La semana pasada fue la primera en que la política internacional recibió el foco de atención en Estados Unidos, y en general no fue para bien. Y no estoy hablando del discurso de JD Vance, donde acusó a los europeos de atacar uno de los derechos fundamentales cuyo respeto diferencia a Occidente del resto del mundo: la libertad de expresión. Es un discurso que ha producido mucho revuelo, pero en el que tiene más razón que un santo, y si algunos se han revuelto en su contra es precisamente porque la tiene y porque lo ha dicho en público. Pero no, estoy hablando de las primeras incursiones serias del propio Donald Trump en política internacional.
La primera ha sido con Israel. Después de que Hamás liberara a tres rehenes que tenía secuestrados desde el 7 de octubre en unas condiciones físicas lamentables y que Trump pusiera el grito en el cielo por ello, la banda terrorista decidió paralizar la liberación de más rehenes. El presidente norteamericano exigió entonces que para este pasado sábado a mediodía Hamás tenía que haber liberado a absolutamente todos los rehenes que mantiene en su poder, tanto los que estaba obligado por el acuerdo del alto el fuego como los demás, o "se desataría un infierno". Bueno, la amenaza surtió algo de efecto, porque Hamás se dejó de excusas y volvió a su cadencia de liberar tres rehenes al día. Pero no hizo lo que Trump le exigió y el presidente norteamericano se la envainó. Mostró ser un tigre de papel cuyas líneas rojas parecen ser tan poco firmes como las de Obama. Ha declarado que sí, que lo han incumplido y por tanto apoyará cualquier cosa que Israel quiera hacer al respecto, cualquier represalia, la que sea. Pero eso no es "desatar un infierno". Trump ha rebajado su propia credibilidad, lo cual tendrá consecuencias a futuro en otras negociaciones. Por ejemplo, la de Ucrania.
Porque Ucrania ha sido el tema de la semana. Trump prometió en campaña alcanzar la paz en Ucrania y aseguró una y otra vez que de haber estado él de presidente Rusia no habría iniciado una invasión, algo que suena razonable pero que nunca podremos saber. Estados Unidos está en una posición privilegiada para lograr una negociación, porque tiene posibilidad de presionar a ambos bandos, diciéndole a Rusia si Putin no es razonable que a Ucrania le va a dar todo lo que pida y más sin límite alguno y que ya se encargará EEUU de darnos el gas que necesitemos y diciéndole a Ucrania que si Zelenski no es razonable le deja de apoyar militarmente y, sobre todo, de aportarle inteligencia. El problema, claro está, es qué considera Estados Unidos razonable en esa futura negociación y todas las señales que ha dado durante la semana pasada apuntan a un escenario mucho más favorable a los intereses de los invasores rusos que de la resistencia ucraniana. Lo cual también envía la señal de que EEUU no es un aliado fiable y que te puede abandonar en cualquier momento.
Ya en su primer mandato Trump pivotó el foco de la política exterior estadounidense de Europa a China y dejó claro a Europa que debían incrementar su gasto en defensa para que pudiéramos hacernos cargo nosotros de nuestros propios problemas, porque el primo de Zumosol tenía otros niños en el patio de los que ocuparse. Los tres años de guerra ucraniana han demostrado además que Rusia es un tigre de papel cuando de verdad se le planta cara. Para él la Rusia de Putin es un problema regional, no mundial, del que debemos hacernos cargo los europeos. Y aunque al final la negociación produzca unos resultados más razonables que realmente sean buenos para Ucrania y hayamos esquivado esta bala concreta, los europeos debemos tomar nota de que el estatus quo posterior a la segunda guerra mundial ya no existe.