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Enrique de Diego

El talón separatista de Zapatero

El PSOE con Zapatero está vaciando las dos últimas siglas que aún tenían algún contenido en la formación fundada por Pablo Iglesias. La de socialista y, sobre todo, la de obrero, habían sido arrumbadas por la práctica del poder y por el inexorable juicio de la sociología. La misma orientación hacia un inconcreto social-liberalismo esconde el reconocimiento del fracaso ideológico socialista. Mientras se encamina renqueante hacia la tercera vía, con algún detalle deslumbrador como la propuesta fiscal de Jordi Sevilla, tan necesitada de mayores concreciones y de la aprobación de un Congreso nacional, José Luis Rodríguez Zapatero está metiendo la directa en sus contradicciones internas con una apuesta clara por la ruptura del marco de convivencia de la Constitución de 1978 –eso de que la Constitución no es un dogma, en donde Constitución es sinónimo de España, pues lo que sí es un dogma es que debe haber una Constitución– y por ser el mamporrero de cualquier separatismo. Es la línea González-Arzalluz –lo que recientemente califiqué de auténtica conspiración– puesta en marcha por Joaquín Almunia y plasmada en los pactos tras las elecciones autonómicas con fuerzas claramente independentistas como sucede en Mallorca.

Es más que posible que Zapatero, acuciado por su misma levedad ideológica y por las encuestas, sólo perciba la posibilidad de llegar a La Moncloa mediante un escenario en que ni PP ni PSOE obtuvieran mayoría absoluta y pudiera éste convertirse en el embajador en Madrid de los diversos nacionalismos. Su pequeña “declaración de Barcelona” no es otra cosa que la sumisión a la “Declaración de Barcelona” como tal.

En esto no conviene engañarse. No existe en España un debate sobre el federalismo ni simétrico ni asimétrico, entre otras cosas porque la España de la Constitución de 1978, la España de las autonomías, es un federalismo que no se reconoce por su nombre, como Zapatero es un separatista que tampoco se reconoce. Lo que hay en España es un serio y sostenido debate sobre la secesión de, por ahora, tres comunidades autónomas o territorios: País Vasco, Cataluña y Galicia. En el caso gallego, el candidato socialista, Emilio Pérez Touriño ya se ha situado en concordia y a rebufo del BNG de Xosé Manuel Beiras.

Si ya es curioso que el líder socialista diga una cosa en Bilbao y otra en Barcelona, más grave y preocupante es el fondo: lo que está diciendo Zapatero es que él no tiene ningún inconveniente en que España se rompa y él ser el líder de ese proceso. Cuando un partido dice cosas tan divergentes según dónde hable es que ha dejado de ser un partido. Es, en todo caso, una confederación de ellos en una nación inexistente o en almoneda. Una especie de CEDA, una confederación de izquierdas autónomas. El PSOE ha dejado de ser partido y de ser español, pues asume la secesión como un hecho positivo, y además a favor de nacionalismos con componentes imperialistas (Navarra, la Comunidad Valenciana y Baleares) que, a su vez, tienen una concepción de la nación autoritaria, restrictiva de la libertad personal, con cánones culturales y lingüísticos. Zapatero no aspira a gobernar España, sino lo que quede de España, como en su día expresó Federico Jiménez Losantos. Y aun lo poco que quedaría de España tras el hipotético paso de Zapatero por La Moncloa.

Zapatero no es, desde luego, un líder nacional, sino un irresponsable compulsivo que cada dos por tres se contradice. ¿Para qué hacer propuestas fiscales para una nación en la que no cree? Federalismo es el pacto de financiación autonómica. Lo de Maragall y Zapatero es separatismo con eufemismos. Con la propuesta fiscal y la sumisión a los nacionalismos no es extraño que a Josep Borrell le dé un infarto.

En España

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