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Aunque Nicolás Redondo anuncie una "revolución de terciopelo" para terminar con la horrenda situación del País Vasco, tanto la situación interna de su partido como el espectáculo repugnante protagonizado por los socialistas catalanes en la manifestación de Barcelona nos obligan a rebajar tan suaves y ricas expectativas. De terciopelo, nada. Como mucho, viscosilla, que es tela mucho más adecuada a los medios reales con que cuenta el socialismo vasco y que además sugiere, mucho más adecuadamente que el terciopelo, lo viscoso de la postura del PSE-EE.

Por de pronto, aunque en su discurso haya cargado las tintas contra el PNV, que fue muchos años compañero de Gobierno (o Desgobierno) vasco y que desde que él llegó al poder en pugna con Rosa Díez se convirtió en adversario e incluso enemigo político, donde Redondo ha situado su partido es en una posición intermedia o de centro entre el PP y el PNV, lo cual puede ser electoralmente rentable o no, habrá que verlo, pero por de pronto supone una equiparación política y moral entre el máximo responsable del pacto de Estella y el máximo defensor de la Constitución. Que podría ser o haber sido también el PSE-EE, pero que evidentemente no puede ser cuando se coloca, indirecta pero nítidamente, en esa posición intermedia entre el proyecto racista-terrorista del PNV y ETA y el proyecto de asegurar el cumplimiento de la Constitución y el Estatuto de Autonomía en el País Vasco. Por electoralismo, por debilidad o por esa viscosidad conceptual a que nos está acostumbrando el renacido felipismo del PSOE, lo cierto es que lo que ha dicho Nicolás Redondo lo podía haber dicho Maragall. Sólo le ha faltado pedir la dimisión de Mayor Oreja. ¿O lo ha hecho ya? Sí, también en eso se adelantó a coincidir con Maragall.

La viscosilla es un tejido que toma su nombre de la viscosa y que mezcla el rayón con la suavidad de la lana o el algodón. Y la viscosa se produce a través de ciertos desechos de la celulosa, así que técnicamante hablando es un pariente del papel de escribir y , naturalmente, del papel higiénico. Por cierto que en la ciudad de Tolosa había antes una fábrica de celulosa que convertía el cauce del río en la zanja más hedionda que quepa imaginar. Con la crisis industrial desapareció la celulosa, y con ella la posibilidad de producir viscosa y de fabricar viscosilla. Como no hay mal que por bien no venga, la contaminación y el hedor que producían un lagrimeo frecuente en quienes vivían junto a aquella fuente de maloliente riqueza desparecieron también. Pero por lo visto no es fácil perder de vista las lágrimas en el País Vasco, ni se ha perdido la técnica de la viscosa ni se abandona esa viscosidad que va íntimamente unida al nacionalismo vasco desde su fundación por aquel psicópata racista llamado Sabino Arana.

Mezclando lo duro y lo suavón, lo constitucional y lo anticonstitucional, lo legal y lo ilegal, lo ético y lo político, lo caro y lo barato, Redondo vende como terciopelo lo que no pasa de viscosilla. La misma rebaja cabe hacer con el término de "revolución". Evolución y sobre el terreno, o sea, para no moverse del sitio y sin excluir la vuelta atrás, al gobierno de sumisión con el PNV. No es de extrañar la votación masiva recogida por Redondo. Ha puesto de acuerdo a su partido en lo único que está de acuerdo, que es algo muy parecido a la nada. La nada moral, que en política huele como la fábrica de celulosa tolosana. Amén del lagrimeo si volvemos, ay, la vista atrás.

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