Sin ni tan siquiera pasar por el pleno municipal y después de una petición que firmaron sólo 4.135 personas, Ada Colau ha decidido romper las relaciones del Ayuntamiento de Barcelona con el Estado de Israel y el hermanamiento que unía a la ciudad con Tel Aviv, la segunda ciudad del país hebreo.
Como suelen hacer en este caso los antisemitas, Colau ha tratado de camuflar su repugnante acto como una iniciativa pacifista, de hecho lo definido como "un gesto contundente para invitar a trabajar por la paz", en una frase que pone negro sobre blanco la infinita arrogancia de la barcelonesa, pues hay que ser muy arrogante para creer que nadie en Israel va a estar pendiente de los gestos de una alcaldesa española.
Pero además no es un gesto por la paz, es simplemente otro gesto de antisemitismo, como dejan bien claro dos de los ejemplos de comportamientos antisemitas que recoge la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA por sus siglas en inglés):
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Denegar a los judíos su derecho a la autodeterminación, por ejemplo, alegando que la existencia de un Estado de Israel es un empeño racista.
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Aplicar un doble rasero al pedir a Israel un comportamiento no esperado ni exigido a ningún otro país democrático.
Y es que mientras Colau rompe las relaciones con Israel y el hermanamiento con Tel Aviv no hace nada con otras ciudades con las que la capital catalana sigue hermanada: la San Petersburgo de Putin, la Caracas de Maduro, la Habana de los Castro y su sucesor Díaz-Canel, la Shanghai de Xi Jinping o la propia Gaza de los terroristas de Hamás, en la que la gente sale a la calle a celebrar un atentado en el que se asesina a ocho inocentes en Jerusalén.