El PNV vive en una continua esquizofrenia moral, en una intensa hipocresía y en el discurso de la cobardía. No hace mucho su presidente, Xabier Arzalluz, decía que él no pediría la disolución de Eta. Pero Eta significa el asesinato de Fernando Buesa o de Miguel Ángel Blanco. Si Arzalluz no fuera un hipócrita y no se manifestara a través de los esquemas tortuosos de la reserva mental, cabría establecer sin recoveco alguno que Arzalluz legitimita los asesinatos de Fernando Buesa y Miguel Ángel Blanco, ya que ni quiere ni pide que Eta desaparezca.
Lo sorprendente es que sus acólitos, como Juan José Ibarretxe y Juan María Atutxa, se han buscado la coartada moral de que ellos no tienen nada que ver con la violencia cuando tienen pactos explícitos de gobierno con los terroristas y su brazo político. Ibarretxe, Atutxa y José Antonio Rubalcaba cobran a fin de mes gracias a Eta-Hb, y eso establece para quien no haya perdido el sentido común y el mínimo de decencia una complicidad moral con los asesinatos.
Más claro, agua: ninguno de los diputados del PNV ha sufrido el más mínimo atentado o la más mínica coacción. Los socialistas han visto cómo se asesinaba a Fernando Buesa. Carlos Iturgaiz pudo morir asesinado en el cementerio de Irún donde se homenajeaba al concejal asesinado José Ignacio Iruretagoyena. Casi todos los diputados del PSOE y del PP han sido objetos de coacciones mafiosas. Ellos y sus familias. Con atentados a sus casas, de esos que los cargos de Interior del PNV llamaron con supino cinismo “violencia de baja intensidad”. Los diputados del PSOE y del PP han visto cómo se ponían sus rostros en medio de las dianas en los carteles.
El terrorismo es nacionalista y se practica contra los constitucionalistas. Lo demás son beatas proyecciones de los propios complejos de culpa por parte de los seguidores de Arzalluz, quien no quiere que Eta desaparezca. Atutxa debería llamar al orden a Arzalluz, no a Iturgaiz. Todo lo demás es impostura moral.
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