Menú
Julio Cirino

Las familias pagan y el Estado… observa

Los secuestrados
Prefieren mantenerse anónimos, no quieren hablar, muchos llevan de por vida las marcas psíquicas y/o físicas de su odisea, que se inició con el traumatismo causado por el pasaje casi instantáneo de la categoría de persona libre a la de “mercadería” por la que se negocia y se trata de no dañar en lo posible, para que no pierda valor; siguió con meses pasados en cautividad, en medio de la incertidumbre, sin las comodidades de la vida urbana y las más de las veces en movimiento por selvas y montañas, esperando siempre por lo mejor, pero temiendo lo peor a cada momento.

Paradójicamente, las familias más poderosas del país son casi inmunes al secuestro –al igual que los altos funcionarios del gobierno. Muchos optaron directamente por vivir en Miami o New York y realizan breves y sorpresivos viajes a su tierra evitando permanecer en ella el tiempo suficiente como para que una operación de secuestro pueda montarse. Otros porque cuentan con autos blindados capaces de resistir todo tipo de fuego de armas portátiles, pagan verdaderos ejércitos de guardias privados –mejor o peor entrenados y equipados según el presupuesto disponible– equipos electrónicos de monitoreo, comunicaciones, rastreadores y toda la parafernalia de seguridad que les convierte en blancos “complicados” en un mar donde hay peces más fáciles de pescar.

Los desposeídos, los que nada tienen, tampoco son blanco, sacarles algo es políticamente contraproducente y la tarea puede ser más ardua que exprimir una piedra. Finalmente, el blanco preferido de los secuestradores está en el espectro del “medio”, con un automóvil, alguna propiedad, ingresos. Pequeños y medianos empresarios, profesionales y comerciantes devinieron así los blancos predilectos de esta “industria sin chimeneas”.

Casi todos los blancos son seleccionados en el medio urbano, algunos casi al acaso porque su coche es moderno y parecen bien trajeados, los más, porque merced a la tecnología y “know how” comprados con el producto de los secuestros y el narcotráfico, las FARC y el ELN están ahora en condiciones de acceder a bases de datos privadas, lo que les permite una selección más cuidadosa de sus blancos potenciales y una mejor capacidad para negociar la cifra final a pagarse por la liberación.

El secuestro
Si bien no existen dos operaciones iguales, hay algunos patrones que, a fuerza de repetirse pueden ser calificados de constantes. Los profesionales no sólo quieren conocer de antemano los estados contables, sino que un sistema de vigilancia se encarga de develar horarios, rutas, seguridad si la hubiera y con esto se determina si el secuestro se hará en un punto fijo, casa u oficina; o si será en movimiento –caminando o en el vehículo.

Las acciones son siempre calculadas de antemano; amplia superioridad numérica, armas, sorpresa, rutas de escape pre-planeadas y velocidad por sobre todas las cosas no sólo para evitar la eventual reacción de las fuerzas de seguridad, sino para mantener a la víctima en shock por el tiempo necesario para sacarle del área crítica. Un coche interrumpe sorpresivamente el camino, del que descienden cuatro o cinco hombres con armas automáticas. Mientras uno o dos apuntan al vehículo, los otros le abordan, la acción no demora mucho más de un minuto.

Bogotá, convertida en la capital mundial del secuestro, cuenta con una ruta, conocida por todos como el “camino del secuestrado” que lleva de la capital a las montañas de Sumapaz, una región controlada por las FARC, convertida en el “depósito” de los secuestrados de la región que deben aguardar allí hasta que su suerte se decida.

En toda Colombia, al transitar por las carreteras la gente presta especial atención a la fluidez del tráfico que viene por la mano contraria, minutos sin ver tráfico venir, pueden ser la indicación que avanzamos hacia un bloqueo o pesca milagrosa, en esos casos lo que se recomienda es, primero detenerse y luego desandar lo andado.

La negociación
Usualmente es el propio secuestrado el que, utilizando un teléfono celular, debe notificar a la familia de su situación. A partir de ese momento la rutina es conocida, si bien no por ello menos aterrorizante; los secuestradores comienzan pidiendo una suma exorbitante y amenazan con matar inmediatamente a la víctima. Los familiares (muchos de los cuales ya pasaron por similar trance) deben resolver si será uno de ellos quien se convertirá en negociador o si por el contrario apelarán a un profesional.

Después de una comunicación y hasta la próxima pueden transcurrir pocas horas o semanas, en las que la familia trata en vano de llevar una vida “normal”, al tiempo que el negociador procura ir buscando a tientas una cifra aceptable para los delincuentes y que la familia pueda a la vez afrontar.

El drama de los secuestros se expandió tanto que existen ahora programas radiales que se dedican a pasar mensajes de aliento de los familiares a los secuestrados, sabiendo que estos, no pocas veces pueden escuchar radios.

El papel del Estado
Lamentablemente el estado Colombiano es un observador pasivo, indiferente y formalista que con la excepción de algunos casos acaecidos en áreas urbanas o suburbanas, acepta resignadamente su propia impotencia.

Por cierto que los organismos de seguridad cuentan con el equipamiento, no sólo para interceptar las llamadas, sino para situar con aceptable precisión el área de donde proviene. Sin embargo, como regiones enteras, tales como las montañas de Sumapaz, están bajo control de la guerrilla, cualquier esfuerzo de rescate estaría casi con seguridad condenado al fracaso.

En la llamada zona de distensión además, las fuerzas de seguridad no pueden ingresar atento a los acuerdos firmados con las FARC; este hecho convirtió a la región en el depósito de secuestrados más grande del mundo, a la vista y paciencia de la comunidad internacional que prefiere ignorar el tema.

Quien es secuestrado en Colombia puede olvidarse de recibir alguna ayuda externa; está solo frente a la bien aceitada máquina de secuestrar ...

Julio A. Cirino es presidente del Centro de Estudios Hemisfericos Alexis de Tocqueville, con sede en Buenos Aires.

En Internacional

    0
    comentarios