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Agapito Maestre

Don Marcelino y el poder de la lírica

Quizá la mística española representa una dimensión clave del cristianismo: la exaltación de la radical libertad de la persona humana en relación con la persona divina.

Quizá la mística española representa una dimensión clave del cristianismo: la exaltación de la radical libertad de la persona humana en relación con la persona divina.
Marcelino Menéndez Pelayo | Archivo

El Brujo de Villahizán se quedó asombrado con la primera tesis de don Marcelino sobre la imposibilidad de escribir poesía mística sin conocimientos filosóficos y teológicos. Pero así es, querido Ángel, la poesía mística es para Menéndez Pelayo solo apta para seres encumbrados en altos conocimientos filosóficos y teológicos, hombres y mujeres que hayan convertido, dice el sabio de Santander, en sustancia propia un sistema completo sobre las relaciones entre Dios y el hombre. El asombro de mi amigo es una prueba de que los textos de Menéndez Pelayo no nos dejan indiferentes. Nos cambian nuestros modos de concebir el mundo. Elevan el nivel de nuestros diálogos. Don Marcelino nos zarandea y despierta de viejas creencias. La mística, la poesía mística española, nos revela su principal secreto a través de su prosa. La aportación de don Marcelino es sencilla: nadie crea que la mística española está al margen del razonamiento. De la filosofía.

La mística española es la expresión de una amplia y profunda cultura filosófica y teológica. Ahí está el texto de La poesía mística española para demostrarlo. Este famoso discurso es, además de telón de fondo y contexto para adentrarse en los estudios de la mística española, un paso necesario, casi imposible eludirlo, para comprender aún hoy un capítulo clave de la historia intelectual de España en el nacimiento de la modernidad (Renacimiento y la Reforma de la Contrarreforma). Menéndez Pelayo muestra que la cultura renacentista de España, especialmente la poesía mística, es una dimensión, momento, o sencillamente un trance de la cultura católica. Por este camino es innegable que la modernidad tiene su placenta nutricia en el cristianismo. Cabe pensar que la especificidad, o acaso la superioridad, de la poesía mística española respecto a otras tradiciones místicas, residiría en la alta cultura filosófica y teológica del intérprete o creador de tal poesía. A demostrar esa singularidad dedicó Menéndez Pelayo este discurso de entrada en la Academia de la Lengua, aún hoy vigente, en mi opinión, porque apenas ha sido cuestionado por la crítica filosófica contemporánea; al contrario, mientras más leo a comentaristas supuestamente críticos con don Marcelino, más grande y acertada me parecen algunas de sus ideas. (Quedan en poco las críticas a don Marcelino de Ortega, Bataillon, Valente, Ballesteros y Aranguren, por poner solo algunos ejemplos de autores interesados en la mística española).

Quizá la mística española representa una dimensión clave del cristianismo: la exaltación de la radical libertad de la persona humana en relación con la persona divina. Quizá la persistencia de los poetas místicos españoles en resaltar la universalidad de esa idea de libertad sea una seña de identidad indeleble de la cultura cristiana en la modernidad. Quizá sea esta noción de individuo desarrollada por nuestra mística la principal baza para integrar en su seno el resto de concepciones místicas. Sí, Menéndez Pelayo transforma con prosa excelsa mis pobres y balbuceantes "quizás" en una certeza:

"No basta la mera devoción y el bien intencionado fervor cristiano para producir maravillas de poesía mística, sino que el intérprete o creador de tal poesía ha de ser encumbrado filósofo y teólogo, o a lo menos teósofo, y hombre que posea y haya convertido en sustancia propia un sistema completo de relaciones entre el Criador y la la criatura. Por eso no dudo en afirmar que, además de ser rarísima flor la de tal poesía, no brota en ninguna literatura por su propia y espontánea virtud, sino después de una larga elaboración intelectual, y de muchas teorías y sistemas, y de mucha ciencia y libros en prosa (…). Los conceptos que sirven de materia a la poesía mística son de tan alta naturaleza y tan sintéticos y comprensivos, que en llegando a columbrarlos, entendimiento, y fantasía, y voluntad, y arte y ciencia se confunden y hacen una cosa misma, y el entendimiento da alas a la voluntad, y la voluntad enciende con su calor a la fantasía, y es llama de amor viva en el arte lo que es serena contemplación en la teología. Si separamos cosas inseparables, en vez de las odas de San Juan de la Cruz, tan gran teólogo como poeta, nos quedará el vacío y femenil sentimentalismo de los versos religiosos que ahora se componen".

No hay, pues, mística sin ciencia, o sea sin filosofía. A todo poeta místico, incluido el misticismo heterodoxo, precede siempre una escuela filosófica, pero a la que le ha venido como anillo al dedo la poesía lírica española, porque "siempre trae consigo cierta manera de emancipación del sentimiento propio respecto del sentimiento colectivo". La poesía mística, que no es sinónimo de poesía cristiana, nos revela el encuentro o "posesión de Dios por unión de amor, y procede como si Dios y el alma estuviesen solos en el mundo". Más que un medio de comunicación, o expresión, para revelar un sentimiento personal, es un pensamiento, una filosofía, sobre toda persona, individuo o subjetividad "que se reconoce parte de la infinita esencia" de un Dios hecho carne. La mística española refleja la experiencia radicalmente subjetiva del hombre concebido radicalmente libre con un Dios hecho carne por los pecados del mundo. La poesía mística española nada tiene que ver con la mística de lo Uno del neoplatonismo, o de la Nada indostánica, sino con la del "Cristo humanado, lazo entre el cielo y la tierra".

Fuera de esta mística cristológica, seña de identidad de la gran poesía mística española, que enlaza con la honda humanización de la experiencia de lo divino en el Renacimiento no hay filosofía ni poesía capaz de darnos, como hacen nuestros místicos, "un vago sabor de lo infinito, aun cuando lo envuelve en formas y alegorías terrestres". Ahí reside la grandeza de la poesía mística española. Aunque el recorrido que lleva a cabo don Marcelino por toda nuestra mística tiene como objetivo fundamental mostrarnos que "sólo en el cristianismo vive perfecta y pura" este tipo de poesía lírica, creo que hoy, en un mundo pagano, poblado de miles de diosecillos, podría formularse el asunto de otra manera. A la viceversa diría un castizo: quizá un recorrido por nuestra inmensa literatura mística acaso nos re-descubriría los valores del Dios cristiano para combatir o detener la famosa "decadencia de Occidente". ¡Quién sabe! Pero de una cosa estoy seguro: la lectura de don Marcelino de los místicos españoles está tan vigente hoy como en su tiempo, porque analizó y disfrutó de nuestros místicos cara a cara; sí, estudio ese género literario "frente a frente y en sí mismo, sin enlazarle con la historia externa, lo cual escandalizará, de seguro, a los que en todo y por todo quieren ver el espejo y el reflejo de la sociedad en el arte. Mas yo entiendo", concluye don Marcelino su reflexión sobre la creatividad del artista, "que contra esas enseñanzas, buenas y útiles en sí, pero absorbedoras de la individualidad y valor propio del artista a poco que se exageren, conviene reclamar la independencia del genio poético, y sobre todo, del genio lírico, y más aún del que no arenga a la multitud en las plazas, ni habla en nombre de una idea política o social, sino de su propio y solitario pensamiento, absorto en la contemplación de las cosas divinas. Cuando tal estado del alma se dé, el poeta será más o menos perfectos con los recursos y las formas que el arte de su tiempo le depare; pero, creedlo, será lírico de veras".

En fin, mientras haya cielos y flores, y pájaros y alboradas, y hermosura y ojos que la contemplen, dice don Marcelino, la poesía lírica sobrevivirá lozana y robusta, y la poesía mística, "refugio de algunas almas escogidas", porqué no, tendrá en ella un espacio reservado. Don Marcelino siempre confió en el poder de la poesía lírica, sencillamente, porque no creyó jamás en la "ley" de la triste decadencia universal, ni militó en la "ley" del progreso, de esos que "juzgan los cantos de nuestro siglo superiores a todos, sólo porque hablan más de cerca a sus aficiones y sentimientos"

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