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El ministro de Defensa ha estado rotundo, casi dogmático: no hay relación causa-efecto entre los casos de leucemia y el uranio empobrecido. ¿En qué se basa? En poco más que su palabra y la de sus asesores médicos. Añádase el Comité Médico de la OTAN. Pero todos los que aventuran esa opinión tan chocante --el uranio no parece material inocuo-- resulta que son los implicados en el problema. Los mismos que lo han creado niegan su existencia. Con lo que la muerte de soldados por cánceres puede terminar siendo algo así como la maldición de la tumbra de Tutankamon.

Este dogmatismo basado en los informes médicos de la Alianza Atlántica --es decir, de los galenos de los que han bombardeado-- sugiere falta de transparencia informativa. Políticos y jerarquías militares cierran filas, y ni tan siquiera quieren oír hablar de indemnizaciones. Después del caos informativo del que venía precedida la comparecencia de Trillo, puede decirse que estamos ante un ministro empobrecido en su credibilidad, al que sólo devolverían autoridad informes de comités independientes.

Pero tras la lectura del artículo “Falacias nucleares” de Antonio López Campillo me parece que eso de que no hay causa-efecto es prepotencia y ocultación. Sería ingenuidad si no hubiera vidas humanas de por medio. El ministro ha actuado con tal torpeza que ha conseguido actuar de parapeto para el inútil de Javier Solana, el principal responsable.