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Santiago Navajas

Giovanni Sartori, la valiente lucidez

Provocador y profundo, el autor de 'La sociedad multiétnica' merece ser emulado en su coraje cívico e intelectual.

Provocador y profundo, el autor de 'La sociedad multiétnica' merece ser emulado en su coraje cívico e intelectual.
Cordon Press

"El mundo se ha convertido en algo tan complicado que se escapa a la comprensión incluso de los expertos". El lema de Giovanni Sartori resulta paradójico porque precisamente un experto como él ayudó a hacer más diáfano este mundo tan complejo. Profesor en varias universidades, alternaba la excelencia académica con la polémica de combate desde las páginas del Corriere della Sera y esos ensayos en los que por otro lado cultivaba una aristocrática distancia, al fin y al cabo había nacido en Florencia, con respecto a la deriva entre vulgar y demagógica de la civilización tecnológica.

Especialista en sistemas democráticos, tachó el gobierno de Berlusconi de "sultanato" y describió la reforma constitucional de Renzi como un "sistema español bastardo" (¿más todavía, podríamos pensar nosotros?). Fue decano de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Florencia durante la revolución de mayo del 68. Entonces quedó vacunado para siempre contra las modas ideológicas que tratan de degenerar el auténtico pensamiento. Contra viento y marea de maoístas, foucaultianos y demás enemigos de la meritocracia académica, consiguió que su universidad funcionase con los habituales exámenes y calificaciones, basados en el conocimiento y no en la ideología. El precio fue la eterna enemiga de la ultraizquierda, lo que le llevó a buscar un exilio dorado en Estados Unidos.

Sus dos ensayos más relevantes son Homo videns y La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros. En ambos viene a decir que vivimos, al menos en Occidente, en el menos malo de los mundos históricos, pero por otra parte advierte de que la propia dinámica de las sociedades abiertas puede conducirlas a la (auto)destrucción por una mala comprensión y una peor aplicación de los principios de tolerancia y pluralismo; a una sociedad multicultural que no ponga límites civilizatorios a las distintas sensibilidades (de género, de etnia, de clase, etc.) que albergue en su seno. El peligro está, dice Sartori, en que se trate de reconducir las sociedades libres por vías utilitaristas, comunitaristas o socialdemócratas en lugar de a su venero primigenio, que es el liberal.

La advertencia de Sartori contra la desintegración suicida propugnada por los bobos ("burgueses bohemios", tan solemnes como cursis) está en línea de la que plasmó Oriana Fallaci, florentina como él, a la que defendió –en un fenomenal artículo titulado, precisamente, "La rabia y el orgullo"– de los intelectuales que comprenden a los terroristas basándose en presuntas razones del contexto social que además de disculparlos terminan por cargar la culpa sobre sus víctimas.

En Homo videns retomaba la visión de Huizinga sobre el ser humano como Homo ludens (el animal que juega) apuntando a una perversión de dicha actividad lúdica en la época de las pantallas (de ordenador, de televisión, de móvil, de tableta) por doquier. Las características del juego que nos hicieron propiamente humanos son la actividad y la creatividad. Denle un palo a un niño y se montará él solo una película de vaqueros e indios. Denle, sin embargo, un iPad y se convertirá en un zombi conectado online a muchos otros zombis. Parafraseando a Nick Carr y su tesis de que Google nos está haciendo cada vez más estúpidos, cabría decir con Sartori que las innovaciones tecnológicas relacionadas con los medios de comunicación nos están embruteciendo a golpes de 140 caracteres.

El gran mérito de Sartori es haber puesto siempre el dedo en la llaga de las cuestiones más importantes y candentes, negándose a responder desde la cómoda complacencia o la cobarde ambigüedad. Por ejemplo, respecto al problema fundamental en nuestra era de migraciones masivas, hay que plantearse sin medias tintas si debe y puede existir una ciudadanía gratuita. Y su respuesta era combativa y polémica: no. En la estela de Karl Popper, venía a decir que cabe ser tolerante, claro, pero sólo con los tolerantes. Contra el buenismo del flower power, Sartori defendía el temperamento del poderío cultural. Contra la sentimentalidad banal, la racionalidad exigente.

Provocador y profundo, Sartori constituye uno de los referentes de la defensa liberal de una democracia basada en la diversidad cultural dentro de los límites del Estado de Derecho y los principios de la civilización razonable. Donde la tolerancia sea una defensa de los derechos individuales y no una patente de corso para la imposición de los dogmas colectivistas.

Ha fallecido a los 92 años. Es ahora nuestra responsabilidad rendirle homenaje tomando el testigo de su valentía política y su lucidez intelectual.

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