
En el cine había la esperable mezcla de niños acompañados de sus padres y de pandillas de adolescentes disfrutando los primeros ramalazos de libertad subvencionada. Yo había ido con mis dos hijos a ver una película basada en un videojuego que consiste fundamentalmente en construir mundos; la Lego Película de esta década. Porque la Lego Película tiene ya más de diez años, en caso de que el lector no haya hecho la resta. Una película de Minecraft es una lección generacional para cualquiera que sobrepase la treintena, no digamos ya para alguien que está apreciablemente más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. He llegado a los taytantos siendo capaz de entender y contextualizar expresiones millenials de gente diez o quince años más joven gracias al chalé adosado que me construí en Twitter a principios de la década de 2010, y que me ha permitido tener no sólo un balcón a la construcción de sus identidades generacionales, sino incluso que a veces me acepten como ser humano digno de tal nombre. Pero con aquellos cuyo año de nacimiento empieza por 2 la distancia cronológica ya es excesiva. A diferencia de los Viajes de Gulliver, o de la mayoría de películas de Pixar, que admiten una doble lectura simultánea para jóvenes y adultos, la totalidad de los guiños al espectador en Minecraft son para los jugadores, que conocen no sólo la dinámica del juego sino los memes, los chistes y las historias que crecen a su alrededor. Y más si se trata de un videojuego en el que no he puesto un pie. Así que necesité una traducción simultánea de mi hijo pequeño, que a sus once años estaba encantado de explicarle a susurros los intríngulis de la película al viejales de su padre.
La única referencia que no necesité que me explicaran fue la breve aparición en pantalla de un cerdo hecho con paralelepípedos luciendo orgulloso una corona de oro y piedras incrustadas, principalmente porque el hecho al que se refiere fue noticia en todos los medios mainstream. "Es una leyenda", dice el personaje de Jack Black para homenajear al, probablemente, más famoso jugador de Minecraft. Technoblade fue un youtuber de la segunda hornada; abrió su canal a mediados de 2013, cuando contaba con catorce años. Como tantos otros de su generación, se dedicó a subir vídeos jugando por el puro placer de hacerlo, hasta que un día le llegó la viralidad y el éxito. Es la misma historia de MrBeast, prácticamente de su misma edad, y que hoy es el creador de contenido con más suscriptores del planeta. Technoblade murió de cáncer en 2022 con 23 años; su enorme base de seguidores (diez millones de personas en aquella época) lo supo a través de un vídeo subido a su canal y titulado so long nerds (hasta la vista, frikis). En él, su padre lee el texto que el youtuber dejó preparado ocho horas antes de morir. La primera frase reza así: "Si estás viendo esto, estoy muerto". No soy capaz, ni creo que nadie sea capaz, de imaginar cuántas veces tuvo que leer su padre esa frase antes de conseguir terminarla sin que la voz y el alma se le quebraran en mil pedazos. Aunque la última frase es peor aún: "Technoblade out".
Lo malo de los niños es que su crecimiento permite una evaluación instantánea del paso del tiempo. De repente un día uno mira a sus propios vástagos y se sorprende de su tamaño. Mi hijo pequeño nació un par de meses antes de que Technoblade empezara a subir vídeos a Youtube. Su relación con las pantallas, como la de su hermano, es en el mejor de los casos discutible, pero eso es culpa de sus padres, no suya. Ellos viven mundos e historias que nosotros no entendemos. Dicen "bro" cada tres palabras, como nosotros a su edad decíamos "tío" entre dos y tres mil veces cada día. Califican a otros chicos y chicas de su edad como "NPCs" o "Pick me girls". Tienen códigos y bromas generacionales que a sus padres se les escapan; mis padres también renunciaron a entender la mitad de lo que decía alrededor de 1994. De vez en cuando encontramos algún territorio compartido en el que establecernos, en el que hablar un idioma común que traspase la distancia generacional; generalmente alrededor del fútbol o de la Fórmula 1. A ellos normalmente no les interesa el mundo de los adultos; tampoco a mi me interesó el de mis ancestros hasta bien entrada la edad adulta, cuando de repente conocer el pasado de mi familia se convirtió en uno de los temas más interesantes del mundo. Sin embargo, a mi sí que me interesa su mundo, en buena parte porque es suyo. Igual que desarrollé cierto interés antropológico y científico por la Patrulla Canina (un caso obvio de explotación infantil y animal) o los personajes de Cars (¿hubo en ese universo un Hitler de cuatro ruedas?), me gusta comprender qué les llama la atención, qué les entretiene y qué les preocupa. Mi generación difícilmente puede no ya disfrutar sino simplemente entender qué pasa en un vídeo titulado "Potato Wars" donde sólo se ve un cerdo hecho de píxeles como puños dar saltos por una pantalla con un narrador de fondo explicando términos alienígenas, ni por qué suma 50 millones de visualizaciones. Como el pez del chiste, soy solo un mero espectador, mi única intervención en la conversación de la chavalada con Internet es para poner límites y para pagar el cine. Pero como padre, ver a otro padre acariciando a su perrito mientras habla de su hijo recién fallecido con la voz rota, es imposible que no me emocione. Ese es el common ground no ya entre mis hijos y yo sino entre su generación y la mía. La capacidad de emocionarse. El lugar donde puede existir una frase que nos conmueva a ambos, aunque sea por razones distintas. Para ellos es un personaje de internet. Para mi es el hijo de alguien como yo. Para ambos, Technoblade never dies.