En aquel cuento famoso, ese que tanto leímos cuando éramos adolescentes, El Perseguidor se preguntaba cómo se puede condensar un pensamiento de un cuarto de hora en un minuto y llegaba a una conclusión confusa. "Todo es elástico, chico", decía. "Las cosas que parecen duras tienen una elasticidad retardada". Él se sentaba en el metro y se ponía a recordar su pasado con la nitidez pasmosa con la que nos suele confundir nuestra memoria. Avanzaba años en cuestión de pocas paradas y se daba cuenta de que algo había ocurrido, de que había podido encerrar siglos enteros en una maleta de tiempo que, por sus escasas dimensiones, sólo debería haber sido capaz de guardar unos segundos. Aquello nos fascinaba porque explicaba escuetamente un sentimiento que todos habíamos experimentado, aunque a veces ni siquiera nos diésemos cuenta y siguiésemos viviendo "afuera del tiempo" en vez de "adentro", que es como El Perseguidor consideraba que vivía durante aquellos arrebatos que le entraban mientras tocaba el saxo. El tiempo es una cosa curiosa, podríamos repetir con sus palabras. Uno se pone a trabajar, se sienta a escribir y deja de escuchar el segundero. Podría morirse de hambre, incluso, si tuviese la constancia suficiente para abandonarse definitivamente en esa vorágine sin norte en la que caemos tanto quienes vivimos más de quimeras que de otra cosa. Por suerte es algo imposible, ese abandono. Siempre se termina regresando, igual que se regresa de la muerte o de una larga siesta, con los ojos entumecidos. Y tiene uno entonces que orientarse nuevamente, acobardado e indeciso, para cumplir con las obligaciones que le marcan los relojes de este lado.
El sufrimiento, por su parte, también es una cosa curiosa. Viendo las imágenes de Kabul, el miedo y la desesperación de tanta gente capaz de agarrarse a un avión en marcha con tal de no quedarse a ver lo que le espera, recordé aquella otra escena que acababa de leer hacía unos minutos. "El conde de Pietranera expuso su vida para salvar la del ministro, que fue muerto a paraguazos, y cuyo suplicio duró cinco horas", había leído yo. Es increíble que una agonía de cinco horas quepa en una sola línea, pensé después, o que el terror y la amargura de un pueblo entero puedan resumirse en un titular. Debe de ser que el sufrimiento es elástico también, que cada uno va ensanchando su capacidad para sentir a medida que empatiza, o que, por el contrario, corre el riesgo de endurecerse y de volverse apático. Aunque ni siquiera eso importa demasiado, realmente. Las cosas que parecen duras tienen una elasticidad retardada, al fin y al cabo. Y también el talibán que empuña el arma se encontrará consigo mismo alguna vez, quién sabe si para enfrentarse al martirio del mal que ha creído necesario infligir en nombre de una causa que yo soy incapaz de comprender.
Pensando en todo esto, precisamente, uno se da cuenta de que esta doblez extraña de la vida es la que se les escapaba a los lógicos del siglo pasado cuando parecían desear que el lenguaje fuese como el mapa aquel de Borges. Ya se sabe, algo pensado para superponerse a la realidad de forma exacta, y que por puro sentido común se nos tendría que acabar haciendo igual de incomprensible que un mundo sin palabras. No está mal que una agonía de cinco horas quepa en una línea, o que el sufrimiento de un pueblo entero pueda resumirse en un titular, se piensa entonces. El lenguaje es un atajo necesario y está en nuestra mano ensancharlo para movernos con mayor agilidad. Así podremos contemplar la historia de la infamia y de las guerras santas, que se repiten igual que el sol, y comprender, a lo mejor. O llegar hasta el final de nuestra vida con la capacidad de resumirla en pocos versos, como Rosales en su autobiografía. "Así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño, sabiendo que jamás me he equivocado en nada, sino en las cosas que yo más quería", escribió el poeta, tal vez pensando en aquel minuto en que sacaron a Lorca de la casa de su familia, para fusilarlo. Han pasado 85 años de ese vil asesinato y la gente parece seguir sintiéndolo en sus propias carnes. Mientras, esta misma mañana, los fusilamientos continúan en Afganistán. No, se dice uno entonces. No es posible que quepa tanto dolor en estas líneas. Pero está bien así. Dudo que nadie pueda ser capaz de soportarlo.