
Existen muchas formas de disfrutar de Madrid en agosto, todas lícitas y hasta recomendables, pero ninguna es tan perfecta como la que practicamos los desengañados. Formamos un conjunto ciertamente pintoresco, no demasiado gremial y por lo tanto incatalogable, cuyo único rasgo compartido es el convencimiento desapasionado de quienes sólo le pedimos a la vida no hacer cola en el estanco y suficientes huecos en el barrio donde poder aparcar el coche. Nos reconocemos prácticamente sin esfuerzo. Solemos encontrarnos en las terrazas y aprovechamos los momentos en los que el camarero sirve la comanda para asentirnos unos a otros igual que Christian Bale y Michael Caine al final de El caballero oscuro: la leyenda renace. Todos sabemos que podríamos estar mejor, sin duda, como también sin duda podríamos estar peor. Y esa es quizá la marca personal que más profundamente nos define: hace tiempo comprendimos que la manera más sencilla de desilusionarse consiste en ilusionarse en balde, así que aprendimos a ilusionarnos bien. No me pregunten cómo se hace porque si me paro a pensarlo se me olvida.
Esta época del año es ideal para nosotros porque el verano funciona siempre igual que una promesa. Es una especie de anuncio de Estrella Damm que fermenta en la cabeza durante el invierno y que alcanza tal grado de intensidad que sólo puede terminar en el descreimiento. Como nosotros llevamos descreyendo desde antes incluso de saber que íbamos a pasar agosto aquí, algo de terreno le llevamos ganado al desencanto. Entramos en Instagram como Jesús en el Templo, dispuestos a llevarnos por delante a mercaderes de sueños y a falsos profetas de la felicidad náutica. Pasamos las fotos de piernas tostadas al sol, de libros a medio empezar, de ensaladas a medio aliñar y de vacaciones a medio disfrutar y pensamos que todo eso podríamos también hacerlo aquí, donde nadie se lo esperaría nunca. Al final nos cruzamos por Madrid y nos sonreímos con una parsimonia deliciosa. De alguna forma sabemos que es más sencillo ser feliz en aquel lugar al que jamás le pediríamos que nos permitiese serlo.
El secreto, como siempre, está en las expectativas. En una escena de Cómo conocí a vuestra madre, Ted Mosby le explica a Robin su desencanto paulatino con la vida de una forma inigualable. "Solía creer en el destino, ¿sabes? Iba a la pastelería de la esquina, veía a una chica preciosa haciendo cola, leyendo mi novela favorita, silbando la canción que no me había podido sacar de la cabeza en toda la semana y pensaba: ‘Wow, a lo mejor es Ella’. Ahora sólo pienso que seguro que esa zorra me va a quitar el último bagel integral". Yo creo que para disfrutar Madrid en agosto, para disfrutarlo de verdad, es necesario haber pasado por un proceso parecido. La única diferencia es que hace falta entender también que Ella puede ser una zorra igual que tú eres un cabrón durante buena parte del día. Y que si la vida te veta el último bagel integral, es el momento de lanzarse a por los donuts ultraprocesados.