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Juan Manuel González

Crítica: 'El Rascacielos', con Dwayne Johnson

'El Rascacielos', remedo de 'Jungla de Cristal' y 'El Coloso en llamas', demuestra que la presencia de Dwayne Johnson es inmensa.

A la sombra de los edificios de Jungla de Cristal y El Coloso en Llamas se vive francamente a gusto. El Rascacielos, la última aventura del hiperactivo Dwayne Johnson, es un filme de acción que no esconde su naturaleza derivativa de dos títulos fundamentales con algunos lazos en común, la primera del género de acción y la segunda del de catástrofes. Por un lado, la película de Rawson Marshall Thurber, que aquí acomete su primer proyecto alejado de la comedia, propone recuperar la figura del héroe clásico, solo que racialmente diverso y con un handicap físico, enfrentado a unos villanos que amenazan a su familia. Un guiño a las motivaciones del mítico John McClane de Jungla de Cristal solo que en este caso adaptada a las necesidades del mercado actual: construir un filme a la medida de un nuevo protagonista y apto en lo esencial para el consumo familiar. Por otro, está la recuperación/mutación del género que propulsó la taquilla de Hollywood durante los setenta, el de catástrofes, que sirvió para advertir de los peligros de la ambición humana e incorporar a las antiguas estrellas del Hollywood clásico en una nueva clase de merengue destinado al lucimiento de los efectos especiales. El Rascacielos pulsa teclas viejas de manera descarada, eso es obvio, pero eso no significa que sea una obra deshonesta.

Que en la tesitura actual este revival de texturas digitales, sobre todo tras el experimentado en los 90 a raíz de Independence Day, y repleta de guiños al mercado chino (donde, evidentemente, hay un público ansioso y hay dinero) resulte realmente refrescante es una cuestión diferente. Pero, en cierto modo, lo es, pese a que en realidad no han faltado puntuales intentos recientes de hacer lo mismo (¿se acuerdan, por ejemplo, de la infravalorada e igualmente hilarante Asalto al poder?). El Rascacielos, que para empezar apenas se prolonga más de cien minutos (una rara avis en el blockbuster de verano actual) tiene cierto aire de serie B y, quizá por eso, solo trata de hacer un par de cosas, pero las dos las consigue bien: cuando a la media hora de película Dwayne Johnson consigue entrar de nuevo en el edificio con un salto imposible, en una secuencia de tensión larga, divertida y excelente, de repente el reparto al completo despierta de su letargo, el guión (pobre y explicativo) de Thurber cobra cierta vida y su película, sin intentar nunca tocar el cielo (o quizá precisamente por eso) proporciona minutos de irracional entretenimiento.

El director de Un espía y medio, buddy movie al servicio de Dwayne Johnson, sabe aprovechar la inmensa presencia y calidez del protagonista, de nuevo lo mejor de la función en ausencia de personajes relevantes. El Rascacielos demuestra, por enésima vez, la utilidad de la presencia de Johnson en el star-system USA: él, y solo él, se las arregla para ser el mejor efecto especial del popurrí de El Rascacielos, redirigiendo la evidente nostalgia del concepto hacia el entretenimiento millenial sin necesidad de chistes o referencias pop intrusivas. Efectivamente, la película es mucho más blanca y políticamente correcta que las que facturaban John McTiernan y Renny Harlin (las balas apenas dejan heridas, los pocos muertos no sufren) pero su sinceridad conmueve, y, quizá sin saberlo, incluso refleja la medida de los cambios sufridos por el género: si en Jungla de Cristal los medios de comunicación se apostaban a la entrada e invadían como buitres la privacidad del protagonista, en El Rascacielos todo se limita a, como en Twitter, una muchedumbre aullante que aplaude las piruetas del héroe. Una pena, como decimos, la poca intensidad de su violencia, que perjudica terriblemente secuencias como la del traumático prólogo o la televisiva puesta en escena de su primer acto, consistente en una mera sucesión de caras y diálogos explicativos. Salvo eso, El Rascacielos es un simpático filme de acción con un par de buenas secuencias de vértigo que demuestra, otra vez, que esta vez el coloso no es el edificio sino The Rock, y que el ex luchador es capaz de sostener una película por sí mismo. Y otra cosa un poco más amarga: que los años en los que El Coloso en llamas y Jungla de Cristal arrasaban los cines con su melodramática espectacularidadno van a volver nunca, nunca jamás.

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