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Juan Manuel González

'Blancanieves y la leyenda del cazador'

Póster Blancanieves y la leyenda del cazador

Ya saben que en Hollywood las ideas, buenas o malas, siempre van de dos en dos. Ocurrió con meteoritos (Deep Impact y Armageddon), luego con volcanes (Dante’s Peak y Volcano), y después quién sabe con qué más. Por no hablar de que en unos meses veremos dos biopics diferentes sobre la figura de la actriz porno Linda Lovelace (Lovelace e Inferno). ¿A qué viene esta deslavazada presentación? Pues a que hoy toca hablar de una de las producciones más esperadas y costosas del verano, Blancanieves y la leyenda del cazador, versión del legendario e inmemorial cuento maravilloso -adaptado y popularizado de nuevo por los hermanos Grimm allá por el siglo XIX- que nos llega apenas unos meses después de Blancanieves (Mirror, Mirror) la versión cómica y romántica de la historia que protagonizó Julia Roberts y dirigió el hindú Tarsem Singh.

Sin embargo, la Blancanieves producida por Universal y dirigida por el debutante Rupert Sanders, uno de los creadores publicitarios más reputados de los últimos años, no tiene demasiado que ver con la anterior película, ni mucho menos con otras versiones fundamentales del mismo, como la famosa cinta de animación de Walt Disney. Sanders, a quien el estudio ha dado casi doscientos millones de dólares para adaptar el famoso relato, ha optado por recoger el punto de partida de Alicia en el País de las Maravillas, de Tim Burton -con la que la presente comparte el equipo de productores-, a su vez basada en la fórmula de las dos primeras entregas de Las Crónicas de Narnia, y expandirla con un ojo puesto en las odiseas épicas de Ridley Scott (Gladiator, Robin Hood, El Reino de los cielos) y otro en los mundos de fantasía plasmados en el séptimo arte por Peter Jackson en El Señor de los Anillos.

El resultado es una encarnación más del sofisticado e irregular blockbuster contemporáneo, que apunta tanto a la audiencia infantil que disfrutó con Narnia, como con el público adolescente y adulto de la saga Crepúsculo, de la que hereda su protagonista, si bien esta vez con una aproximación oscura... al menos en lo visual. En definitiva, Blancanieves y la leyenda del cazador es una película demasiado grande, desigual en su ritmo, plagada de altibajos ... y a la vez tremendamente potente, vital, y en este caso, estimulante.

Y ello se debe, casi en exclusiva, a la labor de su realizador. Sanders ha abordado su debut con la ilusión y el entusiasmo de un alumno aventajado (y más relajado) de Michael Bay, por mucho que las referencias al citado Ridley Scott (atención a la entrada en escena de Blancanieves acariciando el trigo, que remite directamente a la del general Máximo en la legendaria Gladiator...) resulten esta vez más evidentes. Tras un largo, operístico e impresionante prólogo, en el que el director acierta de lleno plasmando la crueldad y oscuridad inherente a un cuento de hadas (para lo cual se sirve de una Charlize Theron igual de apropiada), la película se blinda a sí misma adornada por multitud de imágenes enfermizas e incluso surrealistas. Son, casi todos ellos, memorables momentos protagonizados por Ravena, la villana de Theron, ya sea saliendo maltrecha de un charco de pájaros negros tras -literalmente- estrellarse contra el suelo, o bañándose desnuda en un fluido blanco para rejuvenecer su estado. Por no hablar de las perversas implicaciones de otras ideas que salpican la siniestra aventura, como la que envuelve a Ravena conversando sola con su espejo, una criatura que sólo ella puede ver; o esa toxina que causa las alucinaciones en ese bosque supuestamente encantado... y que sugieren una aproximación realista y hasta psicológica al cuento que, sin embargo, no desmiente la fantasía.

No obstante, el relato sufre de un severo traspiés que coincide con la entrada en escena del cazador (Chris Hemsworth), los ocho enanos (sí, ocho) y, en definitiva, el relevo de Blancanieves como protagonista en el devenir de los acontecimientos. Ni Sanders ni el guión aciertan aquí a dotar de carisma a la relación de ambos, sin que la presencia del inexpresivo actor ni la inútil de Kristen Stewart, desaprovechando su enésima oportunidad para actuar, acierten a otorgar algo de carisma o sexualidad a sus intervenciones. La película de Sanders parece en esos instantes enferma de importancia, de innecesaria seriedad, confundiendo el afán de trascendencia con la pura pose, poniendo en primer término la gravedad y crueldad del subtexto de una manera innecesaria. La historia pierde poder de persuasión cada vez que Ravenna, la villana de Theron, desaparece de escena, pero aún en su peores momentos, el talento visual del Sanders levanta el pabellón hasta la siguiente y extraordinaria secuencia de acción.

El filme nunca pierde por completo su capacidad de fascinación ni persuasión, gracias también al notable trabajo musical de James Newton Howard y el trabajo de Charlize Theron, por mucho que en ocasiones el director primerizo haya escogido la toma más sobreactuada. Sin ánimo de resultar grandilocuente, Blancanieves y la leyenda del cazador, repleta de ideas sin verdadera concisión, podria significar el primer paso de Sanders -por desear, que no quede- hacia un fascinante híbrido de Michael Bay y David Fincher.

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