un estudio revelador: "los modelos climáticos globales presentan errores sistemáticos en las tendencias observadas".

Durante décadas, muchas de las proyecciones utilizadas para justificar medidas de urgencia han sobreestimado la velocidad del calentamiento o los impactos proyectados. Esta discrepancia ha llevado a algunos expertos, como el físico John F. Clauser, Premio Nobel de 2022, a advertir que "la ciencia del clima está siendo distorsionada por intereses políticos y económicos".

En efecto, los modelos climáticos son herramientas útiles, pero no oráculos infalibles. Sus márgenes de error —admitidos por los propios autores— deberían inspirar prudencia, no alarmismo.

El gasto sin control de la Unión Europea

La Unión Europea ha sido la abanderada del Acuerdo de París, con políticas ambiciosas y un gasto público sin precedentes. El Pacto Verde Europeo y el plan REPowerEU han movilizado más de un billón de euros desde 2020.

A pesar del gasto masivo y de las promesas de transformación, las emisiones mundiales no dejan de crecer, mientras la transición verde encarece la energía, erosiona la competitividad industrial y agrava el malestar económico en buena parte de Europa.

Europa se enfrenta a una paradoja: lidera el discurso global sobre sostenibilidad, pero sus emisiones apenas influyen en el total mundial, que depende de potencias como China, India o Estados Unidos.

Belém, una cumbre sin líderes

La COP30, inaugurada esta semana en Belém (Brasil), debía ser el gran impulso político hacia una nueva etapa del Acuerdo de París. Pero llega sin Estados Unidos, que se ha retirado formalmente del tratado, y con una presencia mínima de China, el principal emisor mundial.

Nature lo ha resumido con claridad: "La COP30 arranca sin liderazgo global y con promesas que se repiten desde hace una década".

En la práctica, los países siguen defendiendo sus intereses económicos. China continúa construyendo centrales de carbón "como respaldo" a sus renovables; India mantiene su dependencia del carbón por razones de desarrollo; y Brasil, anfitrión de la cumbre, perfora en busca de petróleo mientras promete salvar la Amazonía.

La política climática global, más que un proyecto común, se ha convertido en un mosaico de contradicciones nacionales.

¿Un problema mal diagnosticado?

El fracaso del Acuerdo de París no es solo un problema de voluntad política, sino de diagnóstico. La ciencia climática ha demostrado que el clima cambia, pero la magnitud y el coste real del impacto siguen siendo objeto de debate.

Mientras tanto, la respuesta política se ha centrado en una estrategia de gasto desmesurado, con resultados inciertos y dependencia creciente de subsidios verdes. Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA, 2024), el gasto público en transición energética supera ya los 2,8 billones de dólares anuales, sin que las emisiones globales hayan disminuido significativamente.

El planeta está más cálido, pero sigue habitado, fértil y funcional. La catástrofe anunciada no ha llegado. Quizá el reto, como sugiere el editorial de Nature Climate Change (2025), no sea "salvar el planeta, sino repensar la manera en que medimos el progreso y priorizamos los recursos".

Un acuerdo simbólico ante una realidad compleja

A una década de su firma, el Acuerdo de París sigue siendo un marco político más que un instrumento científico. Los límites de 1,5 °C o 2 °C, convertidos en dogmas mediáticos, se tambalean frente a la realidad de un planeta que se adapta mejor de lo esperado.

La COP30 ofrece la oportunidad de admitir lo evidente: el mundo ha cambiado más rápido que los modelos y los discursos. Si la acción climática quiere recuperar credibilidad, deberá pasar del miedo a la evidencia, del gasto a la eficacia y de la ideología a la ciencia.

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