Aunque sólo fuera por haber escrito el Libro de los Gorriones (1868), que nada tiene que ver por cierto con esos pajarillos pardos, la sospecha de que las oscuras golondrinas no fueron las únicas aves presentes en la pajarera imaginaria de Gustavo Adolfo Bécquer debería haberse extendido. Pero no.
También podría haberse seguido la pista más definida del cuento, Memorias de un pavo, pero tampoco. Que un pavo tenga memoria ya es notable, pero que escriba sus recuerdos en un papel en plena Pascua de Navidad, ya era de nota. Pero nada, ni caso. En el imaginario de muchos españoles, Bécquer está ligado para siempre a la hirundo rustica, que es el nombre científico de la golondrina.
Cuando se lee, se glosa o se comenta al poeta sevillano, se sigue pensando en las famosas golondrinas de la Rima LIII [I], pájaros privilegiados por la Iglesia Católica [II] pero no tanto por los escritos de Bécquer. De hecho, se le ha conocido como el "poeta de las golondrinas" (así le llamaron los hermanos Álvarez Quintero) o su "cantor" en afamados prólogos. Con motivo del cumplimiento de los 150 años de su muerte, haremos un frondoso inventario de esa pajarera para tratar de dilucidar la cuestión.
No podemos saber qué pájaros conoció nuestro poeta de manera directa, aunque Sevilla siempre ha sido una ciudad paraíso de las aves. Todavía hoy se la presenta como "la ciudad europea con mayor diversidad de aves de todo el continente", como se escribió en El Correo de Andalucía en 2019. En realidad, toda Andalucía es un edén ornitológico, como puede comprobarse en el exhaustivo catálogo que realizó en tiempos del poeta (1861) el académico granadino Víctor López Seoane y Pardo Montenegro.
En la actualidad, las calles y los parques y zonas verdes de Sevilla cuentan con aves como el gorrión, el mirlo común, el estornino, el petirrojo europeo, el herrerillo, el verdecillo, el mosquitero, la lavandera blanca, los jilgueros, las golondrinas, las palomas, los vencejos, las cigüeñas, los cernícalos, las currucas capirotadas, los patos desde los rabudos a los reales y, cómo no, lechuzas, mochuelos, autillos y algunos más que colman hasta más de 130 especies.
El cielo se enlutó
Gustavo Adolfo Bécquer - en realidad Domínguez Bécquer -, vivió 18 años en Sevilla, más de la mitad de su corta vida. Nació el 17 de febrero de 1836 y murió en Madrid, adonde llegó con 18 años, de una pulmonía el 22 de diciembre de 1870, hoy sería perra suerte, tres meses después de haber fallecido su hermano, su colaborador gráfico y gran pintor, Valeriano.
Aquel día hubo un eclipse de sol que se inició a las 10:10 de la mañana, 10 minutos después de su muerte según anota su biógrafo, el asimismo poeta sevillano Rafael Montesinos. En Sevilla, dice este otro gran bardo del que se cumple centenario de su nacimiento este mismo año, el cielo se enlutó media hora después.
Pero vamos a nuestro propósito. ¿Qué aves, qué pájaros menciona Gustavo Adolfo Bécquer en sus obras además de las golondrinas? [III]
Por empezar por ellas, que no se olvide, además de mencionarlas en la rima ya definida antes, las golondrinas son consideradas en Toledo, en su escrito Tres fechas donde se refiere al lugar en que diversos pájaros hacen su nido. "Las cigüeñas cuelgan su nido en la veleta de la torre; los vencejos en el ala de los tejados ; las golondrinas en los doseles de granito, y el búho y la lechuza escogen para su guarida los altos mechinales…", escribe.
En Toledo también alude a ellas en sus Recuerdos de un viaje artístico, por los tonos melancólicos y perdidos de sus cantos en los alrededores de la ermita que está cerca de la antigua basílica del Cristo de la Vega. En El Gnomo, compara la alegría de sus bandadas con la de las muchachas que volvían de la fuente con sus cántaros. También se acuerda de ellas en El Carnaval, donde hace de su vuelta un signo de la estación templada.
En la Carta segunda desde su celda, añade: "El viento sigue suspirando entre las copas de los árboles, el agua sonriendo a mis pies, y las golondrinas, lanzando chillidos agudos, pasan sobre mi cabeza". En su libro primero sobre los templos de España, obra interrumpida, cita la inscripción del muro meridional de la antigua sinagoga de Santa María del Tránsito donde aparece: "Hasta el pájaro encuentra casa y la golondrina nido donde poner sus polluelos", tomado del Salmo 83.
Más pájaros que golondrinas
Pero no hay más. Y despejemos ya la duda. No son las primeras de la lista. Es más, Gustavo Adolfo Bécquer no parece ser un gran conocedor de las aves. O no se fijó en ellas lo suficiente. O no le interesaron sus especies sino su género. Lo muestra el hecho de que hable de ellas más en general que en particular. Menciona muchas más veces a los "pájaros" o a las "aves" que a las golondrinas y a todos los demás alados que aparecen en sus obras.
Así, por ejemplo, constan en sus obras expresiones como "el canto" o "el nido" de los pájaros, sin mayores precisiones. El corazón puede ser un "pájaro aprisionado" y haber cuadros donde aparecen "pájaros y flores vistosas". En las notas de Maese Pérez el organista parecían cantar pájaros y a veces detectaba miríadas de pájaros. Incluso sugiere "un pájaro de la cabeza blanca" que luego desvelaremos.
En otras ocasiones nombra a los pájaros en general, como si fueran un todo sin formas, quizá una esencia común, pero nada más. Así, se ocupa de su lenguaje, como "facultad maravillosa" o sus cantos colectivos y bulliciosos que "despiertan al primer rayo del sol entre las frondas" o a su sueño en las ramas. Pero no concreta el nombre de ninguno.
Lo mismo hace con las aves. Además del Ave-María, oración o pieza musical, que aparece algunas veces, puede encontrarse en sus obras "un ave herida en su vuelo", alguna "ave de mal agüero", el aleteo de las "aves de rapiña", incluso las "aves trinchadas" de los convites. Comparó, fíjense "tímidas aves que vuelan rastreando" a las inteligencias amenazadas por el rigor de la Inquisición que ocultaban sus sentimientos o se volcaban en el oscuro misticismo.
Las aves podían repetir a coro los suspiros de las noches, o unirse en una sola voz con las aguas, los bosques y el espacio, voz que "entona el himno del día". Había aves que se guarecían de las tormentas en los "pabellones de la verdura de la selva" o aves nocturnas silbando entre "rumores siniestros y misteriosos", entre otros "revoloteos".
Pero tampoco en estos casos se especifica el significado de la palabra en aves o pájaros concretos, definidos. Por tanto, se puede decir que en la pajarera imaginaria del poeta sevillano predominaría un concepto general no un volátil determinado. Eso sí, siendo tal vez invisible, se vería acompañado por los pájaros reales y diferenciados a que se refiere en no muchas ocasiones, las golondrinas entre ellas como ya hemos dicho.
El pavo
Antes que las golondrinas, quizá la más preferida de todas las aves de Bécquer sería el pavo al que convierte en el rey de uno de sus relatos, el ya mencionado Memorias de un pavo. En él se trata de un banquete de Pascuas. Dado que era costumbre sacar al pavo de una pieza, seguramente para que se confirmase que era un pavo de verdad, era preciso trincharlo, operación a la que se ofrece el relator: "…el animalito en cuestión estaba allí íntegro y pidiendo a voces un cuchillo que lo destrozase", escribe nuestro poeta.
Entrado en faena, el cuchillo rajó el pavo, pero colisionó con algo duro. ¿Un relleno? Quiá, un rollo de papeles en el que constaba la siguiente leyenda preliminar: "Impresiones, notas sueltas, y pensamientos filosóficos de un pavo, destinados a utilizarse en la redacción de sus memorias". Nada menos y escrito, suponemos, por un pavo que sabía escribir.
No desvelaremos más que lo preciso sobre aquel pavo que añoraba a su pava amorosa, que lloraba a moco tendido, cómo no, que, siendo "pavo errante" llega a Madrid, el paraíso que soñó en el corral de su aldea para luego ser tasado, engordado, trufado y destinado a tener un estómago por tumba. ¡Lasciati agni speranza!
Tras la lectura de aquellas Memorias, pasó sólo un momento y tras enjugarse una lágrima, los comensales…se zamparon el cadáver del memorioso pavo. Es decir, en la pajarera imaginaria que hemos asignado a Bécquer, habría, sin duda, un pavo de corral junto al pájaro abstracto y algunas golondrinas.
También la habitarían los cuervos, uno de ellos sobre todo, con cuya huida a la desbandada comparaba Bécquer a los auxiliares de la Justicia que no resistían los tumultos y pendencias a que daba lugar cierta señora en la madrileña calle de la Montera. En El caudillo de las manos rojas, de inspiración hindú, el poeta sevillano menciona al cuervo “de cabeza blanca”, que tenía su nido lejos del río Ganges “sobre los peñascos en que se estrellan las encrespadas olas”.
Aquel cuervo era un "ave misteriosa bajo cuyo negro plumaje vivió por espacio de tres siglos el poderoso Vichenú, logrando con este ardid evitar la muerte que el dios de la destrucción le aprestaba". Tenía respuestas a preguntas que nadie sabía responder y condujo al valeroso Pulo a una fatal aventura.
La osadía sin límites conduce habitualmente a la tragedia, incluso en las leyendas, de tal modo que el príncipe Pulo, el protegido del cuervo de cabeza blanca, se inmoló ante el extirpador de su raza para impedir que su amada Siannah corriera su suerte. Pero ella, "la perla de Ormuz, la violeta de Osira" prefirió ser la "primera viuda indiana que se arrojó al fuego con el cadáver de su esposo".
Luego estarían los cisnes, lo que ya exigiría una pajarera de grandes dimensiones, "el que muere entonando…su mejor canto para despedirse del mundo". De uno gigantesco, el que paseaba a Brahma por el espacio como si fuera un corcel de nieve, se apeaba el héroe dejando abajo a la turba de grand-harvas (espíritus, en parte animal, pájaro o caballo, de gran talento musical), se aislaba en su santuario y para combatir el fastidio, "entregóse a la alquimia".
En su fantástica narración La corza blanca, el poeta recupera al cisne para explicar cómo los mutantes prodigiosos que no desvelaremos, algunos del color del "vellón de los corderos", surcaban el agua "rompiendo la corriente con el levantado seno". Y a la propia esposa del poeta, la postergada Casta, le escribe que su voz “es de los cisnes la armonía". En fin.
A lo mejor no hemos contado bien, pero otra ave que tendría que estar presente en la gran jaula becqueriana por la frecuencia de sus apariciones en la obra de Bécquer es el búho. Además de su presencia en el texto de Toledo ya citado, el ave de la noche mira fijamente en el Miserere, mejor “graznaba refugiado bajo el nimbo de piedra de una imagen” o a veces "escondido" cerca de una cascada.
En la rima LXX, Bécquer escribe:
Los búhos que espantados me seguían
con sus ojos de llamas,
llegaron a mirarme con el tiempo
como a un buen camarada.
Alguna paloma debería haber. A Bécquer en la lejanía le parecían estas aves tan presentes en Sevilla prisioneros pañuelos blancos y a veces una ciudad que descansase sobre un nido de flores. En La cruz del diablo, el poeta imagina que los blancos caseríos que la rodean (a la pirenaica Bellver), salpicados aquí y allá sobre una ondulante sábana de verdura… "parecen a lo lejos un bando de palomas que han abatido su vuelo para apagar su sed en las aguas de las riberas".
En la correría de Teobaldo de Montagut, su madre, antes de parirlo, "tuvo un ensueño misterioso y terrible, Acaso un aviso de Dios…" en el que daba a luz a una serpiente monstruosa que se escondió entre las breñas si bien, en realidad, era una paloma blanca que levantó el vuelo. Luego ella murió en el parto.
Las alondras y sus trinos
Por orden descendente de presencias, en la pajarera de Bécquer le toca el turno a las alondras y sus trinos, que "se levantan gorjeando de entre las flores como una saeta despedida á las nubes". En su narración Creed en Dios, el mismo Teobaldo tiene una visión de las almas mientras cabalgaba sobre un cielo lleno de ángeles viendo "los hilos de luz imperceptibles que atan los hombres a las estrellas".
Del cielo bajaban muchas almas y subían muy pocas. Las que descendían, las no inocentes, tornaban solas "en silencio y con lágrimas en los ojos". Las que ascendían, "subían cantando como suben las alondras en las mañanas de abril". En unos Pensamientos, Bécquer ve cómo crece entre ruinas la "flor del recuerdo", cuyo sol "no es el sol de la alondra, el alba que espero para romper mi broche ha de clarear en el cielo de unos ojos".
Ya menos esenciales, debería haber águilas, tal vez con aguiluchos, cigüeñas, un cuco en su reloj, algunos cóndores, gallos en su Misa pero asimismo aquellos que "cacarean esponjándose orgullosos sobre las bardas de un corral", patos, garzas mágicas, halcones adiestrados por pajes, lechuzas y mirlos, incluso un papagayo, tórtolas arrulladoras, vencejos acostumbrados a ala de los tejados, jilgueros y ruiseñores con su misterioso lenguaje que algunos encierran en un pentagrama.
Terminemos. En esta pajarera imaginaria de Gustavo Adolfo Bécquer, lo genérico superaría a lo específico y concreto, las golondrinas no serían las reinas de su aire y los gorriones, fíjense si habría miles en Sevilla y en Madrid, no estarían. Al menos no hemos encontrado ninguna mención a ellos en sus obras, salvo error u omisión. Qué se le va a hacer.
[I] Empieza así, como es bien conocido: “Volverán las oscuras golondrinas/en tu balcón sus nidos a colgar,/y, otra vez, con el ala a sus cristales/jugando llamarán.”
[II] Las golondrinas, en la tradición católica, aliviaron el sufrimiento de Jesucristo en la cruz quitándole las espinas de la corona que tenía clavada. Por eso eran pájaros de Dios y no se debían matar. “En el monte Calvario/ las golondrinas / le quitaron a Cristo / las mil espinas”, han recogido los cofrades de la tradición.
[III] Para hacer este estudio, hemos consultado los tres tomos de las Obras de Bécquer editadas en 1877 por la librería Universal de J.A. Fernández Fe en Madrid y los tres volúmenes de las Páginas desconocidas de Bécquer recopiladas más adelante por Fernando Iglesias Figueroa editadas por Renacimiento, 1924. A veces, hemos acudido a obras concretas del poeta.