
En una reciente entrevista en 'Bloomberg' el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ha dicho que se presentará "con toda seguridad" a la reelección. Por cierto, ya lleva más de siete años en el cargo y es evidente su intención de perpetuarse en el poder.
Quizás el argumento más escuchado contra las monarquías constitucionales es el de que no tiene sentido tener un monarca que "no hace nada". Pero, en mi opinión, ese es precisamente su mérito.
Escribió Aristóteles que "…hay violencia siempre que la causa que obliga a los seres a hacer lo que hacen es exterior a ellos; y no hay violencia desde el momento que la causa es interior y que está en los seres mismos que obran" [i].
Y agrega santo Tomás de Aquino que: "La violencia se opone directamente a lo voluntario como también a lo natural, por cuanto es común a lo voluntario y a lo natural el que uno y otro vengan de un principio intrínseco, y lo violento emana de principio extrínseco" [ii]. Así, Etienne Gilson asegura que para el Aquinate "Lo natural y lo violento se excluyen, pues, recíprocamente" [iii].
Es decir, la violencia, precisamente, es extrínseca a las personas, al desarrollo natural, por tanto, es destructiva, desordenadora, y no solo no conforma una ley de la naturaleza que merezca un estudio científico, sino que, por el contrario, destruye lo natural y su desarrollo espontáneo, dice la ciencia.
Pero resulta que el Estado se arroga el monopolio de la violencia con el que, con su poder militar y policial, impone sus "leyes" y el "orden". De modo que, precisamente por ello, cuanto menos haga, mejor, menos destruye.
Por cierto, "la violencia nace del miedo", aseguraba, entre muchos, el historiador Antony Beevor. Por lo que, típicamente, los políticos suelen asustar a los ciudadanos con catástrofes de todo tipo -como el fin del mundo que sobrevendría por el "cambio climático- y asegurarles que ellos serán los salvadores.
Por otro lado, dicen que los monarcas constitucionales modernos no tienen poder.
A ver. Las sociedades no existen debido a un Estado con "poder" policíaco capaz de ordenarlas, sino porque naturalmente el hombre tiene vocación social y es, básicamente, moral: si todos robaran, no habría guardias para detenerlos. Según Aldous Huxley, "las sociedades se mantienen, no principalmente por el temor al poder coactivo… sino por una difundida fe en la decencia de los demás".
Así, por cierto, el liderazgo moral, el liderazgo por influencia es sumamente importante. La Iglesia Católica, y el Vaticano casi sin armas, sobrevive a todos los imperios incluidos los nucleares y ha tenido más autoridad real que cualquier fuerza armada, por caso, Juan Pablo II tuvo mucho peso en la caída de la URSS.
Suele atribuirse el término "poder blando" a Joseph Nye lanzado en su libro "Bound to Lead: The Changing Nature of American Power", y en "Soft Power: The Means to Success in World Politics". No es verdad que el poder, la autoridad, para ser real debe estar basado en la fuerza. ¿Por qué todavía existen las monarquías, huérfanas de 'poder real'? La explicación reside en el poder 'blando', base de la influencia de organizaciones desprovistas del poder militar que da lugar al 'poder duro'.
Ciertamente, las monarquías tienen un costo que debería discutirse para que fueran financiadas con justicia respecto de los ciudadanos, pero los políticos son enormemente más caros y, en el peor de los casos, es que su autoridad, como señalamos, pivotea en el monopolio de la violencia estatal con la que imponen sus "leyes", que deben imponerse coactivamente precisamente porque no se dan naturalmente, es decir, violan el orden de la naturaleza.
En España, todavía resuenan las tropelías del último Gobierno republicano que instauró un régimen de terror con las checas y el asesinato de 6.800 religiosos entre muchas atrocidades, y que terminó con una sangrienta guerra civil. Pero hoy el presidente quiere perpetuarse en el poder, un monarca, pero con una clara tendencia absolutista y destructiva. Quiere descartar el poder blando para instalar uno duro y puro al estilo de las monarquías políticas —absolutistas, basadas en la imposición policíaca— como la de los Ortega en Nicaragua o la de los Castro en Cuba.
Notas:
[i] 'La Gran Moral', I, XIII (en Aristóteles, 'Moral', Espasa-Calpe Argentina SA, Buenos Aires 1945, p. 46).
[ii] S.Th., I-II, q. 6, a. 5.
[iii] 'El tomismo', Segunda. Parte, Capítulo VIII, EUNSA, Pamplona 1989, p. 438.
Alejandro A. Tagliavini es Asesor Senior en The Cedar Portfolio y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
