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Uno de los problemas más graves del País Vasco es el uso manipulado de las palabras, con la consiguiente incomunicación. A ello han contribuído no poco los eclesiásticos. Cuando hablan de política han de moverse en una ambigüedad que no favorece el uso correcto del lenguaje. Por ejemplo, la frase de monseñor Uriarte pidiendo a los partidos políticos que “antepongan la paz a los cálculos electorales” en sí misma no significa nada, porque primero habría que definir la palabra paz -no puede haber paz mientras haya asesinatos y los hay porque hay asesinos, si estos dejan de matar la paz es inmediata- y porque la referencia a los “cálculos electorales” no sólo es poco democrática -dependen de las urnas la orientación de las soluciones- sino que puede resultar hiriente cuando, por ejemplo, se ha asesinado a diez concejales del PP o a relevantes políticos del PSOE como Ernest Lluch o Fernando Buesa.

Una forma de eufemismo es la generalización abusiva repleta de buenas intenciones. De éstas está el infierno lleno, según Dante. A lo que asistimos es a un intento totalitario de genocidio de corte nacionalista -todo totalitarismo ha tenido un fundamento nacionalista, incluso los comunistas en el poder abandonaron de manera inmediata el internacionalismo proletario. Lo moral es condenarlo sin repartir las responsabilidades en una cómoda posición de equidistancia. Hay veces en que situarse por encima del bien y del mal es colocarse por debajo del bien y del mal.