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Pedro de Tena

'Summertime' y lo tontos que somos

El límite de una dañina e ingenua sinceridad está en las pruebas empíricas.

El límite de una dañina e ingenua sinceridad está en las pruebas empíricas.
Valle de los caidosCruz del valle de los caidos | Flickr/CC/Neticola

Leo a Barack Obama decir que hay que desconfiar de la inocencia que no es tal porque, en realidad, es ingenuidad, o sea, creer cualquier cosa sin advertir con Ortega, entre otros, que el límite de una dañina e ingenua sinceridad está en las pruebas empíricas. Parece mentira que vivamos en un Occidente –desde buena parte de Rusia a la Patagonia, por poner dos límites– que aún no se enterado de que nadie es ya inocente desde que perdimos el paraíso del forzosamente sincero instinto animal. Los animales no pueden mentir y por eso su presunto edén es un infierno homogéneo, uniforme y eterno.

El fin de la inocencia estuvo ya en el principio. Por eso extraña tanto que se abandonen las escépticas y precisas prácticas de la experimentación y la prueba sólida del estudio razonado y haya tantísimos cándidos que caigan presa de los crecepelos ideológicos baratos que se venden en los carromatos mediáticos al uso. Por ejemplo, los que expende Obama sobre el bien inocente, él y los demócratas, y el mal culpable, Sarah Palin y Donald Trump. Ay, qué risa, tía Felisa.

Ya se sabe que en verano todo es más fácil salvo escapar del destino de la sumisión, algo que debe esperar a que una mañana podamos volar y llegar hasta un cielo, no sé cuál. Sudando estaba con Ella Fitzgerald en 1968 cuando Alicia Delibes, en su largo pero imprescindible artículo sobre el Lenin de Stéphane Courtois, mencionó de pasada, en una nota, el juicio a Dios que acometió el régimen comunista bolchevique desde un tribunal constituido al efecto y con toda seriedad. Palabrita del Niño Jesús que no digo mentira alguna.

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Lenin y su mujer, Nadezhda Krupskaya en Rusia en 1922

Los inventores del proceso a Dios –Nietzsche ya anunció que había muerto, pero el comunismo quería sangre divina en las manos y quemar iglesias no era suficiente– fueron nada menos que la esposa legal de Lenin, Nadiezhda Krúpskaya, y su jefe político, Anatoli Lunacharski, que, en ejercicio de la independencia judicial, era también el comisario de Instrucción Pública. Dice mi paisano Juan Bonilla en Prohibido entrar sin pantalones que el instigador del espectáculo fue el poeta Maiakovski, que luego se suicidó. Y lo cuenta de un modo que debe ser leído:

El mismo Lunacharski actuó de juez, y el fiscal demostró fehacientemente con una batahola de datos que el número de víctimas de dios a lo largo de la historia superaba los mil millones de criaturas. Habló de los asirios, los egipcios, Alejandro Magno, todos y cada uno de los papas. Computó las riquezas de la Iglesia, trajo a colación las hogueras de la Inquisición, salieron los nombres de Copérnico y Galileo. En el banquillo de los acusados había un ejemplar de la Biblia. El abogado defensor era el futurista Zdanevich disfrazado de cura, con una sotana preciosa en amarillo y negro diseñada por Goncharova.

Pero, oigan, no se rían porque este Lunacharski, que cometió el imperdonable error de no mencionar a Stalin en las semblanzas revolucionarias que recogió en un libro, fue nombrado en 1933 embajador soviético en la II República española. No llegó a serlo porque se murió antes de tomar posesión.

Naturalmente, en su famoso juicio, Dios fue condenado a ser fusilado, lo que consumaron disparando al cielo de Moscú, a ver si le acertaban. Menos mal que Dios no existía, o eso decían los comunistas rusos, y no se dio por aludido. Pero aquel juicio, sobre el que no hay ni habrá probablemente película aunque la tiene y gorda, es uno de los esperpentos históricos que mejor refleja a qué barbarie mental puede conducir una ideología sectaria a un rebaño de ingenuos a los que se adoctrina disciplinariamente como masas amorfas. El socialcomunismo español no llega a la cumbre paranoica de juzgar oficialmente a Franco pero se dispone a dinamitar la Cruz de los Caídos, algo es algo, tras blanquear a los asesinos de ETA que liquidaron a sus víctimas sin juicio alguno, ni siquiera uno bufo como el de Lunacharski.

Tomen nota de qué enemigos tiene la democracia y cuán ingenuos somos los que creemos todavía que, a pesar de todo, es lo mejor que nos puede pasar, si no la idealizamos ni reverenciamos, y nos aprestamos en serio a defenderla. El Perú ya se jodió del todo y España está medio jodida. Por joder que no quede, eso sí, todo rizado con versos, envuelto en actores, en atletas, en payasos, en narrativas mentirosas y selectivas y en un adoctrinamiento tal que da hasta miedo en este summertime del que tantos tontos no podemos escapar. Socorro.

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