La picaresca siempre ha estado presente en la realidad española, en cualquier parte del territorio nacional.

Ya sea por el asalariado que escamotea recursos a su empresa en pequeñas proporciones, ya por los
profesionales que facturan por encima de lo trabajado, ya por autónomos que ofrecen el pago sin
IVA, ya por los parados que cobran el subsidio además de lo obtienen en la economía sumergida, ya
por los “trabajadores” que buscan con tesón una baja laboral para irse de vacaciones, ya por los que
se recorren todos los servicios de sanidad acumulando porcentajes de inacapacidad para cobrar una
pensión, ya los empresarios que sostienen parte de sus negocios en la sombra…y tantas y tantas
modalidades de diaria bribonería a la que apenas se importancia porque la dimensión del daño
causado puntúa bajo en el nivel de la particular escala de honradez establecida por cada cuál.
Todo esto, claro, al margen de la corrupción de pequeña, media y alta escuela que practican
funcionarios desaprensivos y políticos de todas las ideologías, ya se trate del cobro bajo la mesa
para la rápida tramitación de expedientes, ya de la emisión de facturas por fungibles imaginarios, ya
la connivencia con testaferros y amiguetes para el reparto de porcentajes, ya en la forma de
cualquiera de las corrupciones diversas que llegan a los periódicos…etc, etc, etc. La “listeza” lleva a
algunos hasta a presentarse como paladines de la honradez pública mientras crean empresas sin
ánimo de lucro para tener una entradita en tanto se realiza el proselitismo televisivo (caso, según
parece del telepredicador comato) o a cobrar del Estado sin trabajar presentando proyectos que
adjudica un compadre y que dan un desahogo suficiente como para pontificar día y noche sobre la
casta y la regeneración (caso, del vicejefe podemista).
El bochorno no es la respuesta primaria de quien tiene experiencia de la vida suficiente como para no
hacerse ilusiones al comprobar todos estos comportamientos cotidianos. Quien sabe en qué mundo
vive propende a una actitud más racional y saludable: el escepticismo; pues es desde el
escepticismo que nace la convicción de que nadie está a salvo de tentaciones y que la forma menos
dañina de organizar la sociedad es la basada en mutua desconfianza, en la dispersión del capacidad
de decisión sobre cada asunto concreto, en la multiplicación de los controles externos sobre las
relaciones entre distintas partes y , en suma, en la limitación en tiempo, ámbito y amplitud del poder
dado a los gobernantes. Esa es la causa, por cierto, de que Podemos (empeorar) le parezca tan
peligroso a un servidor: traer a España la arbitrariedad del chavismo es una invitación a que los
vicios nacionales prosperen como sólo pueden hacerlo en coyunturas de miseria fomentadas por la
ineptitud y el intervencionismo generalizado.