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Amando de Miguel

El viejo y la tierra

¿Qué significa transitar por la vejez? Es una sensación parecida a la que se tenía de niño: los demás no te hacen mucho caso.

¿Qué significa transitar por la vejez? Es una sensación parecida a la que se tenía de niño: los demás no te hacen mucho caso.
Una pareja de jubilados miran el atardecer desde un banco, en Alicante. | EFE

A lo largo de nuestras vidas, se renuevan varias veces las células de nuestro cuerpo. Entonces, ¿por qué seguimos siendo la misma persona? Muy sencillo: porque la memoria conserva los recuerdos, que son intransferibles. Ese es el auténtico yo, la mismidad continua. Si queréis, a esa realidad única y misteriosa, la podemos llamar alma. Es lo que justifica que, a pesar de los continuos cambios del cuerpo, seamos, siempre, la misma persona. A veces, el hecho puede resultar molesto (por los varios "ajustes de cuentas" que quedan pendientes), pero, lo normal es que represente una bendición.

¿Qué significa transitar por la vejez? Es una sensación parecida a la que se tenía de niño: los demás no te hacen mucho caso. Por ejemplo, te siguen mal cuando inicias una conversación. Si eres un escribidor, ningún editor te tomará en serio tus manuscritos. Al igual que un menor de edad, necesitas que un adulto te represente en las múltiples gestiones de la vida cotidiana.

En las interacciones de personas de distintas edades, los viejos notan, en seguida, que ellos están de más. Insisto en que se trata de una sensación parecida a la que experimenta un niño rodeado de adultos. Solo que el infante intuye que su situación debe de ser transitoria. En cambio, el viejo sabe que su dependencia no va a mejorar. Se comprenderá, ahora, que niños y viejos gusten rodearse de sus coetáneos.

La comparación de los viejos con los niños va más allá de una metáfora cariñosa. Por lo general, el viejo necesita de la continua ayuda de un familiar cercano (tampoco aparecerán muchos candidatos) para resolver las múltiples relaciones con el mundo.

El diagnóstico que recibe el viejo de su pepla principal puede ser esta: "No está usted peor". Aunque no lo parezca, desconsuela.

Está claro que lo malo no es envejecer; algo, perfectamente natural, y hasta deseable. Lo peor es que, superada una cierta edad, el ambiente social te envejece de forma inmisericorde.

De las cosas importantes para la vida, porque afectan a todos, como esta del envejecimiento, sabemos muy poco. Incluyo a los gerontólogos. Solo me fiaría de ellos si hubieran atravesado el umbral de la vejez.

El deterioro de los aspectos físicos o intelectuales, que acompaña, inevitablemente, a la vez, no debería ser una causa de estigma hacia los mayores. (No es necesario decir "los más mayores"). Tampoco los niños alcanzan la plenitud física o mental. Sin embargo, no existe ninguna consideración despectiva hacia la infancia. La vejez estigmatizada es la lógica reacción al hecho de que los viejos deben dejar paso a la siguiente generación de adultos, dispuestos a sustituirlos.

La ideología individualista, tan típica de nuestra época, lleva a creer que los viejos pueden elegir, entre las distintas fórmulas, la más conveniente para su etapa de la jubilación. No es así. Cada uno se atiene a lo que decidan los demás (los familiares, el Estado) para sus años finales, que pueden ser decenios. Precisamente, la vejez es la etapa de la vida, junto con la infancia, en la que cuentan muy poco los deseos de los que tienen que pasar por ese trance.

Un símbolo de la dependencia del Estado por parte de los viejos es la pensión otorgada a los jubilados y discapacitados. En la España actual, la onerosa carga (para el Fisco) de las pensiones se ha aliviado un poco gracias a las muertes extraordinarias de la famosa pandemia. Añádase, incluso, los óbitos inesperados por la reciente ola de calor. Más sutil ha sido la trapacería de elevar el monto de las pensiones por debajo de la subida de los precios, un guarismo, a todas luces, mal calculado.

En todo lo anterior, tiendo a preferir el término "viejo" a otros más edulcorados, como "anciano" o "mayor"; y no digamos "tercera edad". La voz "viejo" deriva del latín vétulus, un diminutivo cariñoso para las personas que habían cumplido el medio siglo. Era una situación que demandaba ternura, al menos, para la categoría minoritaria de los ciudadanos. Con el correr de los tiempos, "viejo" se nos hizo poco menos que un término despreciativo. ("Más sabe el Diablo por viejo que por diablo"). Habrá que recobrar el original sentido de admiración que requería el vocablo. Se consigue, por ejemplo, en el estupendo relato de El viejo y el mar, de Hemingway. Lo utilizamos al referirnos a un "viejo amigo" o al curiosear en una "librería de viejo".

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