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Juan Manuel González

Crítica: 'Amanece en Edimburgo'

Crítica y tráiler del musical Amanece en Edimburgo, una película que, a lo tonto, logra sortear peligros que han hecho caer películas mayores.

Póster Amanece en Edimburgo
Puntuación: 6 / 10

Amanece en Edimburgo es una de esas películas que se conforman. Bien es cierto que su tono de dramedy familiar probablemente proceda del musical original, Sunshine in Leith, que incorporaba un gran número de canciones del grupo escocés The Proclaimers. Y que ese tono amable en absoluto puede considerarse un handicap, sino más bien una cualidad perfectamente estudiada para enganchar al personal. Pero lo cierto es que, con todo y con eso, se echa de menos algo más, un punto de intensidad que asociamos indisolublemente con las mejores muestras del género, ya sean clásicas como también, sobre todo, contemporáneas (sin ir más lejos, la intensidad y exceso Moulin Rouge o Los Miserables, dos filmes discutibles pero absolutamente intensos en sus respectivas apuestas).

Al principio de la película, dos soldados destinados en Afganistán y amigos íntimos que vuelven a su Edimburgo natal para tratar de continuar con sus vidas. Lo que nos encontramos a continuación es básicamente la historia de tres parejas, las integradas por los dos protagonistas y los padres de uno de ellos, a punto de encontrarse todos ellos, sin saberlo, en una encrucijada amorosa y vital inesperada.

El gran mérito de Amanece en Edimburgo es precisamente ese sólido buenrollismo, su aire de melodrama cotidiano con un punto vintage y hasta cierto dramatismo y sin precipitarse en lo tonto u hortera. La película sortea numerosos abismos con bastante naturalidad: el del telefilme de sobremesa, el del musical rutinario, el de simulacro de obra maestra del cine clásico. Y créanme que tiene cierto mérito, porque casi todos ellos le acechan a la vuelta de la esquina. Le ayudan en todo momento sus actores, especialmente los veteranos: Peter Mullan cantar no canta mucho, pero inyecta su tradicional intensidad al personaje, como también Jane Horrocks, su esposa en la ficción. Los jóvenes les acompañan en todo momento, tanto a la hora de cantar como a la de creerse sus situaciones. Amanece en Edimburgo logra ir más allá de otras comedias ligeras musicales gracias a ellos y al excelente decorado escocés: el director Dexter Fletcher saca el partido adecuado del lugar, una ciudad con personalidad y una inesperada calidez.

Otro cantar (perdón por el chiste) es si, aparte de disimular anacronismos, de sortear ese campo de minas mencionado arriba, la película logra calar verdaderamente en el espectador. Amanece en Edimburgo es ligera y se pasa en un suspiro, pero se olvida más o menos igual. Su arquitectura, indefinida, podría formar parte de una sitcom, un drama de sobremesa o sí, un musical sobre el escenario. ¿Las canciones? Enganchan, pero si desean salir tarareando del cine, más vale que vayan olvidándose.

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