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Federico Jiménez Losantos

"Un proyecto político llamado José María Aznar"

Se le escapó a Juan José Lucas en su toma de posesión, que es lo más parecido a una romería que se haya visto nunca en la Moncloa. Pero no se le escapó sin querer, sino todo lo contrario: por querer mucho, por quererlo decir todo, por llevar hasta el límite su alarde de voluntad entusiasta. Cuando Lucas quiso incensar a fondo, sin reservas, a quien tras mucho hacerse de rogar le daba el alegrón de su vida haciéndolo ministro, cuando quiso alcanzar el tuétano del elogio y el éxtasis en la celebración del Deogracias, no encontró mejor forma de identificar las ideas y valores que supuestamente definen a un partido, no halló mejor modo de roturar el pasado, el presente y el futuro de lo que antaño se llamaba la derecha y todavía suele definirse como Partido Popular que encuadrarlo todo, de la emoción a la razón, en esa frase que vale por cien ensayos y cien mil artículos: "un proyecto político llamado José María Aznar". Insuperable.

Porque, en el fondo, es verdad. Y la patética retirada de Rodrigo Rato de la carrera por la sucesión presidencial, a través de la "Carta" dominical del director de El Mundo, lo demuestra. En ese proyecto político con nombre propio, no hay lugar para nadie más. Ni siquiera para Rodrigo Rato, el todopoderoso vicepresidente económico y casi seguro delfín de hace poco más de un año, que al fin se ha dado cuenta de que no ha sido otra cosa que el encargado de la intendencia del Proyecto de una legislatura; ni Rajoy, el vicepresidente político al que no se le permite elegir subsecretario o director general en su cuarto ministerio; ni Arenas, pinturero ministro de la Paz Social confinado en el comité de conflictos; ni Cascos, que ha sobrevivido a duras penas y que ha precedido a Lucas en su deslumbramiento ontológico glosando públicamente los elocuentísimos "silencios" de Aznar; nadie, absolutamente nadie, ni siquiera Pedro Jota, que ha pasado de Juan Bautista a José de Arimatea del presunto sucesor en apenas dos meses, tienen lugar reservado o sitio seguro fuera de ese "proyecto político llamado José María Aznar".

Pero, como demuestra el caso de Rato, tampoco dentro. Porque lo que en política se define por la persona del líder y no por una idea o por un principio, al final empieza y termina en esa persona. Del mismo modo que los limitados, pero indudables, méritos políticos de Felipe González se volatilizaron en el Felipismo, el mérito incomparablemente mayor de José María Aznar está abocado a naufragar en el Aznarismo, en ese "culto a la personalidad" que pasa por el cargo, se apacienta en la nómina y se nutre de la incondicionalidad al caudillo, de la ancestral "devotio" ibérica, por buscarle arqueología lejos de Egipto. Ese culto que Lucas ha iniciado en su apoteosis y Rato ha confirmado en sus postrimerías.

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