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Que la Constitución no es un dogma es otro a su vez, según la sólida crítica al relativismo. De hecho, toda Constitución es un dogma o un conjunto de ellos y como tal se articula estableciendo los principios y el marco de la convivencia. No quiere decir que no pueda ser debatida, discutida y planteadas alternativas. Hay cuestiones con las que no estoy de acuerdo, empezando por la monarquía, y que no tendría inconveniente en discutir, pero acepto como acuerdos comunes. Tampoco Zapatero es un dogma, ni lo es el PSOE. Pero en la manipulación semántica habitual, el inconsistente secretario general cuando habla de Constitución quiere decir España. Afirma que ni España es un dogma ni su unidad es un límite. Esto es, en propiedad, un debate preconstitucional, existencial. Lo que cuestiona no es tal o cual punto de la Constitución, sino su existencia misma, la capacidad de que haya cualquier o una Constitución.

No sabía que hubiera existido votación alguna en España sobre la Constitución para que Zapatero saliera por este registro. Ni tan siquiera lo que se deduce de sus declaraciones es una propuesta de reforma constitucional, sino una especie de liquidación por derribo bajo un grosero síndrome de Estocolmo. Si en los momentos de tensión es cuando se ve la catadura de un líder, la altura demostrada por Zapatero es ínfima. En términos históricos, no es ni Churchill ni Chamberlain, ni tan siquiera Petain, figura que le cuadra más a Felipe González. No hay nadie que se le parezca en niveles de cobardía moral e indignidad, salvo Zapatero mismo. El zapaterismo es la histeria medrosa del cambio hacia ninguna parte.

El mismo concepto de federalismo es una falacia si se pretende articular alrededor de él cualquier debate, pues el Estado de las autonomías es un Estado federal con otro nombre, con ejecutivo y legislativo en cada uno de los territorios autónomos, algunos con policía propia y plena autonomía fiscal. Lo que hay es un debate en algunas zonas de España para independizarse, con el agravante de que cada una de esas propuestas es a la vez imperialista, como extensión del conflicto. De esa forma, una parte de los guipuzcoanos, donde está localizado el conflicto, reivindican Álava, también Navarra, amén de territorios franceses. Los catalanes de Pujol hacen lo propio con la Comunidad Valenciana y Baleares. Hay mapas que introducen la desestabilización en Asturias, La Rioja y Aragón. Que el PSOE ha dejado de ser un partido español, incluso un partido, para ser una confederación de ellos, hace tiempo que lo sabíamos, no era preciso que Zapatero lo certificara. El único error disculpable de Mayor Oreja en las elecciones vascas ha sido no pedir el voto útil; disculpable porque Nicolás Redondo no se lo merecía, pero error porque Zapatero, sí. Ahora queda más claro por qué Felipe González no le nombró para la más mínima responsabilidad durante catorce años.

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