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Juan Manuel González

'El Gran Gatsby', Leonardo DiCaprio levanta un filme mediano

Póster El gran Gatsby

Francamente, menospreciar los excesos de El Gran Gatsby, la nueva película del australiano Baz Luhrmann, sería una labor un poco inútil, además de bastante aburrida de escribir. Al fin y al cabo, el director de Romeo + Julieta, Australia y Moulin Rouge siempre peca de lo mismo, y al igual que otros realizadores como el californiano Michael Bay, parece enfatizar sus rasgos según sus enemigos gastan energía en atacarle.

Porque digámoslo claro: El Gran Gastby, nueva adaptación de la novela de F. Scott Fitzgerald que en 1974 llevó a la pantalla el británico Jack Clayton, con Robert Redford y Mia Farrow en los papeles protagonistas (aunque también en 1949, en una cinta dirigida por Elliott Nugent y protagonizada por Alan Ladd) es una película 100% Luhrmann: un carnaval excesivo, ruidoso, exuberante, un armatoste brillante que, como la propia existencia de sus protagonistas, parece querer resquebrajarse en cuanto disminuye un poco la energía.

Ciertamente, esta vez avisos de lo peor no nos faltaban. Su estudio, Warner Bros, retrasó su fecha de estreno de finales del año pasado a la presente temporada de verano, unas fechas menos propias para un filme adulto como el que nos ocupa. Los datos de los analistas preocupaban, pero su omnipresente campaña publicitaria y la necesidad de títulos de esta índole han logrado capturar la atención del público del otro lado del charco: en su estreno en territorio doméstico, coincidiendo con el fin de semana del Día de la Madre, El Gran Gatsby se hizo con unos excelentes 52 millones de dólares (la mayoría provenientes de su exhibición en 2D, con las entradas más baratas).

La película comienza presentando al personaje de Tobey Maguire, de regreso a las grandes producciones tras un largo impasse iniciado con Spider-Man 3, y en el que retoma la senda de excelentes largometrajes como Las normas de la casa de la sidra. Él es Nick Carraway, un joven llegado del Medio Oeste de Estados Unidos hasta Nueva York, en plena primavera de 1922, donde aterriza sólo para vivir al lado de la mansión del vividor Jay Gatsby. Un hombre tan deslumbrante como enigmático pero que esconde secretos de todo tipo.

A través de la mirada inocente (aunque no tanto) de Carraway, Luhrmann nos descubre un teatro de las vanidades, una fiesta en la que sus invitados viven la vida entre números musicales y botellas de champán, y que en su primer tercio parece criticar abiertamente cierto libertinaje económico demasiado reciente. Luhrmann, lo sabemos, se muestra tan fascinado como crítico con esos excesos. El realizador llena la película de tal cantidad de imágenes brillantes, ostentosas, y por qué no decirlo, virtuosas, que la contemplación de El Gran Gatsby se convierte en una experiencia necesaria, ya sea en 3D como en 2D.

Otra cosa es la sensación de fatiga propia de las películas del australiano, que parecen desfallecer casi igual que una fiesta en la madrugada, justo cuando no puede mantener su exaltación emocional. El Gran Gatsby es, al fin y al cabo, una minúscula historia de amor casi adolescente pero emperifollada hasta las cejas, y su misterio último es tan íntimo y personal que el viaje de descubrimiento de Carraway, personaje que se beneficia de la habilidad de Maguire de hablar con la boca cerrada, apenas puede disimular el enorme bajón que experimenta el tercer acto de la cinta… el más oscuro y desolador de todos los filmados por Luhrmann.

Pero antes, la película también reserva la mejor presentación de un personaje protagonista vista en el cine reciente. La aparición de Leonardo DiCaprio como Gatsby sucede pasados los treinta minutos de largometraje, y créanme que cuando sucede es simplemente abrumadora, colosal, descarada. DiCaprio, huelga decirlo, desprende en esos pocos planos –y también en el resto de la película- ese halo de gracia divina y desvergüenza que se le presume al personaje… y también a una estrella de Hollywood. Y entre medias, el realizador demuestra un mimo a la hora de combinar imagen y música (ya sea su banda sonora original, exquisita, obra de Graig Armstromg, como la selección de temas pop, rock o hip hop realizada por el rapero Jay Z) que sólo encuentra parangón en la también reciente Oblivion, de Joseph Kosinski.

El Gran Gatsby es una película tan irregular y abigarrada como impresionante, voluntariosa y constante en sus intenciones de alcanzar sus objetivos, que son primero impresionar y luego conmover. Aunque a Luhrmann, como siempre, le sale mejor lo primero que lo segundo, el menosprecio no es lo mío. Como siempre, ustedes deciden.

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