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Tres momentos con Vargas

Vargas era un intelectual comprometido, no estabulado ni hechizado. Se podía equivocar o podía acertar. Como usted o como yo. Pero no pensaba ni escribía al dictado de nadie.

Vargas era un intelectual comprometido, no estabulado ni hechizado. Se podía equivocar o podía acertar. Como usted o como yo. Pero no pensaba ni escribía al dictado de nadie.
El escritor Vargas Llosa, durante un congreso. | LD/Agencias

La primera vez que vi en persona a Mario Vargas Llosa fue en Nueva York, justo cuando acababan de darle el Premio Nobel de literatura. Era entonces un hombre maduro, interesante, elegante, seductor. Le entrevisté para el diario ABC —yo era entonces su corresponsal en la Gran Manzana— y al día siguiente me desplacé a la Universidad de Princeton para "cubrir" una conferencia de Vargas programada largo tiempo atrás, pero que con la flamante novedad del Nobel, revestía mayor interés informativo. Todos los corresponsales de nuestro país estaban allí.

La conferencia versaba sobre el pasado, el presente y el futuro de la educación. Vargas estuvo de todo menos complaciente. Advirtió con mucha seriedad del peligro de rebajar los estándares de la educación pública en nombre de un igualitarismo mal entendido. Advirtió que igualdad de mediocridades no es exactamente lo mismo que igualdad de oportunidades. Rompió una hermosa, atrevida lanza, en favor de la cultura del esfuerzo, no ya por la excelencia del propio espíritu, sino por la del cuerpo social. Dejó claro que no hay otro ascensor que ese: animar a la gente a elevarse, no a hundirse. Yo salí extasiada. La mayoría de mis colegas periodistas, de morros. Les había parecido muy "clasista" y "facha".

Pasaron unos cuantos años hasta que volví a verle en persona. Fue en casa de Isabel Preysler, donde él vivía entonces. Yo había vuelto de Nueva York y me había complicado la vida tanto como para ser diputada de Ciutadans en el Parlamento catalán. En mi primer Sant Jordi como tal, tuve el honor de entrevistar a Vargas para hablar de libros, de cultura y de Cataluña. La entrevista me la facilitó un gran amigo de Vargas: el director de teatro Joan Ollé.

Yo conocí a Ollé primero por su brillante trabajo escenográfico y luego por ser víctima de una caza de brujas catalanas. Digamos que un hombre catalanista y progresista como Ollé criticando al procés era algo que a algunos se les atragantaba, y así lanzaron feas acusaciones de abusos sexuales y de todo tipo contra él, sin una sola prueba, pero con mucha mala leche. Aquello acabó, por una vez, mal para los inquisidores, que quedaron desmentidos y en ridículo. Yo fui una (por suerte, no la única) de las personas que no dudamos en defender a Ollé, y de ahí que él, un hombre noble y generoso, me ayudara a conocer a Vargas en la intimidad, no sólo a entrevistarle. Tuvimos una conversación a tres bandas de mucha altura humana y literaria. Hablamos de libertad, de Galdós, del Tirant lo Blanc…

Decía que los inquisidores de mi amigo, y amigo de Vargas, Joan Ollé, se fueron de vacío. Pero el mal ya estaba hecho. Ollé vio abruptamente ensombrecido el final de su carrera y lo pasó muy mal. En todos los sentidos. Había creado un grupo de whatsapp donde nos metió a todos los amigos que le queríamos y creíamos en él, aunque no pensáramos todos lo mismo. Este detalle es importante para entender lo que viene después.

No pensábamos todos lo mismo. Pero unos pensábamos más que otros que los otros tienen derecho a no pensar lo mismo. Un buen día, un miembro del chat se arrancó con feos insultos contra Mario Vargas Llosa. Eso es casi un deporte nacional para cierto perfil de catalán que se considera a sí mismo sumamente progre, bastante indepe o, si no indepe del todo, sí convencido de tener que "parar los pies" a todos "los enemigos de Cataluña y del catalán", etiqueta que en su opinión incluye a Mario Vargas Llosa.

Hago un parón para matizar que Vargas no había sido tímido defendiendo el constitucionalismo en Cataluña, y tuviendo un prominente papel en la mítica manifestación de Societat Civil Catalana que en 2017 sacó a las calles de Barcelona a un millón de personas. Vargas fue lo que podríamos llamar un intelectual comprometido. ¿Intelectual orgánico, como le he oído calificar por una periodista peruana, en un vídeo afanosamente circulado por algunos progres e indepes catalanes como los que antes les citaba? Me temo que lo de intelectual orgánico le pega menos a Mario Vargas Llosa que a Gabriel García Márquez cuando acudía solícito al llamado de Fidel Castro, o a Sartre cuando le llevaban de gira por la URSS estalinista y volvía contando maravillas. Vargas era un intelectual comprometido, no estabulado ni hechizado. Se podía equivocar o podía acertar. Como usted o como yo. Pero no pensaba ni escribía al dictado de nadie.

En la larga y sórdida agonía del procés, en la Barcelona que fue la capital del boom te encontrabas gente como Joan Ollé y como yo, amigos y admiradores de Mario Vargas Llosa, admiradores literarios absolutos, y políticos más matizados (supongo que yo un poco más que Ollé), y los que le odiaban por considerarle "enemigo de Cataluña". De su Cataluñita de la señorita Pepis, sólo para ellos, que excluía todas las demás.

Les decía que Joan Ollé había creado un grupo de whatsapp donde se podía (o eso parecía) hablar un poco de todo. Un día un miembro de ese grupo, un actor catalán, se descolgó atacando a Vargas Llosa como presunto enemigo del catalán y de Cataluña. Yo me metí a defenderle, y entonces me tocó recibir a mí: al parecer también todos los de Ciutadans éramos exterminadores del catalán y de Cataluña.

En estos casos, es siempre intensa la tentación de callarte, cambiar de tema o simplemente salir para siempre del chat, como hicieron algunas sensatas personas. De mí dicen que soy inteligente. Nunca nadie ha podido demostrar que sea sensata. Me negué a dar el sí de los tontos o a dejar pasar ni un solo insulto más, ni a Vargas Llosa ni a mí. El debate se enconó y duró horas, prolongándose hasta la madrugada. Me apercibí pronto de estar en minoría porque los sensatos —no necesariamente en el sentido de pensar como yo: en el sentido de respetar mi derecho a pensar lo que yo quisiera—, ya digo, o se callaban o se iban. Los que se quedaban y hablaban era para insultar e intentar cancelar, disfrazando eso de "heroica" defensa de la lengua catalana.

Joan Ollé, el padre del chat, estaba extrañamente callado. Intervenía, pero poco. Eso a mí me apenaba y preocupaba. Demasiado bien sabía lo que le hacían sufrir estos rifirrafes entre personas que él estimaba. Él tomó la palabra una vez para reivindicar su derecho a ser tan amigo de Vargas como del actor que le ponía a caldo. No sirvió de mucho. Ya digo que hubo mal ambiente hasta bien entrada la madrugada.

Al día siguiente yo había quedado para comer con Joan Ollé. Tardó mucho en confirmarme la cita y, diez minutos después de confirmar, canceló. Yo me entristecí mucho. Pensé si no estaría disgustado conmigo por no haber dado mi brazo a torcer la noche anterior. Pues no, no era esto. Diez minutos después de colgar el teléfono, Joan Ollé cayó fulminado por un infarto. Se nos murió.

El impacto fue enorme. Joan Manuel Serrat, otro gran amigo suyo, cantó a capella en su funeral laico donde nos juntamos medio millar de personas. Vargas le dedicó un hermoso artículo reivindicándole como gran hombre de teatro, gran amigo, gran conversador, gran hombre bueno, gran hombre libre, y dejando caer que su muerte prematura algo pudo tener que ver con la campaña de acoso y derribo sufrida. Espero que Vargas nada supiera de lo que había pasado la noche anterior a la muerte de Joan. Descansen en paz los dos, juntos al fin.

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