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Juan Manuel González

'Conan el Bárbaro': que poco bárbaro

Póster Conan el Bárbaro

Conan el Bárbaro, en 3D, es una reimaginación de la mitología del personaje pulp creado por Robert E. Howard, retratado después en infinidad de populares cómics. El personaje es el icono más conocido y salvaje del subgénero de la fantasía heroica de espada y brujería, y ha sostenido a lo largo de los años a una base de fans que justifica esta nueva aportación cinematográfica del director alemán Marcus Nispel, responsable de los remakes de Viernes 13 y La Matanza de Texas, así como de El guía del desfiladero, perteneciente al mismo género que la que nos ocupa.

La estupenda película firmada por John Milius en 1982 está aún en el recuerdo de muchos aficionados. A pesar de ser acusada –al igual que ésta, estoy seguro- de ser poco fiel a la creación original de Howard, la película lanzó al estrellato a Arnold Schwarzenegger, y su éxito dio lugar a una mediocre secuela y una moda pasajera de películas del mismo género. La nueva versión protagonizada por el hawaiano Jason Momoa no es tal cosa, ni tampoco un remake. Se trata de una reinterpretación del material original con un actor que, desde luego, cumple todos los requerimientos físicos exigibles a su personaje, pero que se revela como una película demasiado irregular.

Nispel tiene ideas visuales que navegan entre lo brutal y lo simpático. El prólogo en la aldea cimeria –con momentos tan pasados de rosca como ese plano del feto de Conan, aún en el interior de su madre, mientras esta es atravesada por una espada...-, o la tortura a la que el protagonista somete a algunos de los que formaron parte de la masacre de su aldea –me ahorro comentar lo que hace al hombre sin nariz-, hacen presagiar un espectáculo de cartón piedra repleto de limitaciones, pero de una violencia y sexualidad crueles, con un protagonista a caballo entre la heroicidad y la psicopatía y algunas derivaciones políticamente incorrectas de lo más interesantes como esa relación casi incestuosa entre los dos villanos, Marique y Khalar Zym, hija y padre. Nispel aporta entonces su habitual pictoricismo a las imágenes, instantes de violencia salvaje y divertidamente innecesaria, y promete al espectador una aventura bárbara... que al final nunca llega.

No sé exactamente el momento en el que se produce la desconexión emocional con el filme del alemán. Quizá algo más allá de la mitad, durante el enfrentamiento del protagonista con unas criaturas salvajes hechas de barro y salidas de la magia de la hechicera Marique, cuando la película de Nispel hace aguas hasta derivar en un desenlace monótono que ni siquiera abruma por sus efectos especiales o por la planificación de sus batallas. Es entonces cuando la influencia de la cutre y paródica Conan el destructor, la secuela a la película original de Milius, gana la partida a la primera entrega cinematográfica del héroe, marcando el sendero a la nueva película de Nispel para caer en la comodidad total.

La relativa fidelidad al material original deriva en un tratamiento casi televisivo de la historia, alejado de todo romanticismo aventurero y de esa sensación de horror brutal que Milius reflejó tan bien. En su película, a pesar de las nulas pretensiones de realismo, Conan parecía, de alguna manera, un personaje verosímil. La nueva versión se limita a encadenar un par de escaramuzas, sin que se sucedan mayores aportaciones a los personajes o a la entretenida mitología del personaje, y sin que un correcto Jason Momoa logre que nos olvidemos del inimitable Schwarzenegger. Conan el bárbaro no es horrible pero acaba siendo, pues eso, una película poco bárbara.

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