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Creación cultural cero

En Occidente nunca como hoy se ha visto tan decaída la capacidad de producción de cultura, esto es, de elementos simbólicos valiosos y perdurables.

En el siglo XXI, por lo menos en la parte que convencionalmente consideramos como occidental, últimamente se han conseguido grandes logros. No siempre se reconocen. Por ejemplo, a pesar de los pesares, nunca han sido tan pacíficas las relaciones entre las naciones. Todo ello a pesar de la inoperancia de la ONU y de sus costosas agencias. Cierto es que todavía permanecen los rescoldos de algunas guerras, pero su crueldad es solo una proporción minúscula si la ponemos en relación con la capacidad destructiva de los Ejércitos. Baste decir que algunos de ellos se dedican sobre todo a labores humanitarias.

Por ese lado de la contención de la violencia vamos bien, aunque sea con la constante angustia de los estragos terroristas. Pero hay otros aspectos del orden mundial (ahora se dice "global") que resultan preocupantes. Por ejemplo, en Occidente nunca como hoy se ha visto tan decaída la capacidad de producción de cultura, esto es, de elementos simbólicos valiosos y perdurables.

Se me objetará que es hoy ingente el volumen de producción de libros, piezas musicales, obras artísticas, películas. Cierto, pero yo me refiero al aspecto cualitativo y más interesante de la verdadera creatividad. El arte actual se reduce en buena medida a llamar la atención por las obras novedosas, excéntricas, impactantes. Una gran parte de la música popular actual consiste en la escenificación de gritos y espasmos con derroche de vatios y de decibelios. Preciso es reconocer que hoy se hacen muchas películas, pero la gran mayoría con argumentos disparatados, actores que parecen disfrazados. Se publican muchos libros, pero nunca se había dado a la imprenta tanta bazofia. No hay más que ver los estantes de novedades de las pocas librerías que van quedando. Es para echarse a llorar. La prueba de la escasa calidad de lo que se edita está en que muchos best sellers son la primera obra escrita por los correspondientes autores. Se trata de lanzar nuevas caras, literalmente, porque han de aparecer en las pantallas de la tele. Para defenderse de tal invasión, los buenos lectores se recrean con las reediciones de textos veteranos.

Los aficionados al cine cuentan hoy con más facilidades técnicas y económicas que nunca para ver películas, pero suelen preferir las que se produjeron hace una o dos generaciones. No eran tan espectaculares como las actuales, pero contaban historias verosímiles.

En la sociedad actual se ha impuesto la perversa teoría de que, como todo el mundo ha pasado por la escuela, es general la capacidad para pensar, opinar, escribir. En cuyo caso por qué se van a dar más facilidades a unas pocas personas que pretenden saber más. Lo anterior no es solo la especulación de un escritor ocioso; acarrea consecuencias generales prácticas. Sin ir más lejos. El actual problema de Cataluña tiene mucho que ver con la decadencia acelerada de Barcelona como capital cultural que fuera en su día del mundo hispánico.

No entro en el capítulo de la ciencia, donde soy un lego, pero me da la impresión de que también se halla sometido al mismo lánguido espíritu de decadencia. Nótese el detalle de la figura del sabio o el inventor que aparece en las narraciones y películas para niños. Suele ser una figura locoide, cuando no perversa. Me parece claro que la creación científica ha cedido frente a la mayor demanda del avance tecnológico.Es evidente que en muchos países, entre ellos España, faltan vocaciones para seguir carreras científicas puras.

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